Un civil abraza a un oficial del ejército rumano, el 25 de diciembre de 1989 en Timisoara. (AFP)

La revolución confiscada

El 21 de diciembre de 1989, Nicolae Ceauşescu fue abucheado después de pronunciar un discurso. Su caída en las siguientes horas sigue aún ocultando misterios, incluso veinte años después. Al menos una cosa es segura: algunos comunistas se beneficiaron de los sucesos sangrientos.

Publicado en 21 diciembre 2009 a las 16:01
Un civil abraza a un oficial del ejército rumano, el 25 de diciembre de 1989 en Timisoara. (AFP)

La tarde del sábado 16 de diciembre de 1989, varios cientos de fieles se congregaron ante la casa del pastor Laszlo Tökes, en Timisoara, para protestar contra el traslado del clérigo a una población remota. La Securitate vigilaba desde hacía tiempo a Tökes, ya que se oponía a la política de Ceauşescu. Se produjo entonces una dura represión que se saldó con más de 70 muertos. El 21 de diciembre de 1989, el último discurso de Nicolae Ceauşescu en Bucarest terminó con los gritos de "¡Abajo Ceauşescu!". Preso de terror, "el conducător iubit" [querido jefe] huyó en helicóptero. El baño de sangre que se registró después en Bucarest [más de 1.000 muertos], incluso después del 22 de diciembre, día oficial del cambio de régimen, nunca ha llegado a dilucidarse al completo...

La mayoría de los antiguos colaboradores de la Securitate siguen encubiertos, ya sea porque sus expedientes no se han enviado por completo al Consejo Nacional para el Estudio de los Archivos de la Securitate (CNSAS), o bien porque esta institución no cuenta con las herramientas para emitir un veredicto claro. La instrucción de los expedientes de la Revolución sigue en curso. Los cargos contra Ion Iliescu, presidente del país tras la caída de Ceauşescu, acusado de apología de la guerra, de genocidio, de complicidad de tortura en el expediente de la "mineríada" del 13 al 15 de junio de 1990 [los mineros ayudaron a las fuerzas del orden a reprimir una manifestación de oposición al poder], se abandonaron en junio de 2009. Los generales Mihai Chitac y Victor Atanasie Stanculescu fueron condenados a 15 años de prisión y a la degradación de su rango, en el proceso de la Revolución de Timisoara, pero la decisión se impugnó. La declaración de condena al comunismo [escrito por el politólogo Vladimir Tismăneanu y dirigido al Parlamento] no llegó hasta 2006.

Nestor Ratesh, antiguo director de Radio Free Europe, estima que "la principal particularidad del cambio en Rumanía fue su carácter violento", a diferencia de los demás países ex comunistas, como Hungría, Checoslovaquia o Polonia, donde "el derrumbamiento del régimen comunista se produjo de forma pacífica y preparada". El historiador Marius Oprea, presidente del Instituto para la Investigación de los Crímenes del Comunismo en Rumanía, piensa que "sin la salida de la gente a la calle, el cambio del régimen se habría retrasado hasta la primavera de 1990", pero que "la televisión contribuyó a la legitimación del nuevo régimen". Marius Oprea estima que la transición en Rumanía de todos modos no habría podido negociarse por la falta de reformas en el seno del Partido Comunista Rumano, donde "el poder se había estructurado según un modelo feudal y donde sólo se hacía escuchar una sola voz: la de Nicolae Ceauşescu".

El último discurso de Ceauşescu, el 21 de diciembre de 1989 en Bucarest

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Una ejecución sin proceso

Para Marius Oprea, lo que ocurrió el 22 de diciembre de 1989 tan sólo fue "la decapitación de la familia Ceausescu" y la instalación en el poder de "la segunda línea del Partido Comunista". Marius Oprea sostiene que, de hecho, las víctimas mortales fueron más numerosas tras la llegada al poder de este escalón del Partido, no durante la Revolución: "El nuevo poder se legitimó a sí mismo con actos violentos". Para Nestor Ratesh "la Revolución fue espontánea". Pero afirma que "el elemento del complot surgió el 22 de diciembre, cuando fue evidente que Ceauşescu ya no podía seguir en el poder. Fue entonces cuando comenzó en el palacio una actividad febril de redacción de programas y combinaciones de poder. Cuando llegó Ion Iliescu, ya estaba todo en su sitio. El control de la televisión estaba en manos de los conspiradores. El resto fue una cuestión de manipulación".

Sin embargo, según Oprea, "la transición hacia la democracia fue similar a la de otros antiguos países comunistas, como la República Checa o Polonia", ya que, "como ellos, pasamos por un proceso de privatización del comunismo". Los antiguos representantes de la nomenklatura o sus más allegados adoptaros las atribuciones de los miembros del Partido. La ejecución de Nicolae Ceauşescu, el mismo día de Navidad y sin un proceso judicial real, se consideró un acto bárbaro y condenable por la opinión pública internacional. Pero el historiador Marius Oprea explica que este hecho fue en realidad "beneficioso": "De lo contrario, Nicolae Ceauşescu se habría convertido probablemente en senador de las listas del Partido Socialista del Trabajo [la formación creada en 1990 por antiguos miembros activos comunistas, que tomaron el relevo del PC]"...

Testimonio

El fantasma de la Securitate

“En 1983, cuando era estudiante en la universidad, me propusieron una entrevista en una agencia de viajes con motivo de un trabajo de traducción. El entrevistador era en realidad un capitán de la Securitate. Me ofreció privilegios: un pasaporte para viajar al extranjero y los medicamentos que mi padre necesitaba debido al cáncer. A cambio, tendría que espiar a las personas de mi entorno. Le dije que no.” En un artículo publicado en el diario The Independent, la corresponsal de la BBC para cubrir las noticias de la UE, Oana Lungescu, revela las circunstancias en las que la policía secreta rumana trató de reclutarla, recordando que al crecer bajo la dictadura de Ceausescu “uno tenía la terrible certeza de que una persona de cada diez era un confidente”.

En el vigésimo aniversario de la caída del dictador, nos describe el día en el que tuvo acceso al informe secreto que la policía tenía de su persona, dos tomos de entre dos millones “guardados en tres almacenes en una antigua base militar situada en las afueras de la capital”. En aquel entonces estudiaba inglés y español, y descubrió “informes detallados acerca de mis visitas al British Council. Fechas, nombres de las personas con las que iba o con las que me quedaba, matrículas de coches. Se le preguntó a empleado que además era confidente si había estado hablando con otro hombre al que estaban vigilando... Hay un informe manuscrito sobre la partida de mi madre; detalles de mi novio de 23 años, de quien sospechaban “actividades de espionaje”.” La experiencia, confiesa, resultó profundamente liberadora e inquietante. “Un ejército de espías y escribanos a los que se les pagaba por reunir detalles triviales sobre personas como yo, un don nadie. Tantos desconocidos que fotocopiaron mis cartas y que escucharon mis conversaciones telefónicas. ¿Y para qué?

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