Noticias ¿Cuál es el futuro de Europa? / 7

Dos Europas frente a la crisis

La crisis económica ha ralentizado o incluso detenido el acercamiento entre los países de la Europa central y los del antiguo bloque comunista. Frenados en su impulso hacia la democracia liberal por los deberes que impone el capitalismo, estos últimos asisten a una subversión de los valores por los que habían luchado, según escribe el intelectual yugoslavo Predrag Matvejević.

Publicado en 1 julio 2010 a las 15:04

Europa y la otra Europa no logran acercarse realmente, menos aún unirse. Cada vez se extiende más el temor a que el futuro pueda parecerse al pasado, a un pasado no tan lejano, pero que parece la peor de las opciones posibles y que recordamos con angustia. Al comienzo del tercer milenio, Europa, América y gran parte del resto del mundo se vieron sorprendidos por unos acontecimientos evidentes pero que prácticamente nadie podía prever en los países llamados del Este: una gran crisis cíclica se ha visto amplificada y banalizada, una de las crisis más graves de los últimos años, cuyos efectos no dejan de extenderse en la sociedad y economía tanto del Este como del Oeste, y de lanzar sus asaltos sobre la política y la cultura, provocando situaciones que no habríamos sabido imaginar, un desencadenamiento de acontecimientos que no conseguimos controlar y mucho menos, encauzar.

El capitalismo salvaje a la orden del día

¿Acaso podíamos imaginar, hace tan sólo doce años, que el capitalismo financiero pondría en peligro la existencia misma del capitalismo? ¿Que sus contradicciones, tanto internas como externas, lo expondrían hasta tal punto a las miradas críticas? La constatación vale también para un neoliberalismo que se ve obligado a renunciar a las diversas formas de liberalización a las que todavía juraba fidelidad la víspera de la crisis y que había convertido en su seña de identidad. Un capitalismo que renuncia a ellas por un sistema bancario que frena el funcionamiento de los propios bancos, y por una buena parte de Europa que sufre de euroescepticismo.

Una suerte de capitalismo salvaje invade hoy los países que ayer se consideraban anticapitalistas. La crisis empuja a los más débiles a apoyar a quienes poseen riquezas, ya sean de derechas o incluso de izquierdas, con la esperanza de conservar su puesto de trabajo amenazado, o de obtener uno. Y todo esto para mantener un nivel de vida normal, o decente, o siquiera la apariencia de tal nivel de vida. Brecht escribió que fundar un banco era un crimen mucho más grave que robar uno. Hoy sin embargo la mayoría de los pobres temen lo que podría ocurrir si un banco se declarara en quiebra y llevara a la ruina a sus accionistas-propietarios, así como a la pérdida de sus acciones. El grito “¡trabajo, trabajo!” se ha convertido en una letanía. Nos encontramos ante valores que han sido invertidos; valores en los que mucha gente creyó y por los que se realizaron muchos sacrificios.

Falta unión entre intelectuales

Hace tiempo que la política ha perdido algunos de sus referentes culturales más importantes, e incluso evita promover el surgimiento de una cultura política positiva, del tipo que sea. Los intelectuales están desconectados entre sí, operan de forma dispersa, casi siempre dentro de círculos estrechos, en su entorno inmediato y únicamente dentro del marco estricto de sus competencias. Los intelectuales son individuos aislados que no logran unirse ni actuar conjuntamente. Los que detentan el poder, en la mayoría de los casos, los ignoran o los obligan a seguir encerrados en sí mismos. La voz de los intelectuales, con muy escasas excepciones, no se escucha demasiado en la sociedad en el momento de la toma de las decisiones. La “disidencia” de otro tiempo, que se atrevió a asumir tantos riesgos durante los regímenes estalinistas y postestalinistas, ya no existe. El intelectual crítico se ve condenado a la soledad. Las tecnologías y sus variadas aplicaciones conservan la capacidad aparente de ocupar el lugar de la vieja cultura y sus métodos superados, obsoletos, la capacidad aparente de ser una cultura en sí y para sí y no uno de sus derivados. Las causas y las consecuencias terminan por mezclarse y no logran determinarse unas con respecto a las otras.

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En este contexto, también habría que determinar el ritmo de estos acontecimientos. Hemos visto que la mundialización ha avanzado por impulsos sucesivos, a través de lentos serpenteos y encontrando a su paso una serie de obstáculos y todo un dédalo de desconfianzas. La crisis, en cambio, se ha extendido muy rápidamente y de forma directa, hasta invadir el planeta entero en un espacio muy corto de tiempo. Me pregunto si, y de qué manera, podríamos controlar el ritmo de los acontecimientos y orientarlo en la dirección más favorable para la gran mayoría de la humanidad. También cabe preguntarse qué ocurrirá cuando hayamos salido totalmente de esta crisis. ¿Cuál va a ser nuestro punto de partida? ¿En qué dirección daremos nuestros primeros pasos? ¿Cómo lograremos reconquistar la confianza necesaria para salir adelante? En la época en que vivimos, con los problemas que nos asedian, las preguntas son mucho más numerosas que las respuestas que se nos dan. Las respuestas que escuchamos y leemos no nos satisfacen demasiado. Raramente son animadoras. Después de todo lo que ha sufrido nuestra civilización, nos hemos vuelto menos ingenuos, más críticos o más irónicos, lo cual es uno de los escasos elementos positivos de nuestro magro balance. No sólo en el Este. ¿Ex oriente lux? No hay razón para reír. Occidente está cansado de sí mismo. Se limita a contemplar con la mirada fija su propia suerte. Tal vez sea lo único que le queda por hacer.

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