El panadero, el mécanico, el dueño de la gasolinera, el pescadero, la propietaria de la tienda de ropa, la peluquera, el barbero, el de la joyería, el de la óptica, el del bar... Ni siquiera se libraba el párroco de la Iglesia del Santísimo Rosario.
Durante años y años tres generaciones de vecinos de Ercolano, una localidad de 55.000 habitantes situada a 14 kilómetros de Nápoles, sólo han hecho una cosa: apretar los dientes y pagar sin rechistar las extorsiones de entre 150 y 1.500 euros que todos los meses los miembros de la Camorra exigían a comerciantes, empresarios y hasta sacerdotes a cambio de no hacerles la vida imposible. Pero aquello ya es historia. Ercolano, una localidad a medio camino entre el mar y el Vesubio y famosa por sus restos arqueológicos romanos, ha dicho «basta». Se ha convertido en la primera ciudad del sur de Italia que se atrave a hacerle un corte de mangas a los mafiosos y que se niega a ceder a sus exigencias de dinero.
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