La Europa a dos velocidades se acelera

Las medidas adoptadas para luchar contra la crisis financiera cambian la naturaleza misma de la Unión. Excluidos de las transformaciones que éstas suponen, los países exteriores a la zona euro temen convertirse en miembros de segunda.

Publicado en 17 junio 2010 a las 13:58

Cuando España, que preside actualmente la Unión Europea, llamó en enero a un refuerzo de la cooperación económica en el seno de la Unión y a la imposición de sanciones a los Estados excesivamente endeudados, la gente se rió del primer ministro Zapatero. Sin embargo, poco después de que el virus de la crisis se convirtiera en una amenaza para el conjunto de la zona euro, la coordinación se ha convertido en una idea de moda en Bruselas. “Las crisis son el mejor modo de acelerar las reformas”, dicen hoy los diplomáticos europeos. El único bemol es que las reformas que se adivinan podrían hacer estallar la UE en diversos clubes de países más o menos integrados, y Polonia (así como los demás miembros “nuevos”) deben luchar para no quedar relegados a una segunda categoría.

La pareja franco-alemana decide todo

Los cambios que se están produciendo actualmente, acelerados por la crisis griega, proceden cada vez más de decisiones tomadas por los alemanes y los franceses, pasando por alto a la Comisión Europea. La zona euro, convertida en el núcleo duro de la Unión, acaba de crear un fondo intergubernamental [el fondo europeo de estabilidad], con base en Luxemburgo, cuyo objeto es conceder, con una participación mínima de Bruselas, ayudas financieras a los países de la zona euro que se enfrenten a graves dificultades financieras. Uno para todos, todos para uno. El acuerdo sobre este fondo modifica de facto los tratados de la UE, ha declarado recientemente Pierre Lellouche, ministro francés de Asuntos Europeos.

Más aún, y a pesar de cierta reticencia por parte de Berlín, los franceses trabajan para la creación de un consejo permanente de los países del Eurogrupo para coordinar las políticas económicas y supervisar la disciplina presupuestaria. Alemania, por su parte, querría sancionar severamente a los países que incurran en notorio laxismo presupuestario, con la suspensión de toda transmisión de fondos de la UE (incluidos los fondos estructurales).

Por más que la canciller Angela Merkel asegure que las reformas deberían implicar al conjunto de los veintisiete Estados miembros de la UE, resulta difícil imaginar que un sistema de sanciones tan severas pueda ser aceptado por Londres, siempre tan atento a la salvaguarda de su soberanía y de sus derechos dentro de la Unión. Si la coordinación económica resulta imposible en el ámbito de los Veintisiete, va a tener que limitarse a la zona euro. En efecto, es poco probable que Alemania renuncie a luchar por la estabilidad del euro, declara un alto funcionario de la UE.

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Sin duda, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy disienten acerca de las reformas concretas que deben imponerse, pero la desconfianza hacia la Comisión Europea se extiende cada vez más entre alemanes, franceses y holandeses. ¿Acaso no ha fracasado en su misión de control con Atenas, que llevaba años falsificando sus estadísticas?, dicen las voces críticas, que señalan también hacia la excesiva indolencia de esta Comisión, incapaz de reaccionar con rapidez a las manifestaciones de la crisis financiera. Sin embargo, era justamente la Comisión la que llevaba años preconizando la necesidad de evaluar las orientaciones presupuestarias de los Estados miembros. Los ministros de Economía han aceptado en un primer momento esta idea, excluyendo sin embargo que la Comisión tome parte en ello.

Polonia y Suecia temen que parte de Europa sea ignorada

La Unión Europea está roída por una crisis de confianza no sólo externa sino también interna, estima el politólogo austriaco Paul Luif. La disminución del papel de la Comisión y de las demás instituciones comunitarias pone en peligro los procedimientos diseñados para garantizar la participación de todos los Estados miembros en el proceso de toma de decisiones de la UE. Con ocasión de los debates sobre el fondo de ayuda de emergencia, por ejemplo, no se tuvo en cuenta el número de asientos en el Parlamento Europeo, ni los votos en el Consejo de tal o cual país, sino la opinión de los principales contribuyentes de la Unión y su diagnóstico de la crisis.

“Tras mi nombramiento como jefe del Consejo Europeo, me llamaron ratoncito belga. Estos días oigo decir que inflo mis competencias. ¡Qué progreso más increíble en cinco meses!”, ironiza Herman Van Rompuy, quien sin embargo se impone cada vez más sobre el presidente de la Comisión, José Manuel Barroso. Es al belga y no al portugués a quien los países miembros confían los trabajos relativos a las reformas contra la crisis.

El desarrollo de la cooperación económica, los regímenes de ayuda e incluso la aplicación de sanciones dentro de la zona euro ahondarán inevitablemente la división de la Unión convirtiéndola en una Europa que avanzará a dos velocidades diferentes, en la cual Polonia y otros países externos a la zona euro podrían convertirse en miembros periféricos, menos integrados y menos escuchados. Polonia y Suecia no cesan de poner en guardia ante este escenario. ¿Pero es realmente posible frenar este proceso? ¿Es posible ralentizar la integración del núcleo duro de la Unión para que no impida la adhesión de Polonia al euro?

La idea de varias velocidades es rechazable porque surge de una época convulsa. Nadie persigue explícitamente la creación de un núcleo duro dentro de la Unión, sólo se trata de salvarse de la crisis. No es extraño que los países más importantes de la Unión Europea no se dirijan a los funcionarios de Bruselas, sino que apliquen sus propias ideas, las que consideran mejores. Y tal vez prefieran discutirlas lejos de Bruselas, reconocía un diplomático polaco. Más que bloquear la profundización de la coordinación económica, Varsovia debería comenzar a perseguir a esos países que van en cabeza y saltar lo antes posible a este “tren de alta velocidad”.

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