El debate sobre la identidad nacional, promovido por Nicolas Sarkozy, sacude Francia y da pie a muchas preguntas: ¿Es una prueba de nuestra estrechez de miras frente a la inmigración? ¿Hay que vincularlo a cuestiones relacionadas con el Islam? ¿Podemos conseguir evitar que se utilice políticamente? El Presidente francés intentó aclarar los términos del debate en una columna publicada el 8 de diciembre en Le Monde: “La identidad nacional es el antídoto contra el tribalismo y el comunitarismo. Ésta es la razón por la que deseo que se lleve a cabo un debate profundo sobre la identidad nacional. La amenaza velada que sienten muchos habitantes de las viejas naciones europeas, justificada o no, resulta ser una pesada carga para su identidad. Tenemos que dialogar todos para que este sentimiento, a fuerza de ser reprimido, no se convierta en el germen de un rencor terrible.” Muchos observadores creen que el debate, organizado a pocos meses de las elecciones regionales, es una forma de atraer a los votantes de extrema derecha. En el diario Libération los musulmanes denuncian que en Francia se les mete a todos en el mismo saco y que se les estigmatiza.
La socióloga [Claudine Attias-Donfut escribe](http:// www.lemonde.fr/societe/article/2009/12/03/claudine-attias-donfut-on-occulte-la-realite-de-l-integration-de-la-majorite-des-immigres_1275577_3224.html) en las páginas de Le Monde que “desarrollar un debate de este tipo implica que sufrimos una crisis de identidad y en mi opinión no es el caso. (…) A fuerza de insistir en las dificultades que tienen los inmigrantes, ya sea para hostigarlos o para convertirlos en víctimas, lo que hacemos es ocultar la realidad de la integración, que después de todo en la mayoría de los casos es de lo más normal”. También en Le Monde el politólogo Alain Duhamel se plantea la siguiente pregunta, “¿podemos negar el hecho de que el tema de la inmigración es intrínsico al debate sobre la identidad? ¿Cómo es posible separar la inmigración y la identidad sabiendo que la inmigración siempre ha formado parte de la historia de la identidad francesa? Qué clase de ejercicio de negación de la realidad tendríamos que realizar para reflexionar sobre la nueva identidad francesa sin que formase parte de ella una inmigración constante y concreta. Francia es un país en el que prácticamente siempre ha habido inmigración, lo que lo diferencia considerablemente de los países vecinos, ya sea de Italia o España, de Portugal o Bélgica o de Alemania y el Reino Unido, etc.”.
Identidad y exclusión
El problema es que “el Islam se ha convertido en muchos sentidos en el sismógrafo de las preguntas relacionadas con la identidad en Europa”, explica en Le Monde Jean-Paul Willaime, Director del Instituto Europeo de Ciencias de la Religión, que nos recuerda que “en Europa, el Islam es un fenómeno minoritario. Existe una desproporción gigantesca entre el peso demográfico real de la población musulmana y las preocupaciones que suscita”. Esto se debe a que “por muy secularizadas que estén, las sociedades europeas todavía no han abandonado del todo la concepción territorial de las apariencias religiosas y que los imaginarios nacionales, así como el imaginario europeo, todavía no son neutros al cien por cien en lo religioso.” Las crisis de identidad nacionales que constatamos en muchos países occidentales esconden, en realidad, una crisis más profunda, “la crisis de identidad de Europa”, opina por su parte el Adevărul.
Para el diario rumano, "la introducción de exámenes de historia para los inmigrantes" en Gran Bretaña, la idea de una “ciudadanía con exigencias”, es decir, un sistema de puntos, en Italia, o el referéndum sobre los minaretes en Suiza son muestras de este fenómeno que se explica por “el descubrimiento de sociedades paralelas” en las que viven los inmigrantes. Sin embargo, aunque "la definición de la identidad es naturalmente un proceso de exclusión", esta es "un elemento irrenunciable", opina el politólogo Giovanni Sartori en El País. "Dejar que se pierda sería un grave error. Las sociedades no pueden funcionar sin tejidos conectivos claros y sólidos. Sin ella, los ciudadanos, las personas, tenderíamos a ser átomos desligados". “Desafortunadamente”, prosigue Sartori, “las democracias occidentales afrontan los problemas cuando ya han estallado entre sus manos”. Y en lo que concierne a la integración de las comunidades aisladas en el seno de nuestras sociedades, "no hay otra alternativa que reflexionar sobre cuáles son los valores ético-políticos sobre los que queremos cimentar esa integración", concluye.