Partidario de la denominación "República de Macedonia" frente al Parlamento en Skopje, en 2008.

¿Y por qué no “Macedonia del Norte”?

Tras casi veinte años de rivalidad absurda y contraproducente entre Grecia y su vecina ex yugoslava, ya va siendo hora de que los dos países lleguen a un acuerdo, subraya el diario búlgaro Kapital.

Publicado en 4 mayo 2010 a las 14:18
Partidario de la denominación "República de Macedonia" frente al Parlamento en Skopje, en 2008.

Va a hacer diecinueve años que la disputa entre Grecia y Macedonia —totalmente incomprensible para la mayoría de los europeos— desata pasiones en los Balcanes. Este enfrentamiento tiene como epicentro el nombre que debería ostentar la Antigua República Yugoslava de Macedonia [ARYM; Grecia se niega a aceptar el nombre de “Macedonia” y lo reivindica como parte de su patrimonio histórico y cultural].

No podemos negar que ambos países han rivalizado en mala fe y se han esforzado al máximo para que el asunto vuelva a anclarse en un impasse prácticamente definitivo. Los macedonios han protagonizado un sinfín de provocaciones con vistas a probar sus “antiguos orígenes” y los griegos, por su parte, han dedicado toda su energía a demostrar la tesis contraria así como a bloquear la integración euroatlántica de Skopje.

Macedonia, lejos de la UE

El resultado: las negociaciones de adhesión de Macedonia a la Unión Europea no están en su mejor momento y la tan ansiada invitación de incorporación a la Alianza Atlántica tampoco ha llegado a materializarse. Atenas tampoco ha ganado gran cosa con este enfrentamiento, aparte de confirmar definitivamente su papel de testaruda y obstinada fuente de problemas en la región.

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A pesar de todo, existe la firme esperanza de que griegos y macedonios consientan abandonar el cuadrilátero e incluso darse la mano. A pesar de que, durante decenios, los griegos han desestimado cualquier propuesta procedente de Skopje (y viceversa), la reciente declaración de Dimitris Droutsas, viceministro de Asuntos Exteriores, ha cambiado el panorama. Este último ha afirmado que el nombre de “Macedonia del Norte” no era totalmente incompatible con la postura griega; respuesta que se ha interpretado como una señal de que, de ahora en adelante, el gobierno de Atenas estaría más abierto al compromiso que hace unos años.

Europa tiene problemas más importantes

Esto no quiere decir en absoluto que, a partir de ahora, este litigio arbitrado por Naciones Unidas sea agua pasada. En primer lugar, porque esta propuesta no es nueva y porque, hasta ahora, no ha permitido desbloquear la situación. En segundo lugar porque, a pesar de la presión ejercida por el pueblo albanés (un 25% del país) nada apunta a que Nikola Gruevski, el primer ministro macedonio, vaya a replantearse su postura, que siempre ha consistido en proclamar que “su país se llamaría Macedonia o no tendría nombre alguno”. La declaración de Droutsas pone de nuevo la pelota sobre el tejado macedonio.

Pero todo esto no interesa demasiado a los europeos. En Bruselas, estarían mucho más contentos si los indicios positivos se transformaran en acciones concretas. A día de hoy, el Viejo Continente tiene problemas bastante más importantes que solucionar que una disputa por un nombre, en este caso, el de Macedonia.

Europa central y oriental

Un nido de peleas nacionales

Macedonia no es el único país del antiguo bloque comunista en el que existe una polémica relacionada con sus fronteras, su nombre o las minorías que habitan en él, tal y como señala The Economist: "una cantidad considerable de rumanos consideran que Moldavia no es más que una provincia perdida de Rumanía, separada de la madre patria por Stalin". Para los búlgaros, "la Macedonia yugoslava tan sólo es un accidente de la historia y cuanto antes se vuelva a unir a Bulgaria este desecho, mejor". Los nacionalistas eslovacos creen que los miembros de la minoría húngara "deberían callarse y comportarse como eslovacos". Y "si no les gusta vivir en Eslovaquia, que se vuelvan a Hungría". En lo que respecta a la minoría polaca y bielorrusa en Lituania, "no son eslavos, sino lituanos polonizados por el efecto de siglos de asimilación forzada. Por ello, es necesario despolonizarlos y volver a lituanizarlos". Por último, "el que llame a la capital de Galitzia Lwów es un nacionalista polaco, el que escriba Lviv es un fascista ucraniano, quien escriba Lvov es un asesino en masa soviético y el que la llame Lemberg es un nazi. Nos vemos en Léopolis para continuar el debate".

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