Delante de los mensajes que rinden homenaje a Alexis Grigoropoulos, el joven anarquista que murió en el barrio ateniense de Exarchia en 2008.

En la corte de los milagros de Exarchia

La plaza de Exarchia, feudo histórico de los anarquistas en el centro de Atenas, es un termómetro de la sociedad griega durante la crisis. En ella tienen lugar actos violentos y tráfico de drogas y tabaco entre los edificios ocupados y bajo la mirada de la juventud elegante que llega hasta allí para respirar el aire de la protesta.

Publicado en 17 septiembre 2012 a las 11:10
Delante de los mensajes que rinden homenaje a Alexis Grigoropoulos, el joven anarquista que murió en el barrio ateniense de Exarchia en 2008.

El albanés convertido en hombre de negocios de éxito y la joven del barrio acomodado de Ekali transformada en alborotadora. El viejo anarquista que insta a los pseudo-revolucionarios neófitos a que vuelvan a sus estudios, el hostelero chipriota mejor amigo de los turistas japoneses o el que fue detenido y luego se ha convertido en organizador de eventos culturales: todos se concentran alrededor del terreno que un cacique del PASOK [el Partido Socialista griego] quería transformar en un aparcamiento y que hoy es un lugar de concentración de los adolescentes de la capital, que llegan para saborear el mito de la plaza Exarchia.

En el centro de Atenas, como una serpiente que cambia de piel, se transforma a diario, mezcla razas, abre y cierra (a golpes de cócteles Molotov) establecimientos comerciales, cuida de sus restaurantes Rosalia y Floral, o del cine Riviera. Por no hablar de sus dos quioscos, de la estatua de los enamorados y de dos o tres cosas más. Una visita por la noche permite constatar los efectos de la crisis, pero también encontrar las características inmutables de Exarchia, el territorio griego de mayor agitación tras la caída de la dictadura y calificado como tal incluso por el Departamento de Estado americano.

Música a gran volumen, descapotables y mafia

Muchas noches, la plaza acoge a DJ aficionados o a grupos de música, pero siempre se escucha música a gran volumen: “Queremos música fuerte y espectáculos para echar a los yonquis, a los vendedores de productos falsificados y a la mafia albanesa”, explica el organizador de un concierto. A pesar de la música ensordecedora, la plaza acoge también a jóvenes más pequeños que juegan al balón, beben cervezas y discuten en pequeños grupos de todo, menos de política. Por la noche, en la plaza Exarchia, el debate político es casi inexistente.

¿Cómo hablar de política si, desde las once de la noche, los Mini-Cooper, los BMW descapotables y los Audi llegan de los barrios adinerados para llevar a sus jóvenes ocupantes hasta las cafeterías de la plaza? A menudo se trata de grupos de chicas, subidas en tacones de 15 centímetros o en sandalias Tod’s, vestidas de Prada y con bolsos de Louis Vuitton. Beben cervezas y disfrutan, sólo durante la noche, del ambiente mítico de la plaza Exarchia. A veces, se percibe un olor a marihuana de las mesas vecinas, donde un grupo que lleva camisetas impresas con mensajes revolucionarios alaba sus peinados.

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¿Hay alguien que les detenga? Nadie. Los habitantes del barrio explican que las fuerzas del orden no son bienvenidas. Todos los uniformes en general, desde los policías hasta la brigada antifraude fiscal. Si ocurre algo, es posible que la policía no intervenga. O que espere hasta que se haga de día. Yorgos Apostolopulos, consejero municipal cercano al alcalde de Atenas, ya ha llamado varias veces a la central de la policía para quejarse por la música a todo volumen. El responsable le respondió que iba a informar de ello a su jefe, pero hizo caso omiso de la llamada.

Persecuciones y cerveza barata

Exarchia también arrastra su parte de ”elementos criminales”, como se califica a los paquistaníes que venden tabaco de contrabando, o a la mafia albanesa que trafica con drogas. Pero los habitantes del barrio hacen limpieza ellos mismos, expulsándoles de forma regular. Y los anarquistas no son los últimos en participar.

Giorgia Blani tenía una tienda de joyas en la plaza. En varias ocasiones ha sido testigo de las batidas contra grupos específicos a base de porras. “No crea que la plaza está siempre llena de gente. Todos los años, cuando llega el día del aniversario del levantamiento contra la dictadura, el 17 de noviembre, la gente desaparece, tienen miedo y cada vez es más peligroso”, relata. Sobre todo si alguien con el pelo rapado camina extrañamente por la calle. Pueden creer que se trata de un fascista y le aporrean.

Otros creen que la crisis ha beneficiado a Exarchia. Es cierto que algunas librerías han echado el cierre, el pequeño comercio se ha extinguido, pero también han proliferado los pequeños bares que ofrecen cervezas muy baratas. Hay buena música en directo gratuita y todo está limpio. En el Vox, el antiguo cine transformado en edificio ocupado, se ha instalado un café social: en él se pueden tomar cervezas baratas y ¡sin factura! Es difícil echar a los okupas y cerrar definitivamente este antiguo cine. La última vez que la policía lo intentó, los anarquistas regresaron tres días después, forzaron la cerradura y se instalaron en el edificio. Y siguen viviendo en él.

Anarquistas y heroína

Pero no sólo hay anarquistas en la plaza, eso es un mito. Con el regreso de la heroína, Exarchia ha cambiado. Los ultras de la vecina calle Messolonghi merodean alrededor de la plaza: es la calle más peligrosa de la capital. Los “históricos” de la plaza, en algunos casos amigos o compañeros de clase de Alexis Grigoropulos [el joven de 15 años que falleció tiroteado por un policía en diciembre de 2008 cerca de la plaza], desconfían. Las organizaciones como la iniciativa anarco-sindicalista o los Anarquistas para la liberación social se consideran las más civilizadas de la plaza Exarchia, porque son las únicas cuyos miembros están organizados.

Defienden el anarco-sindicalismo, surgido durante la Guerra Civil española, pero también el anarquismo social, un derivado comunista del anarquismo. Delimitan su territorio con banderas negras durante las manifestaciones, pero no han participado en el movimiento de los indignados porque lo consideran como una iniciativa de la pequeña burguesía. Para ellos, la abolición del memorándum de rigor [firmado por el Gobierno con la troika, es decir, la UE, el BCE y el FMI] es la única lucha que merece la pena contra el capitalismo total.

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