La estatua de Alexander Suvorov, el fundador de Tiraspol, durante la conmemoración de la llegada del Ejército Rojo a la ciudad.

Cambalache electoral en Tiraspol

La región separatista de Moldavia elige a su presidente el 11 de diciembre. Un escrutinio que se inscribe en un extraño trueque entre su protector ruso y Alemania para solucionar un conflicto congelado desde hace 20 años.

Publicado en 9 diciembre 2011 a las 15:44
Ivars Krutainis  | La estatua de Alexander Suvorov, el fundador de Tiraspol, durante la conmemoración de la llegada del Ejército Rojo a la ciudad.

Hasta ahora, las elecciones en Transnistria, un Estado que no reconoce ningún otro país en el mundo, no tenían ningún interés: desde hace 20 años, Igor Smirnov las ha ganado siempre. Pero ahora tiene competencia [la administración electoral central ha registrado a seis candidatos] y todo el mundo está conmocionado.

Según los sondeos, Smirnov ocupa tan sólo la segunda posición, detrás de Anatol Kaminski, presidente del Soviet Supremo [el parlamento local], que cuenta con el apoyo de Moscú.

Aquí, el apoyo de Moscú representa más que los carteles de Vladimir Putin o las estatuas de Lenin. Rusia paga los sueldos de los funcionarios y los complementos de las jubilaciones. El dinero viaja en maletines, un sistema primitivo, casi medieval, para comprar las almas. En los últimos tiempos, esos complementos los ha distribuido directamente el Soviet Supremo. No es mucho, pero con una pensión de 50 dólares al mes (unos 38 euros), un suplemento de 15 dólares (11 dólares) es importante. Y esto se refleja en los sondeos.

Berlín exige pruebas de buena voluntad

Moscú ha intentando impedir que Igor Smirnov participara en la carrera electoral, con la esperanza de que la eliminación del viejo siervo cambie la imagen del país: la de un bastión soviético.

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Los rusos han entablado conversaciones con Alemania sobre una nueva configuración de la seguridad en Europa [un estatuto para Transnistria, una solución al conflicto paralizado contra la liberalización de los visados para los rusos en la UE]. Pero Berlín ha exigido pruebas de buena voluntad: si Rusia quiere ser una socia creíble, al menos debe demostrar que está dispuesta a resolver el conflicto en Transnistria.

No lo hará, pero puede engañar a los alemanes haciéndoles creer que lo intenta. Y ha pensado que el sacrificio de Smirnov es un método eficaz. Pero como este último ha dado muestras de que no lo entiende, se ha iniciado una investigación en Rusia contra su hijo, que habría desviado cinco millones de dólares del dinero enviado por el Kremlin a Transnistria.

El Kremlin apoya a Kaminski. Pero si Smirnov mantiene su puesto, podrá decir a los europeos (es decir, a los alemanes): miren, hemos intentado sustituirle, pero el pueblo de Transnistria le apoya, no controlamos la situación. Y si Kaminski gana, el Kremlin dirá: aquí tienen a un hombre más joven y reformista en Tiraspol, ¿qué les parece? El problema es que Smirnov y Kaminski mantienen posiciones similares: la independencia con respecto a Moldavia y nada de reintegrarse en Rusia.

Moscú sale ganando

La presión alemana, intensa desde comienzos de 2011, ha dado sus frutos, al menos formalmente. Por primera vez desde 2006 [fecha en la que se suspendieron las conversaciones, a petición de Tiraspol, con el formato 5+2: Moldavia, Transnistria, más la UE, Rusia, Estados Unidos, Ucrania y la OSCE], se retomaron las negociaciones oficiales entre Chisinau y Tiraspol en Vilna, el 30 de noviembre. Pero estas conversaciones parecían una especie de baile con comisarios políticos soviéticos: fingían conversar y quizás los europeos se lo creyeron.

Pero no hay nada que creer. Analicemos esta cifra: un déficit presupuestario del 70%. Transnistria es totalmente dependiente de Moscú. Cuando la Moldavia soviética se separó de la URSS en 1991, el 40% de la industria permaneció en Transnistria, sólo para el 10% de la población. Las fábricas funcionan con gas ruso, los retrasos en los pagos se acumulan y la deuda ha llegado a 2.800 millones de dólares (unos 2.000 millones de euros). Si se produjera una reunificación de Moldavia, en el contexto de una federación, Rusia exigiría el pago de la deuda. En cualquier caso, Moscú sale ganando.

La economía de Transnistria es artificial: energía rusa gratuita y exportaciones hacia Europa, gracias a los esfuerzos y a las negociaciones emprendidas por Chisinau con la UE (750 empresas de Transnistria se han registrado en Chisinau y exportan hacia la UE sin pagar impuestos al Estado moldavo). Si Rusia realmente quisiera alterar las cosas, bastaría con que cortara el suministro de gas gratuito y la pseudo-economía de Transnistria sucumbiría en cuestión de meses. Pero ¿qué motivos tendría para hacer algo así? Sale ganando independientemente de quién sea el elegido en Tiraspol, mientras puedan seguir engañando fácilmente a los alemanes.

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