Spinoza, el filósofo que nos quiere bien

Tres siglos después de su muerte, los Países Bajos vuelven a entusiasmarse por este filósofo. Su país natal le rinde por fin homenaje mediante monumentos, páginas web, conferencias y exposiciones. Todos interpretan la obra de Spinoza a su manera y le sacan provecho, cosa que quizá no hubiera complacido al filósofo en cuestión.

Publicado en 11 junio 2009 a las 13:47

Los dos monumentos elevados en Ámsterdam para honrar la memoria de Baruch Spinoza no podrían ser más distintos: la colosal estatua situada cerca del ayuntamiento, de Nicolas Dings, y la estructura de madera interactiva del barrio multicultural de Bijlmer, llevada a cabo por el artista Thomas Hirshhorn. Hoy en día, a todo el mundo le encanta Spinoza.

Spinoza también salió a colación en el debate sobre inmigración y sociedad multicultural surgido tras el 11 de septiembre de 2001 y el asesinato de Theo van Gogh. Sobre todo, dos de sus ideas: la tolerancia y la libertad de expresión. Durante este debate, algunos decían que la libertad de expresión peligraba debido a una tolerancia excesiva de cara a los musulmanes. Y la izquierda respondía que los neoconservadores abusaban de la libertad de opinión para conculcar el valor básico que constituye la tolerancia. Más que una revalorización de las ideas de Spinoza, fue una conversación de sordos.

El resurgimiento de Spinoza (1632-1677) resulta impresionante. El pensador británico George Steiner contaba que el año pasado buscaba en vano monumentos dedicados a Spinoza en los Países Bajos. Nadie supo darle indicaciones. Se quedó totalmente pasmado ante la indiferencia que mostraban los neerlandeses hacia su mayor filósofo. Tampoco el escritor macedonio, Goce Smilevski, podía salir de su asombro. Los jóvenes a los que preguntó acerca de Spinoza le contestaron que nunca habían oído hablar de él. Su consejo es: ¡invertir en la enseñanza de la filosofía en las escuelas neerlandesas!

Estas críticas no están ya tan justificadas. El monumento a Spinoza de Dings fue inaugurado en noviembre de 2008, la casa del filósofo ha sido restaurada y se están celebrando coloquios por todo el país. Y desde principios de mayo, la ciudad de Ámsterdam organiza un festival artístico, My name is Spinoza. Jonathan Israel [profesor de historia moderna europea de la universidad de Princeton] tiene bastante que ver en este resurgir del filósofo. En dos magníficos estudios sobre la “Ilustración radical”, ha demostrado la importancia de la influencia de Spinoza como precursor de los pensadores radicales de la Ilustración. Israel arguye ardientemente que la libertad de pensamiento ocupa un lugar primordial en nuestra cultura y que nuestros inmigrantes musulmanes también deben convencerse de ello y aceptarla para que podamos conservar la actual libertad de nuestra sociedad.

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Según el pensador popular e inconformista inglés, John Gray, estas interpretaciones de Israel acerca de la sociedad actual son del todo subjetivas y no es lícito que involucre a Spinoza. Gray critica el “fundamentalismo de mercado” y la arrogancia dogmática de los neoconservadores. Según Gray, el alegato político de Israel transluce demasiado una protección de los valores occidentales considerados superiores al resto.

Sea como sea, a Spinoza le sacan partido todos. ¿Le hubiera gustado eso a Spinoza? Hay algo triste en el hecho de que el pensamiento de un filósofo sea citado a diestro y siniestro. Máxime si se trata de un filósofo que ante todo aboga por un ejercicio cerebral basado en dejar vagar nuestros pensamientos en total libertad. El dogmatismo no sienta bien a los librepensadores.

En cambio, la oda artística a Spinoza del festival My name is Spinoza ha salido mejor, como podemos ver en la institución Mediamatic Bank de Ámsterdam. En este local con aspecto de casa okupa, cada cual puede expresarse libremente, escribiendo con tiza en pizarras negras sobre cuestiones como: “¿Qué ideas son tan peligrosas que convendría no hacerlas públicas?”. Una de las respuestas fue: “las mías”. Esta manera espontánea de abordar Spinoza resulta una bocanada de aire fresco en medio de debates agobiantes e interminables sobre nuestra “identidad” y nuestras “normas y valores nacionales”.

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