En diciembre del año pasado entró en vigor el Tratado de Lisboa. Fueron necesarios cerca de diez años para que esta modificación de los tratados europeos pudiera hacerse realidad. Agotados, la mayor parte de los que tomaron parte en esas penosas negociaciones se han convencido de que, previsiblemente, ya no será necesario enfrentar una nueva reforma en un futuro próximo. Queda por ver si, con la crisis griega, no aumentará la necesidad de introducir nuevas modificaciones en aquellos artículos del Tratado relativos a las finanzas públicas y los presupuestos. De todos modos, a pesar de la crisis, es poco probable que se intente modificar nuevamente el Tratado para castigar a los culpables impenitentes, privándoles del derecho al voto o excluyéndolos de la unión monetaria.
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