Los dirigentes de la eurozona pisotean la democracia

En paralelo a la cumbre de Bruselas, los jefes de Estado y de Gobierno de la eurozona han ratificado el nombramiento del luxemburgués Yves Mersch como consejero del Banco Central Europeo. Al pasar por alto la opinión contraria del Parlamento, han puesto de manifiesto el mal funcionamiento de la UE.

Publicado en 26 noviembre 2012 a las 12:35

Todo el mundo está de acuerdo en que Europa sufre un déficit democrático, una falta de legitimidad y un alejamiento del ciudadano. Todo el mundo menos los jefes de Estado y de Gobierno de la eurozona, ya que, durante la cumbre europea del viernes, nombraron tranquilamente a Yves Mersch, actual gobernador del Banco Central de Luxemburgo, como consejero del BCE. A pesar del voto negativo del Parlamento Europeo.

Con este nombramiento, el Consejo Europeo demuestra el valor del Parlamento Europeo, a pesar de que con que el Tratado de Lisboa se asegure que tiene un "verdadero" poder. No importa que la asamblea rechazara esta candidatura por el sexo de Mersch. Se podría estimar inadmisible. Pero en democracia, el voto del Parlamento es ineludible. Es una regla de oro más esencial que la regla de oro presupuestaria. Pero no es la que está inscrita en los tratados europeos.

La voz del Bundesbank

La llegada de Yves Mersch a la dirección del BCE también pone de manifiesto la pésima vía por la que se arrastra Europa. Los jefes de Estado y de Gobierno no están dispuestos a dejar que se escuche otra voz distinta a la suya. El problema es que esto implica contrariedades mucho más nefastas que el nombramiento del luxemburgués. La gestión de la crisis de la deuda, que consiste desde hace dos años en poner parches sobre esparadrapos durante las "cumbres de la última oportunidad " que se suceden, es fruto de este funcionamiento desastroso. El reciente fracaso del Eurogrupo sobre Grecia, que debía solucionarse el lunes, lo ha demostrado una vez más.

El establecimiento de un parlamentarismo europeo sería uno de los modos de crear ese sentimiento de comunidad a escala europea que tanta falta hace hoy. Implicaría la responsabilidad de los electores, de los elegidos y de los jefes de Estado y resultaría de lo más fructífero. Tiene gracia pensar que estos mismos jefes de Estado que se han limpiado los pies sobre el voto de los elegidos de Estrasburgo vendrán llorando y deplorando la abstención masiva por la que sin duda se caracterizarán las próximas elecciones europeas y suspirarán por "ese mal que corroe nuestra democracia".

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Pero en realidad, el nombramiento de Yves Mersch es aún más preocupante de lo que parece. Constituye la victoria de un tipo concreto de idea de Europa. En primer lugar, desde el punto de vista monetario, significa la entrada de un halcón en la dirección. Un halcón que será la voz del Bundesbank y que es de imaginar que frenará, al menos de forma interna, la participación necesaria del BCE en la gestión de la crisis en nombre de la "estabilidad".

Expulsión de España

En segundo lugar, tiene consecuencias en el ámbito de representación en Europa. La llegada de Yves Mersch confirma la expulsión de un representante permanente de España dentro de la dirección del BCE. Madrid expresó su oposición ante este nombramiento. Porque no nos engañemos: si se ha expulsado a España, es por las dificultades que el país está viviendo. Dicho de otro modo, los países en crisis se convierten claramente en países de segunda categoría. O peor aún: los jefes de Estado y de Gobierno habrían estimado útil garantizar dentro de la dirección un cierto equilibrio entre el "norte" y el "sur" de Europa, validando así una visión "étnica". Todo esto sin duda es un mal augurio para la gestión de nuestro continente.

Por último, el nombramiento de un luxemburgués confirma la excesiva influencia del Gran Ducado en las instancias directivas europeas, ya que su primer ministro también es presidente del Eurogrupo. Aunque quisiéramos reconocer que los súbditos de su Alteza Real Enrique de Luxemburgo están mejor dotados que los demás, no es una postura neutra, cuando la propia Comisión Europea critica la poca voluntad de este pequeño Estado en la lucha contra los paraísos fiscales y cuando, al mismo tiempo, grandes países luchan por volver a tener unas finanzas sanas.

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