Manifestación en Kiev, el 24 de octubre de 2009. (Foto AFP/Sergei Supinsky)

Saquemos a Kiev del limbo

La Unión Europea se niega a plantear a Ucrania la posibilidad de una adhesión. De este modo, deja al país sin perspectivas de futuro y frena su estabilización. Según Frankfurter Allgemeine Sonntagszeitung, es un fallo histórico.

Publicado en 13 noviembre 2009 a las 15:44
Manifestación en Kiev, el 24 de octubre de 2009. (Foto AFP/Sergei Supinsky)

Con respecto a Ucrania, se suele decir que en Kiev reina el caos político. Pero lo que se silencia en este tipo de análisis es que la Unión Europea, el socio occidental más importante del país, es responsable en parte de esta constante incertidumbre.

Nadie negará que la perspectiva de una integración en la UE ha desempeñado una importante función en la estabilización y la democratización de Europa central y oriental tras el hundimiento del bloque soviético. Pero son muy pocos los políticos europeos que están dispuestos a aplicar el mismo principio a Ucrania. Mientras que la participación en el proceso de integración europea, la perspectiva de una entrada en la Unión y las negociaciones relativas al proceso han tenido un efecto positivo de Tallin a Dublín, el hecho de negar esta posibilidad a Ucrania priva al país de la ayuda de la que se benefician sus vecinos occidentales.

Como consecuencia del aislacionismo europeo, Ucrania se encuentra en una especie de “vieja Europa”, o lo que es lo mismo, en una situación que recuerda al comienzo del siglo XX. Al contrario que la mayoría de países europeos, los dirigentes ucranianos deben actuar, como ocurría antes, en un mundo de Estados-naciones competidores, de alianzas movedizas, de campos políticos fijados y despiadados juegos de suma nula, en los que el beneficio de un actor nacional o internacional será sinónimo de pérdida para el resto.

Democracias abandonadas

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Los ucranianos son los primeros en reconocer que su país está más que lejos de la candidatura a la adhesión a la UE. Pero los que se sienten animados por una conciencia europea, se esfuerzan por entender el comportamiento de los países de la Unión: ¿por qué Turquía es ya oficialmente candidata, por qué Rumanía y Bulgaria son desde hace tiempo miembros de pleno derecho, mientras que no se deja entrever ninguna esperanza de integración para Kiev, a no ser que sea en un futuro muy lejano? ¿Acaso la “Revolución naranja” y las elecciones legislativas de 2006 y 2007 no han demostrado que los ucranianos se sienten vinculados a los valores y a los procesos democráticos?

Es cierto que en los últimos años hemos sido testigos de eventos que parecen ir en sentido contrario. Como siempre, la maquinaria del Estado es escenario de una corrupción rastrera y de extraños conflictos políticos que siguen paralizando el Parlamento y el ejecutivo y atascan las reformas indispensables. La reestructuración industrial o la política social progresan sólo a pasos extremadamente lentos. Pero ¿estos fracasos son la causa o más bien el resultado del rechazo de la UE de ofrecer perspectivas de integración al país? La supuesta incompatibilidad de Ucrania con la UE, ¿no se va a transformar en una profecía inevitablemente condenada a hacerse realidad?

Un "sí" que no haría daño

Ucrania, privada de perspectivas de desarrollo a largo plazo, se convierte en el campo de batalla de una guerra política y cultural por poderes. Actores pro-occidentales y pro-rusos, estáticos y no estáticos, nacionales e internacionales se enfrentan por el futuro de este importante país de Europa, que sigue sin consolidarse. Bruselas, París y Berlín deberían interesarse por la cuestión, pues además se corre el riesgo de ver cómo se desunen las regiones que componen el Estado ucraniano. Y las tendencias separatistas podrían a su vez servir de pretexto para una injerencia rusa.

En un futuro previsible, un “sí” oficial de la UE a una candidatura futura de Kiev no costaría gran esfuerzo a la Comisión Europea y los Estados miembros. Tal declaración no cambiaría prácticamente nada en las relaciones exteriores de la UE, pero impresionaría en gran medida a las élites de Kiev, y en Moscú constituiría un signo fundamental para la población ucraniana.

Los jefes de Estado y de gobierno de la UE deberían esforzarse por considerar a Ucrania desde una perspectiva histórica y recordar la historia reciente de sus propios países. No deberían hacer distinción, contraria al sentido de la historia, entre las dificultades a las que se enfrenta actualmente Ucrania y las que conocieron sus países antes de participar en el proceso de integración europea. Y la Unión debería dejar entrever a Ucrania la posibilidad de una entrada en su seno, en beneficio de todas las partes implicadas. Y cuanto antes, mejor.

Adhesión

El camino hacia Bruselas aún es largo

"De todos los países ex-soviéticos, ninguno es tan importante para la UE como Ucrania, pero ningún otro tiene que poner a prueba su paciencia como este país"", escribe Tony Barber en el Financial Times. Por Ucrania pasa el 80% del gas que la Unión importa de Rusia y las frecuentes tensiones entre Kiev y Moscú tienen repercusiones en los países miembros que dependen totalmente del gas ruso. "Con 46 millones de habitantes y una frontera de 1.400 km con cuatro países de la Unión, Ucrania desempeña una función crucial para la seguridad del flanco este de la UE", continúa el diario londinense. "Tras la Revolución naranja de 2004, algunos estrategas de la UE esperaron que el camino hacia la democracia, el Estado de derecho y la prosperidad económica serían irreversibles en Ucrania". Pero los acontecimientos se han desarrollo de un modo totalmente diferente: "la guerra en Georgia demostró que Moscú está dispuesto a emplear la fuerza para bloquear la expansión de la influencia occidental en las antiguas repúblicas soviéticas; después, la crisis debilitó la economía ucraniana. Por último, la Revolución naranja de 2004 no logró hacer la limpieza necesaria en la corrupción que gangrena el mundo de los negocios, mientras que las rivalidades personales y las relaciones oscuras con los intereses rusos socavan el contexto político. El Financial Times concluye que "Todas estas dificultades explican por qué varios países entre los Veintisiete se muestra reacios incluso a plantear a Ucrania una vaga promesa de que podrá algún día adherirse a la UE".

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