Foto: Shahram Sharif

Tiempo de reinventar el mundo

En una tribuna publicada por Le Monde, el sociólogo y filósofo francés Edgar Morin hace un llamamiento para una metamorfosis de la civilización en la que tenga más importancia el amor, la solidaridad y la poesía. En su opinión solamente la ecología política parece comprometerse con tal proyecto.

Publicado en 16 junio 2009 a las 16:53
Foto: Shahram Sharif

No debemos ni sobrestimar ni subestimar el éxito que han obtenido los Verdes en Francia en las elecciones europeas. No se debe sobrestimar porque es debido, en parte, a la incompetencia del Partido Socialista y a la escasa credibilidad de los centristas del Modem y los pequeños partidos de izquierdas. Tampoco se debe subestimar porque demuestra que el progreso político de la conciencia ecológica es una realidad en Francia.

Lo que sigue siendo insuficiente es el grado de conciencia de la relación que existe entre política y ecología. Los problemas de la justicia, del Estado, de la igualdad y de las relaciones sociales no están dentro del ámbito de la ecología. Una política que no incluyese la ecología estaría coja, pero una política reducida a la ecología también.

Todavía se sigue considerando al hombre como a un ser “sobrenatural” y no se reconocen los complejos lazos que nos atan al mundo vivo, cuya desaparición implica la nuestra.

Cualquier política ecológica tiene dos vertientes, una centrada en la naturaleza y otra, en la sociedad. Por ejemplo, pretender que las energías limpias sustituyan a las contaminantes tiene algo de política sanitaria, de higiene y de calidad de vida; el ahorro de energía es también una forma de luchar contra la propagación de la fiebre consumista entre las clases medias; la reducción de la contaminación en las ciudades, fomentando la utilización del transporte público eléctrico y la peatonalización de los cascos históricos, contribuiría en gran medida a hacer más humanas las ciudades, algo que implicaría, además, la supresión de los guetos —incluidos los guetos de lujo de los más privilegiados— para acabar con la estratificación social.

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Si bien puede afirmarse que la ecología política tiene en la actualidad contenido económico y social, hay algo mucho más profundo que no incluye ningún programa político: la necesidad positiva de que cambiemos nuestra forma de vida, en favor de una existencia menos desmesurada, sí, pero sobre todo de más calidad y más poética.

Pero la ecología política no ha desarrollado aún lo suficiente este aspecto. Para empezar, no ha asimilado el segundo mensaje, lanzado a principios de los años 1970 —al mismo tiempo que surgía el mensaje ecológico— por Ivan Illich. Este pensador de la ecología política enunció una original crítica de nuestra civilización en la que ponía de manifiesto como el avance del bienestar material trae consigo un malestar psíquico. Un malestar que resulta evidente si pensamos en la proliferación de medicamentos, somníferos, antidepresivos, terapias, psicoanálisis y guías espirituales, pero que no percibimos como producto del progreso.

Las estadísticas, que solemos aplicar a todos los ámbitos, no contemplan el sufrimiento, la felicidad, la alegría ni el amor, esto es, lo que nos importa en la vida, pero que consideramos extrasocial, personal. Las soluciones propuestas son siempre cuantitativas: crecimiento económico, aumento del PIB... ¿Cuándo tendrá la política en cuenta que la especie humana está perdida en el universo y que tenemos una inmensa necesidad de amor?

Los efectos negativos de los avances de nuestra civilización, como por ejemplo el menoscabo de la solidaridad, pesan cada vez más que los positivos. Una política que integrase la ecología en la problemática humana plantaría cara a las dificultades que suponen dichos efectos negativos. Así entenderíamos que tender nuevos lazos de solidaridad es un aspecto clave de una política de civilización.

De este modo, la ecología política tendría cabida dentro de una gran política renovada y podría contribuir a dicha renovación.La ecología política contiene verdades y carencias. Lo mismo les ocurre a los partidos de izquierdas, contienen verdades, errores y carencias, cada uno a su manera. Deberían descomponerse para dar lugar a una fuerza política renovada que abra nuevas vías: una vía económica en pro de la economía plural; una vía social que defendería la lucha contra la desigualdad, la reducción de la burocracia en las organizaciones públicas y privadas, y la instauración de la solidaridad; y una vía existencial que potenciaría el cambio de vida, poniendo de manifiesto lo que todos intuimos en nuestro fuero interno, que el amor y la comprensión son los bienes más preciados del ser humano y que lo importante es vivir poéticamente, es decir, plenamente, en comunión y con pasión.

Y si fuera cierto que la historia de nuestra civilización globalizada nos lleva al abismo y que hemos de cambiar de rumbo, todas estas nuevas vías deberían poder converger en una mayor que nos condujese, mejor que una revolución, a una metamorfosis. No estamos al comienzo siquiera de la renovación política, pero la ecología política podría engendrar y avivar el comienzo de un comienzo.

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