Noticias ¿Cuál es el futuro de la Unión? / 6

Se buscan líderes motivados para Unión a la deriva

En el momento en que la introducción de la moneda única y el refuerzo de las instituciones lo reclamaban, Europa careció de un auténtico liderazgo. Ahora que se enfrenta a la crisis del euro y a los peligros de fragmentación de la Unión, es hora de que los responsables políticos nacionales dejen espacio para autoridades europeas verdaderamente independientes.

Publicado en 23 junio 2010 a las 15:02

La experiencia del pasado y de las crisis que han motivado el avance de la Unión puede resultar útil en este proceso. Pero en esta ocasión, dicho impulso renovado se ve enfrentado a unas opiniones públicas erráticas, a una cierta pérdida de cohesión comunitaria, al rechazo de una integración que es percibida como una camisa de fuerza, a la multiplicación de movimientos radical-populistas que promueven el localismo y el separatismo (véase el resultado de las elecciones en Bélgica) así como a una indiferencia extendida y culpable. A ello se suman los interrogantes acerca de Alemania: ¿ha terminado su romance con Europa o sigue vivo, aunque sea corregido por una nueva orientación hacia una cultura de la estabilidad a la Alemana? En mi opinión, la canciller Angela Merkel mantiene una defensa del euro que se basa no en la retórica de la solidaridad sino en las ventajas del rigor para los ciudadanos de la Unión. Suyo es el mérito de haber abierto un auténtico debate acerca de la política financiera y económica futura de la Unión.

Los errores de la UE

Ante la gravedad de la tormenta que se ha abatido sobre el euro, es preciso identificar los errores —aunque sólo sea para no repetirlos— y comprender dónde hemos fallado: las grandes naciones han sido demasiado temerosas; Europa ha permanecido sin liderazgo en un momento en que la introducción de la moneda única y el refuerzo de las instituciones habrían requerido un nuevo paso hacia delante; se ha perdido en disputas, comenzando por las poco gloriosas divisiones sobre el conflicto de Irak en 2003. Puesto que los distintos errores van ligados entre sí, pasemos revista a algunos de ellos: 1) la supranacionalidad (o soberanía compartida) es sacrificada en nombre de la cooperación intergubernamental, con el resultado de un empobrecimiento del rol de la Comisión, que debería ser la garante de los intereses generales; 2) la infravaloración, por no decir la indiferencia ante la oposición de la opinión pública a una extensión de las fronteras europeas hacia el Este, a pesar del fracaso de la ampliación a Bulgaria y Rumanía; 3) el debilitamiento de la credibilidad europea por el desajuste entre la repetición ritual de los objetivos —una Europa que se dirija al mundo con una sola voz, una representación común en las instituciones internacionales, etc.— y la realidad de los resultados; 4) la disolución progresiva de la conciencia de que los intereses nacionales se defienden mediante la construcción de Europa y no mediante la protección de intereses corporativistas; 5) el desaprovechamiento del potencial de los intercambios universitarios de tipo Erasmus, esenciales para crear una futura opinión pública continental; 6) la nefasta confusión entre sociedad multiétnica y sociedad multicultural, alimentada por el carácter generalista y la opacidad de la política europea en materia de inmigración; 7) por último, el error más desastroso de todos: los gobiernos se han dormido en los laureles a sabiendas de que la introducción de la moneda única era un riesgo calculado, un seguro frente a los viejos demonios, un instrumento de estabilización que debía completarse con una política económica y financiera común.

No se ha avanzado demasiado en ese terreno, y sobre todo no se han abordado seriamente las reglas que deben regir la zona euro. Ha sido necesario un ataque especulativo contra la moneda única para tomar conciencia de que las instituciones garantes de la estabilidad del euro no estaban a la altura. Y ahora nos toca pagar la factura.

Un nuevo europeísmo para convencer a los mercados

Así pues, son los enemigos de Europa los que se han encargado de interpretar y comunicar el lenguaje generalista del europeísmo oficial, y no los aquellos que han expuesto verdades difíciles de digerir. Entre estos últimos cabe citar las declaraciones del ex presidente italiano Carlo Azeglio Ciampi sobre la necesidad de un gobierno económico, y las de Angela Merkel contra la adhesión de Turquía. El europeísmo se encuentra de nuevo en el banco de pruebas: se trata hoy de probar su capacidad de reencontrar una ruta que resulte convincente para los mercados y para las opiniones públicas, y de buscar con paciencia la armonía política y social entre los Veintisiete. ¿Tendrán los gobiernos el valor y la lucidez necesaria para ello?

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El refuerzo del pacto de estabilidad y de crecimiento no puede ser duradero sin el apoyo de una voluntad renovada de invertir en la unión monetaria, en el aprovechamiento del capital todavía inexplorado que ofrece el mercado único y en los progresos de la unión política. Tal vez sea imposible transformar una Unión en un Estado supranacional, pero sí es posible acentuar su carácter unitario.

Es preciso aceptar políticamente la existencia de unas autoridades europeas auténticamente independientes, y por lo tanto cederles terreno: ¡veremos lo que ocurre cuando la Comisión deba examinar los presupuestos nacionales antes de que sean debatidos por los parlamentos de los Estados miembros! Y también cómo afrontará Italia la perspectiva —todavía abierta en este momento— de un gobierno económico común, cómo conseguirá mantener los lazos necesarios con Francia y Alemania. El respeto reencontrado hacia los criterios [de convergencia] de Maastricht y el redescubrimiento de la integración vendrían a confirmar un bienvenido retorno al camino recorrido con éxito por varias generaciones.

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