Llegan los alemanes. Hablan en voz baja al entrar en la sala. Algo intimidados, sonrientes: ante todo, no hay que confirmar los estereotipos, por ejemplo, el hecho de hablar ruidosamente. Su reputación ya está más que tocada. Y quieren vivir aquí, parecer agradables, porque son extranjeros, inmigrantes.
Son casi las siete de la tarde en Zúrich. Nos encontramos en una "velada de integración para los alemanes que viven en Suiza". Sobre la mesa, documentos de lectura. "Bienvenidos, Gummihälse [literalmente "cuellos de goma", término para designar despectivamente a los turistas curiosos y entrometidos]. ¿Por qué los alemanes a veces nos sacan de quicio?". ¿Cuellos de goma? Con esta expresión nos imaginamos a los jóvenes médicos internos alemanes, asintiendo vigorosamente con la cabeza mientras conversan con sus superiores. En sentido más amplio, esta expresión sirve para destacar el carácter oportunista de los alemanes, o al menos es lo que perciben los suizos.
Christiana Baldauf recibe a sus huéspedes. Se ha llegado a la conclusión de que este curso es indispensable, nos explica la jefa del Servicio de integración de Zúrich. El pasado mes de junio, el periódico suizo Blickconcedió a Peer Steinbrück el título de "persona más odiada en Suiza". El ministro de Finanzas alemán, este vecino del norte con aire a veces inquietante, amenazaba con acabar con los paraísos fiscales, es decir, también con Suiza. Llegó incluso a comparar a la Confederación Helvética con una república bananera. Un diputado suizo de segunda zona y cristiano-demócrata, contestó: "Steinbrück me recuerda a esa generación de alemanes que recorría las calles con abrigos, botas de cuero y un brazalete, hace sesenta años".
250.000 residentes alemanes en Suiza
Y en medio de este cruce de ataques, los alemanes de Suiza. Nunca han sido tan numerosos. Con 250.000 residentes, esta comunidad es la más numerosa después de los italianos y por delante de los portugueses y los serbios. Desde la firma del acuerdo de libre circulación de personas entre Suiza y la Unión Europea en 2004, el número de ciudadanos alemanes que viven en Suiza ha llegado a ser más del doble. Cada mes, cerca de 3.000 nuevos residentes atraviesan las montañas con contratos de trabajo a tiempo completo y salarios generosos.
Esta tendencia ya inquietaba a muchos, explica Baldauf en un número de Blick, en el que se preguntaba en la portada: "¿Cuántos alemanes soporta Suiza?". Los alemanes son los nuevos chivos expiatorios de Suiza, donde ya han ocupado el puesto de los albaneses, que habían sustituido a los italianos desde hacía unos años.
¿Cómo pedir una cerveza sin hacerse notar?
Volvemos a la velada. Se insistirá mucho sobre la capacidad de hacer concesiones. "Hacerse los duros delante de los compañeros de trabajo está mal visto". Esto no es nada fácil para un gran número de expatriados que ocupan puestos de responsabilidad, ya que en Alemania esto se consideraría una debilidad. Aquí, choca ese aire de "sabelotodo". Para expresar una opinión crítica, es preferible utilizar fórmulas del tipo: "Bien, entiendo lo que dices. Pero quizás…". Y el condicional, tan importante en Suiza. En un restaurante, por ejemplo, es más apropiado decir: "Disculpe, ¿le importaría servirme una cerveza, por favor?".
Si sigue hablando en alemán clásico, el residente alemán pasará por arrogante. Pero si intenta hablar Grüezi, se sospechará que quiere burlarse del acento suizo. La solución a este problema aparece en el último capítulo que se trata en esta velada: los asuntos del corazón. Los alemanes no deberían esperar una gran profusión de sentimientos. Y sin embargo, cerca de 20.000 se casan con un suizo o una suiza. Lo que demuestra que nuestras diferencias no tienen nada de insalvables.