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"Cálmense, siempre hay uno que tiene que ser el primero".

Salven al euro y líbrense de Alemania

Anatole Kaletsky expone que, al imponer la austeridad fiscal a sus socios de la eurozona y al negarse tercamente a conceder más peso al BCE y un mayor apoyo mutuo para hacer frente a las deudas nacionales, Alemania es más un estorbo que una ayuda para la moneda única.

Publicado en 27 enero 2012 a las 13:54
"Cálmense, siempre hay uno que tiene que ser el primero".

El mundo ha visto con horror y fascinación cómo los investigadores buscan la causa de un naufragio en Italia que podía haberse evitado perfectamente. Mientras, empieza a vislumbrarse el origen de un naufragio mucho mayor.

A medida que Grecia se aproxima a la quiebra, que Francia, Italia y España sufren la degradación de su calificación crediticia y las negociaciones sobre el tratado fiscal del mes pasado llegan a un punto muerto, el euro cae en picado y la fuerza motriz va estando cada vez más clara. La verdadera causa del desastre del euro no es Francia, ni Italia, ni Grecia. Es Alemania.

El problema fundamental no reside en la eficiencia de la economía alemana, aunque haya contribuido a la divergencia en las fortunas económicas, sino en el comportamiento de los políticos alemanes y de quienes trabajan en el Banco Central.

El Gobierno alemán no sólo ha vetado sistemáticamente las únicas políticas con las que se podría haber controlado la crisis del euro, es decir, las garantías europeas colectivas de las deudas nacionales y la intervención a gran escala del Banco Central Europeo.

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En todas las políticas equivocadas

Para empeorar las cosas, Alemania ha sido la responsable de casi todas las políticas equivocadas que se han aplicado en la eurozona, desde las imprudentes subidas de los tipos de interés del año pasado por parte del BCE hasta las excesivas exigencias de austeridad y pérdidas bancarias que ahora amenazan a Grecia con una caótica ruina.

Mario Monti, el primer ministro Italiano designado por Berlín, fue explícito al advertir que Alemania sufriría un “fuerte contragolpe” si insistía en oponerse a medidas que podrían aliviar las presiones financieras en otros miembros del euro, como la cuestión de los bonos garantizados conjuntamente. Mientras, muchos de los principales economistas, exgobernadores del Banco Central y líderes empresariales del país comenzaron a escribir artículos en los que abogaban por la retirada del euro, alegando que las políticas alemanas son incompatibles con las del resto de los miembros.

Al reconocer que el país que sobra en la eurozona es Alemania, resulta mucho más sencillo comprender el desconcertante entramado de la crisis del euro y cómo puede acabar. Tal y como han sostenido los euroescépticos desde comienzos de la década de los noventa, solo hay dos resultados posibles en el proyecto de la moneda única. O bien el euro se desintegra, o bien la eurozona se convierte en una federación fiscal y una unión política a gran escala. Ahora se admite abiertamente esta dicotomía. Sin embargo, la pregunta es qué significa exactamente una “federación fiscal”. Aquí es donde llegamos a la raíz de la culpabilidad de Alemania en la crisis actual.

Disciplina, apoyo mutuo y el BCE

Para que el euro sobreviva, deben darse tres condiciones necesarias. La primera, en la que insiste Alemania, es la imposición de una disciplina presupuestaria, que únicamente podrá aplicarse mediante un control centralizado de la UE sobre las políticas fiscales y los gastos presupuestados por los Gobiernos nacionales.

La segunda condición es un importante grado de responsabilidad europea colectiva ante las deudas gubernamentales nacionales y las garantías bancarias. Este apoyo mutuo constituye la otra cara de la moneda del federalismo fiscal, tal y como dejó claro Monti, pero se trata de un quid pro quo sobre el que los alemanes no quieren ni hablar.

La tercera condición es el apoyo del BCE a la federación fiscal, una ayuda comparable al apoyo monetario que ofrecen los bancos centrales a los mercados de la deuda gubernamental en Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Suiza y otras economías desarrolladas. Gracias a este apoyo de los bancos centrales a los mercados de bonos, Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón han logrado financiar déficits muy superiores a los de Francia o Italia, sin que les preocupe excesivamente la rebaja en la nota crediticia.

El problema fundamental de la eurozona es que Alemania se concentra únicamente en la primera condición. Obliga a los demás Gobiernos a adoptar objetivos de austeridad cada vez más draconianos e irrealistas e insiste en negarse incluso a hablar sobre el quid pro quo de las garantías colectivas de la deuda y de la intervención del Banco Central. Debido a la intransigencia alemana en estos dos ámbitos, el nuevo tratado del euro supuestamente aprobado el mes pasado es como un taburete de tres patas que se sostiene solo con una.

¿Significa esto que el euro se va a desintegrar? No necesariamente, por dos motivos opuestos. La posibilidad optimista es que el inútil "pacto fiscal" del mes pasado era tan solo una táctica de distracción mientras Angela Merkel preparaba a la opinión pública y política alemana para los compromisos que se avecinan con las garantías de deuda conjuntas y la participación del BCE en una flexibilización cuantitativa o "quantitative easing" al estilo anglosajón.

Evitar la hegemonía alemana

La alternativa pesimista es que Alemania está realmente dispuesta a evitar la flexibilización fiscal y monetaria necesaria para que el euro tenga una posibilidad de sobrevivir. Si es así, entonces los demás miembros de la eurozona se enfrentarán en breve a una elección histórica. ¿Abandonan el euro? ¿O expulsan a Alemania, pidiéndole simplemente que se vaya o, lo que es más probable, acordando entre ellos una estrategia monetaria y fiscal que obligaría a Alemania a marcharse?

Francia, Italia, España y sus socios de la eurozona cuentan con los medios para salvar al euro y de paso podrían escapar de la hegemonía económica de Alemania. La única pregunta es si tienen suficiente confianza en sí mismos y cuenta con la necesaria comprensión del funcionamiento económico como para unirse contra Alemania.

En cualquier caso, pronto llegará un momento en el que los líderes europeos tendrán que dejar de culpar de la crisis del euro a la economía mundial, a los bancos o al despilfarro de los Gobiernos anteriores. Tal y como escribió Shakespeare: “El fallo, querido Bruto, no está en nuestras en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos”.

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