A Geert Wilders, el populista de extrema derecha neerlandés, le deberían nombrar ciudadano de honor en Europa Central por dos motivos, por su interés por la eficacia de la lucha contra la corrupción emprendida por los nuevos Estados miembros de la UE y por su apoyo a la integración de sus ciudadanos en el mercado laboral común.
El Partido por la Libertad de Wilders recientemente presentó un sitio web en el que los neerlandeses pueden contar sus quejas sobre trabajadores polacos, checos o rumanos. Se trata de populismo en estado puro y por esta sencilla razón, esta iniciativa contraviene las leyes vigentes en la UE. Si el Gobierno de centro derecha neerlandés mantiene el poder es gracias al apoyo del partido de Wilders. Por ello los ministros mantienen un recatado silencio, mientras Wilders se jacta de haber recibido ya 32.000 casos en el sitio web después de sólo 2 días en funcionamiento. Y Europa se convierte de nuevo en el escenario de un debate sobre las (im)posibilidades del mercado laboral común.
Todo este asunto podría considerarse como folclore, como una emanación del populismo de derecha con el que ganan terreno Wilders y otros en Europa Occidental, si no existiera esa posición mucho más grave que mantiene Países Bajos, tanto desde el punto de vista de la estructura como del funcionamiento de la Unión Europea, y que les sitúa a contracorriente, un poco como la República Checa con respecto al pacto fiscal. Bloquean la entrada de Rumanía y de Bulgaria en el espacio Schengen, reprochándoles que no han logrado combatir con eficacia la corrupción y que poseen un sistema judicial que no funciona como es debido.
Schengen: "el mayor fracaso político desde 1989
No obstante, para ser justos, habría que precisar que Finlandia, Francia y Alemania también vinculan abiertamente la ampliación del espacio Schengen a la cuestión de la lucha contra la corrupción y que nueve de los Estados miembros más antiguos bloquean la apertura del mercado laboral común a los rumanos. Pero Países Bajos ha sido el único que ha hecho uso de su derecho al veto.
Los esfuerzos de los diplomáticos rumanos para explicar que los habitantes del segundo país postcomunista más importante de la UE se sienten traicionados por la integración europea y relegados a la categoría de ciudadanos de segunda han suscitado poco interés. “Para la opinión pública y los medios de comunicación rumanos, el hecho de que Rumanía se encuentre fuera del espacio Schengen es el mayor fracaso de los responsables políticos desde 1989”, declaró Daniela Gitman, embajadora de Rumanía en la República Checa, durante un debate celebrado la semana pasada en Praga sobre Rumanía y su relación con el espacio Schengen.
El último informe de la Comisión Europea, publicado a principios de febrero, vuelve a insistir en los esfuerzos que aún deben realizar Rumanía y Bulgaria en la lucha contra la corrupción y en la reforma de sus sistemas judiciales. Otro informe de la Comisión del año pasado califica de manera positiva su preparación para proteger las fronteras del espacio Schengen, sabiendo que con sus 2.070 kilómetros, Rumanía posee, después de Finlandia, la mayor frontera exterior del espacio común.
Puertas bien abiertas a los populistas
La entrada en el espacio Schengen se ha aplazado sine die, una decisión que tanto los responsables políticos como la opinión pública de los dos países consideran extremadamente injusta. Efectivamente, cumplen todas las condiciones técnicas. Los responsables políticos de estos dos países de los Balcanes se quejan de que cada vez que logran satisfacer una exigencia, sus socios de Occidente les imponen nuevas condiciones.
La más reciente, sin embargo, es objetiva y nadie la encarna mejor que Geert Wilders, que juega con el sentimiento de amenaza de los ciudadanos de los “antiguos” países miembros y con la necesidad de encontrar un enemigo exterior. Además de los griegos, los rumanos o incluso los polacos, pues cerca de 300.000 trabajan en Países Bajos, sirven para este fin.
Los rumanos se sienten frustrados porque consideran que no hay suficiente Unión Europea. Los neerlandeses (al igual que los finlandeses, los franceses y los alemanes) se sienten frustrados porque sienten que hay demasiada. El resultado de todo esto, unido a la crisis económica, es un sentimiento de incertidumbre y de puertas bien abiertas a los populistas como Geert Wilders. Y no solo en Rumanía y en los Países Bajos.