Poner a los ciudadanos en el centro de la Unión

La democracia representativa y la idea de ciudadanía y solidaridad entre europeos se debilitan y dificultan la superación de la crisis. Un editorialista polaco advierte de que, sin un impulso de la participación ciudadana, la Unión no sobrevivirá en su forma actual.

Publicado en 14 septiembre 2012 a las 15:18

Para responder a las preguntas “¿qué tipo de Europa necesitamos?” y “¿a qué Europa podemos aspirar?”, analicemos a los europeos de hoy y a los de futuro. Después de todo, hablamos de una construcción real, de un ser que existe y está constituido por personas. No sólo se trata de intelectuales, políticos, altos funcionarios, sino también de gente normal. Son personas que votan, que se abstienen, a las que les interesan o no los asuntos públicos, que eligen a presidentes y parlamentarios repletos de sabiduría o de necedad, ejerciendo plenamente o no su derechos civiles, políticos y económicos.

Tengo la sensación de que se descuida demasiado el problema que representan para Europa sus propios ciudadanos, los europeos, aunque el problema no sea exclusivo del continente europeo. Los ciudadanos han cambiado en gran medida y ya no son los mismos a los que dirigían hace medio siglo grandes líderes europeos como De Gasperi, Schuman, Adenauer o de Gaulle. Este cambio influye no sólo en la democracia actual y futura en los Estados-naciones, sino también en la forma actual y el futuro de la Unión Europea.

La edad de oro de la ciudadanía

No se puede pensar en la Unión sin recordar algunas generalidades. La Unión nació del trauma de la Segunda Guerra Mundial y fue construida por las sociedades que sobrevivieron al conflicto. Por ello, los ciudadanos conocían de sobra los riesgos de una mala política y se interesaban por los asuntos públicos. Leían los periódicos, participaban en las elecciones, se comprometían con los partidos y las organizaciones sindicales. En Occidente, los tres primeros decenios de la posguerra constituyeron una auténtica edad de oro de la ciudadanía.

Durante los siguientes decenios, cambiaron mucho la sociología y los métodos de la democracia. El consumidor fue sustituyendo progresivamente al ciudadano. En el ámbito público, el debate y la información se sustituyeron por el entretenimiento. Los partidos políticos tradicionales, situados a la izquierda o a la derecha en función de criterios ideológicos y de clase estrictos, capitularon ante una ideología sin nombre que sometió a la economía al conjunto de los ámbitos de la vida, y posteriormente emprendieron el camino de la sumisión de las ideas a la economía.

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El futuro nos dirá si es algo positivo o negativo, pero actualmente observamos un cambio profundo en la cultura de las sociedades occidentales, en la estructura social, en el nivel de conocimientos, en las relaciones humanas, en el sistema de valores. Desde hace decenios, los políticos y los sociólogos señalan este cambio como origen de la crisis de la democracia en sus formas tradicionales de representación.

El sentido de la responsabilidad colectiva

La democracia representativa, maltratada en los Estados-naciones (un problema que Jürgen Habermas combatía con su concepto de democracia deliberativa), ¿puede solucionar la crisis de la Unión Europea? Personalmente, no lo creo. No comprendo cómo el modelo representativo podría salvar a la Unión, basándose en la idea de un sentido de la responsabilidad colectiva, cuando está en vías de extinción. ¿De qué modo este modelo que se atenúa a nivel nacional podría resultar beneficioso para las instituciones supranacionales? Conociendo no sólo el pensamiento de Habermas, sino también el de John Keane, buscaría más bien soluciones más innovadoras y mejor adaptadas a nuestra época, como las formas institucionalizadas y paneuropeas de deliberación y de participación para aquellos que lo deseen.

Dicho esto, es fundamental saber si estas innovaciones, que difícilmente se abren camino en el ámbito nacional o local, tienen la más mínima posibilidad de penetrar y funcionar a escala de la UE. Tampoco estoy seguro de ello. Esto significa que deberemos elegir entre una solución claramente ineficaz y otra probablemente imposible.

El cambio es necesario y urgente. La incapacidad para tomar decisiones en la UE nos lleva directamente al desastre. Quizás un refuerzo de los mecanismos tradicionales de la democracia en la Unión podría desbloquear los procesos de toma de decisiones a corto plazo, pero a largo plazo parece contraproducente. Por ejemplo, es evidente que las elecciones presidenciales directas llevarían al poder a una personalidad más fuerte que Herman Van Rompuy, pero ¿seríamos más avanzados si, con el apoyo de Mediaset y News Corporation, esa otra persona fuera Silvio Berlusconi?

Impulso en la solidaridad

La erosión de la solidaridad social es otro aspecto que caracteriza a nuestro contexto actual. En la mayoría de países, se observa una resistencia cada vez mayor a aceptar las transferencias. Hoy los ricos están menos dispuestos a compartir su riqueza con los más pobres, basándose en una sólida ideología para justificar este rechazo. Esto también concierne tanto a las transferencias entre clases, como a las que se producen entre generaciones o incluso entre regiones.

Sin embargo, sin el refuerzo de la solidaridad, no se podrá ni vencer con eficacia la crisis, ni mantener la Unión Europea en su forma actual. No sólo porque aumenta el abismo entre ciertos países que hoy sufren graves problemas y otros que se encuentran relativamente en buen estado, sino también porque toda Europa sufre un problema común: la globalización y los diversos procesos de cambios sociales producirán en un futuro próximo un descenso significativo en nuestro de nivel de vida (algunos hablan de un retroceso del 20 %). En esta situación, resultará aún más difícil esperar un impulso en la solidaridad.

Estos dos factores, la erosión de la ciudadanía y de la solidaridad, me indican que ni la crisis que afronta la Unión ni las soluciones que se proponen para resolverla tienen carácter institucional. La forma de las instituciones europeas, así como su impotencia, reflejan la situación socio-cultural actual; en cuanto al empeoramiento de la crisis, es la expresión de la erosión de los fundamentos sociales y culturales de la Unión.

Crisis de la democracia representativa

Esto no es una condena a muerte. No creo en la muerte de la Unión, porque no veo ninguna vía aceptable para las generaciones actuales fuera de ella. El hundimiento del euro sólo produciría perdedores (probablemente los más numerosos se encontrarían en Alemania) y el hundimiento de la Unión Europea sería una catástrofe comparable a una gran guerra. Por suerte, en Europa parece que estamos bastante concienciados sobre ello, al menos entre las élites políticas.

Pero las pequeñas artimañas técnicas, institucionales, jurídicas y constitucionales no producirán nada a largo plazo si no logramos incluir a la cultura y las instituciones. La crisis económica (financiera y de la deuda) posee fundamentos políticos y es una consecuencia de la crisis de la democracia representativa.

La crisis de la democracia representativa es de origen cultural y es producto de la erosión de la ciudadanía y de la solidaridad. Independientemente de su dificultad intelectual y política, los remedios eficaces deben tener en cuenta en carácter socio-cultural de las tensiones actuales y no sólo tener como objetivo la gestión cotidiana de esta criatura no identificada que es hoy la Unión Europea.

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