Eurófilos y euroescépticos, sois todos iguales

Los eurófilos creen que Bruselas es la solución a todos los problemas y los euroescépticos la sitúan en el centro de todos los males. Pero ¿son realmente tan distintos entre sí?

Publicado en 12 junio 2012 a las 11:15

En el último año, a medida que se ha intensificado la crisis del euro, se ha producido una revelación muy interesante: que los eurófilos y los euroescépticos no son tan diferentes entre sí. De hecho, a los eurófilos y los euroescépticos les impulsan aspectos muy similares e instintos antidemocráticos parecidos.

Los dos grupos tienden a eximir a los Gobiernos nacionales de toda responsabilidad y a eximir a los Estados-naciones de toda responsabilidad del caos político y económico.

El eurófilo lo hace doblegándose ante Bruselas, exhortando a las instituciones de la UE a que hagan más para salvar a Europa. Y el euroescéptico lo hace culpando a la UE de casi todo lo que sale mal, tratando a Bruselas como una especie de Estrella de la Muerte que ha acabado con la decencia de cada palmo de Europa.

El oportunismo de los Gobiernos nacionales

El eurófilo tiende a tener una fe ciega en la UE y la considera como la solución a todos los problemas, mientras que el euroescéptico siente una aversión obstinada hacia la UE y la considera la causa de todos los problemas. Lo que tienen en común es la creencia de que la responsabilidad recae en la UE. Tanto la imagen de la UE de salvadora de Europa, como la de destructora de Europa se basan en el instinto de decir: “No se debe culpar a los Gobiernos nacionales de lo que ha ido mal”.

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Ante la pregunta de ‘¿La UE ha acabado con la democracia?’, personalmente diría que ‘No, no lo ha hecho’. La UE se entiende mejor como el producto final de la muerte de la democracia en Europa, una creación de los Gobiernos nacionales que han dejado de insistir en las ideas de soberanía y democracia. La UE sigue a la desaparición de la democracia europea, en lugar de instigarla.

La auténtica fuerza impulsora tras la UE en los últimos 40 años fue la cobardía y el oportunismo de los Gobiernos nacionales, no las ambiciones siniestras de Bruselas o Berlín. Los líderes políticos nacionales que se sentían cada vez más distanciados de sus propias poblaciones crearon una institución post-soberana en la que pudieran ocultarse con eficacia.

Un buen ejemplo de ello sucedió a finales de la década de los noventa, cuando el Gobierno británico aceptó la resolución europea de que la edad de consentimiento sexual para los homosexuales debía reducirse de 18 a 16 años. Es algo que el Gobierno quería hacer de todos modos, pero como pensó que generaría controversia, dejó que Europa tomara la decisión en su nombre. La ventaja de la UE es que permitía a los Gobiernos emprender acciones sin tener que molestarse en mantener pesados debates o en tener que asumir la responsabilidad moral.

Los peligros del autoaislamiento

Como es evidente, los inconvenientes de la toma de decisiones aislada son enormes y profundos. Porque los Gobiernos nacionales, cuanto más se aislaron de sus electores, más incapaces eran de ejercer un liderazgo real. Cuanto más se refugiaron en las instituciones de la UE, más desfasados e irracionales se volvieron.

Ya tuvimos una advertencia durante la erupción volcánica en Islandia en 2010, cuando los líderes políticos básicamente se volvieron locos, dejando en tierra los aviones y paralizando Europa. Eso fue una consecuencia directa de su autoaislamiento y su consiguiente incapacidad de ser acordes a la realidad o mostrar liderazgo.

Los peligros del autoaislamiento se pueden observar de un modo más espectacular en la crisis del euro. Ningún político europeo tiene ni la más remota idea de cómo gestionar la crisis, precisamente porque todos los políticos de Europa se han pasado las últimas décadas evitando tomar decisiones serias, evitando asumir responsabilidades, evitando ser líderes. El crecimiento de la ‘perspectiva de la UE’, de la idea de que el liderazgo político es demasiado duro y de que es preferible la toma de decisiones tecnócrata, ha empeorado directamente la crisis del euro.

Pero los euroescépticos se equivocan en su visión de Bruselas como la única destructora de la democracia, como la bestia que pasa arrasando y devorando a los pequeños ingleses, a los granjeros irlandeses, a los pobres griegos. Porque la dinámica clave en la formación de la UE fue siempre que los Gobiernos nacionales ofrecían su autoridad política a las instituciones de la UE y renunciaban a su propia soberanía.

Una actitud esquizofrénica

Los euroescépticos que señalan y acusan a la ‘Bruselas malvada’ no son muy distintos de los eurófilos que hacen reverencias a la ‘buena de Bruselas’. Actualmente asistimos al ascenso de una forma respetable de euroescepticismo. Desde el presidente Hollande en France al SYRIZA en Grecia, muchos políticos ahora reprenden a Bruselas por haber arruinado a Europa.

Pero esos ataques a Bruselas también tienen como fin librar de toda culpa a los Gobiernos nacionales. Cuando Hollande presenta a Francia como una víctima de las decisiones de la UE, está jugando al mismo juego que los Gobiernos que en otras ocasiones acogieron con agrado las decisiones de la UE: está intentando evitar que sus instituciones nacionales tengan que rendir cuentas sobre lo que ha ocurrido en Francia.

Esta actitud esquizofrénica hacia la UE se resume mejor en la forma con la que se está tratando ahora a Angela Merkel. Casi empiezo a sentir pena por Merkel. Se la describe como una especie de bruja de estilo hitleriano que ha destrozado Europa. Pero otros la consideran la posible salvadora de Europa, pues algunos líderes acuden a ella para salvar a la eurozona y para salvar a las naciones en apuros.

Esto demuestra una actitud infantil no sólo hacia Merkel, sino hacia la UE en general. El poder de la UE se considera un peligro, pero también lo es la falta de acción de la UE; algunos consideran a la UE como la destructora de naciones, otros creen que no está haciendo nada para rescatar a las naciones. La forma con la que se trata ahora a Merkel y a la UE me recuerda a lo que dijo una vez Homer Simpson sobre la cerveza: que es ‘la causa y la solución de todos los problemas de la vida’.

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