¿Es éste el futuro de Bulgaria? Recuperar esta camiseta ha sido un calvario burocrático. Foto: Elenko Elenkov

Kafka en la aduana

Para recuperar unas camisetas compradas en Internet, un periodista ha pasado varias horas en la aduana entre ventanillas, formularios que cumplimentar y conversaciones de besugos. Su testimonio ha suscitado intensas reacciones en el país.

Publicado en 13 enero 2010 a las 15:58
¿Es éste el futuro de Bulgaria? Recuperar esta camiseta ha sido un calvario burocrático. Foto: Elenko Elenkov

¿Compra usted por Internet? ¿En el extranjero? A partir del 1 de enero de 2010, el mínimo imponible ha pasado de 150 a 15 euros en lo relativo a las compras efectuadas fuera de la Unión Europea. Desde ahora, adquirir cualquier otra cosa que no sea, por ejemplo, un par de calcetines, estará sujeto a impuestos. Y para llevar a cabo estas formalidades, el comprador deberá personarse ante una oficina aduanera en Sofía, tal y como me ha ocurrido a mí al comprar, poco antes de Navidad, un lote de camisetas en una página web estadounidense. Esto es lo que nos espera. Cita en la ventanilla nº 23, decía la notificación de Correos. La unidad postal de aduanas de Sofía se sitúa cerca de la estación central. Allí me encuentro con empleados que empujan carritos cargados de paquetes que muestran inscripciones bastante tranquilizadoras: Ebay, Amazon, USPS, UPS, etc... En un contexto ideal, es aquí donde deberíamos abonar un impuesto sobre “objetos de valor” de cuatro levas (la mitad en euros) para recuperar nuestro paquete. Sin embargo, mi caso no es del todo ideal ya que mis camisetas proceden de Estados Unidos. “Tenemos que inspeccionar el paquete. Voy a llamar a un responsable” me dice la empleada con tono receloso.

A continuación, aparece un hombre sin uniforme alguno. Me pide que me identifique y luego desaparece. Poco después, me conducen por una puerta secreta hasta la ventanilla nº 30. Se trata de una especie de anexo del anexo y los empleados se calientan con unos pequeños radiadores adicionales. Dos inspectores agarran el paquete, lo abren con un cúter y sacan el contenido: camisetas, según lo previsto, una factura y algunos pins, cortesía de la tienda online. “Y esto, ¿qué es?” “Unos pins” respondo. “Y ¿por qué no hay ninguna factura para los pins? ¡Tienen que tener un valor!” “Ciertamente” vuelvo a contestar. “Pero es un regalo de la tienda, yo no los he pedido...”. Tengo la sensación de que mis explicaciones son inútiles, los agentes aduaneros ya sospechan que me dedico al contrabando frenético de pins procedentes de California. Llega el veredicto: “Persónese en la ventanilla 17, pida un certificado EORI y, luego, vuelva aquí para hacer la declaración.” “¿Qué es un certificado EORI?” “Vaya y se lo dirán allí”.

Una nave espacial enganchada a una carreta

En la ventanilla nº 17 se encuentra contabilidad. Nadie es capaz de decirme lo que es un “certificado EORI” pero tengo que rellenar un formulario con todo tipo de datos personales. “Ahora, tiene que hacer una fotocopia de su carné de identidad” me dice el agente. Me cabreo, conozco los derechos que me otorga la Ley de protección de datos pero, tras varios minutos de farragosa discusión, me doy cuenta de que la batalla está perdida de antemano: tengo que dejar que el Estado infrinja sus propias leyes para poder recuperar mis camisetas. Me dirijo a la ventanilla nº 21, donde está la fotocopiadora (muy cara, por cierto) y luego, a la ventanilla nº 13, donde se entregan los famosos certificados EORI. Curiosamente, aquí se puede fumar, parece que la ley que prohíbe el tabaco en las administraciones no es de aplicación. Me recibe un empleado que seguramente debe tener una licenciatura pero cuyo cargo consiste únicamente en introducir en un ordenador los datos que he hecho constar a mano en el formulario. Para ello, tarda una media hora. Vuelvo con un certificado EORI en el que figura mi "número provisional" de comprador online, que no es otro que mi número de la seguridad social con una pequeña modificación.

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“Para que todo sea válido, le falta la firma de la directora de la aduana”, me dice con cierto tono de confianza. Y se trata de una mujer ocupada, habida cuenta de que tiene dos secretarias. Les confío mi fardo de documentos pendientes de firmar pero temen molestar a la jefa, así que espero con ellas a que su superiora salga del despacho. Ésta le echa la bronca a otra empleada y firma sin tan siquiera mirar los papeles. Vuelvo a la ventanilla nº 17 para que les pongan un sello y, a continuación, me dirijo a la nº 28, donde cumplimento la declaración aduanera propiamente dicha. El formulario no es gratuito: ocho levas, y la información se guarda en un disquete de los años 90 que me piden que lleve a la ventanilla nº 9. La aduana búlgara aún no conoce las ventajas de las redes locales... En la ventanilla nº 9, todo es increíblemente nuevo, con ordenadores de último modelo. La empleada saca un aparato sorprendente que conecta al puerto USB de su ordenador y ahí inserta el disquete. Me quedo pasmado, ¡es como si acabara de enganchar la nave espacial a una carreta! Pero aquí no acaba la cosa. Me presento en la ventanilla 14, donde está la caja, para efectuar el pago. A continuación, espero en la ventanilla nº 9 a que el pago conste en la aduana, vuelvo a la 23 (para abonar el impuesto sobre “objetos de valor”) y, finalmente, llego al final de mi arduo recorrido, a la ventanilla nº 30, en la que me espera mi paquete destripado de camisetas. He pasado cuatro inolvidables horas de mi vida entre las paredes de las aduanas de Sofía.

REACCIONES

El artículo que apasiona a la blogosfera búlgara

Este testimonio, que constituye el artículo más leído de la página web de Dnevnik desde su creación, ha registrado más de mil comentarios. Además, ha hecho reaccionar al ministro de Economía, Siméon Diankov, quien se ha comprometido a comprobar personalmente el funcionamiento de las aduanas. Sus responsables han prometido “simplificar” los procedimientos. Entretanto, Dnevnik y el semanario Kapital, que pertenecen al mismo grupo de medios, han creado una sección que tiene por nombre la inscripción de las camisetas que compró Elenko: “This was supposed to be the future” (Se suponía que esto era el futuro).

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