Un colegio electoral durante la segunda vuelta de las elecciones primarias en el Partido Demócrata Roma, 2 de diciembre de 2012

Aún hay margen para la política

Los votantes italianos cuestionan la teoría de que la crisis de la eurozona está acabando con los sistemas de partidos políticos en el sur de Europa, al elegir a Pier Luigi Bersani como candidato a primer ministro del Partido Demócrata, de centro-izquierda.

Publicado en 4 diciembre 2012 a las 17:18
Un colegio electoral durante la segunda vuelta de las elecciones primarias en el Partido Demócrata Roma, 2 de diciembre de 2012

Pierluigi Bersani, de 61 años, es un excomunista de orígenes obreros que en las elecciones primarias del domingo contó con su fiel base sindicalista para derrotar a Matteo Renzi, alcalde de Florencia y un presuntuoso rival de 37 años.

Ahora que las encuestas de opinión apuntan a que el Partido Demócrata obtendrá un 30 por ciento de apoyo en todo el país, muy por delante de sus rivales, parece que Bersani está en la posición idónea para convertirse en primer ministro de un Gobierno de coalición de izquierda tras las elecciones parlamentarias previstas en marzo.

Sin embargo, tanto en Italia como por todo el Mediterráneo, las perspectivas de los partidos tradicionales son mucho más complejas que lo que transmite el éxito de Bersani. La evolución más sugerente en la política italiana sigue siendo la descomposición de las fuerzas de centro-derecha que han dominado la escena nacional desde 1994. El partido Pueblo de la Libertad del exprimer ministro Silvio Berlusconi, conocido anteriormente como Forza Italia, está abocado a la retirada. Gran parte de su apoyo se está yendo hacia el idiosincrásico Movimiento Cinco Estrellas del cómico Beppe Grillo, cuyo éxito se extiende "como una plaga".

Pero el atractivo de la iconoclasia política tiene sus límites, incluso en un país cuyas élites políticas están tan desprestigiadas como en Italia, por arrastrar al país al borde del desastre financiero. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, un partido contrario a la clase dirigente, conocido como Uomo Qualunque (Hombre Corriente) irrumpió en la escena y ganó más de un millón de votos en las elecciones de 1946 y de 1948, por lo que ocupó una docena de escaños en el Parlamento.

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Aún así, el éxito de este partido se desvaneció casi tan rápido como surgió, abrumado por los cristiano-demócratas en la derecha y los comunistas en la izquierda. La pregunta es si el movimiento de Grillo sobrevivirá al inevitable resurgimiento del centro-derecha en Italia después de que Berlusconi se retire finalmente.

Grecia constituye el ejemplo más claro del colapso del orden establecido. Hasta la crisis de la deuda de 2009, la política había estado controlada desde el final del régimen militar en 1974 por dos partidos: el conservador Nueva Democracia y el socialista Pasok. Pero en las elecciones generales de hace seis meses, los votos conjuntos de estos dos partidos apenas llegaron al 42%.

El especial el Pasok, con un mero 12,3% de los votos, parecía que había perdido sus fuerzas. Los votantes apostaron en masa por el Syriza, una alternativa más explícitamente de izquierdas. Pero aparte de la obviedad de que el electorado estaba expresando su ira por la caída de Grecia al abismo, uno de los motivos por los que se produjo esta hemorragia general en los partidos mayoritarios fue que tenían muchas menos influencias que ofrecer a cambio de votos.

El sistema de partidos instaurado en España y Portugal tras las transiciones democráticas de los años setenta, de momento se mantiene mejor que en Grecia. En España, en el ámbito nacional, aunque no en el regional, la victoria se juega entre un gran partido de derechas y otro de izquierdas. El cambio se encuentra bloqueado por el carácter altamente centralizado de estos partidos y por el poder de las direcciones de los partidos para elegir a los candidatos en el momento de las elecciones, ya que no cuentan con la opinión de los miembros de los partidos [el expresidente José Luís Rodríguez Zapatero fue elegido candidato en elecciones primarias en 2000] ni con la de los votantes.

La popularidad de Rajoy cae en picado

Sin embargo, existen ciertas diferencias entre España y Portugal. Si bien el índice de popularidad de Mariano Rajoy, el presidente de centro-derecha, está cayendo en picado, los ciudadanos españoles no muestran más simpatía por Alfredo Pérez Rubalcaba, el líder de la oposición socialista. Incluso entre los votantes de su propio partido, se observa una sorprendente falta de confianza de que Rubalcaba podría gobernar España con más eficacia que Rajoy.

Si España muestra algunas condiciones esenciales para la reforma del sistema de partidos, es algo que parece menos probable en Portugal. En este país, los social-demócratas de centro-derecha que gobiernan el país y los socialistas de la oposición mantienen la capacidad de reflejar las actitudes de un pueblo que en muchas ocasiones parece políticamente más pasivo que sus primos españoles. En 1975, cuando Portugal celebró sus primeras elecciones libres en cinco décadas, el nivel de participación fue del 92%. Pero en las elecciones nacionales del año pasado, fue del 58%.

Da que pensar el hecho de que, incluso en una época de crisis, los jóvenes que han nacido en una sociedad democrática, voten menos que sus padres, que vivieron en primera persona el autoritarismo.

Francia

Caos en el partido de Sarkozy

Le Figaro, el diario conservador más importante de Francia, ha descrito la situación como “un suicidio en directo”. Desde el 18 de noviembre, la UMP (Unión por un Movimiento Popular) ha venido manifestando públicamente su división. Ese día, los afiliados del partido votaron para elegir a un nuevo presidente para el partido del ex presidente francés Nicolas Sarkozy. El escrutinio estuvo muy empatado, y los dos candidatos se enfrentan ahora por el recuento y se acusan mutuamente de fraude.

Dos comités internos han designado como ganador a Jean-François Copé, secretario general del partido. François Fillon, exprimer ministro de Sarkozy, protesta contra el resultado y ha creado un grupo disidente dentro de la Asamblea Nacional. A pesar de que se les consultó para tratar de encontrar una solución, ni el exprimer ministro Alain Juppé ni el propio Sarkozy han conseguido que el proceso avance, por lo que Fillon lo ha puesto en manos de la Justicia.

“Debemos contar este cuento ejemplar que se manifiesta en todas partes: en los regímenes 'postdemocráticos' las elecciones son únicamente un frente y la mayor parte del poder radica en otros lugares”, escribe el periodista Philippe Thureau-Dangin en las páginas de Le Monde

El politólogo británico Colin Crouch analizó este fenómeno a principio de la década de los 2000 y explicó cómo, poco a poco, los intereses privados y el poder de los grupos de presión, los economistas, los medios de comunicación y otros jugadores han vaciado la democracia de su significado y de su esencia, incluso en Europa, donde el filósofo Jürgen Habermas ha calificado a la propia canciller Angela Merkel de post-democrática. En este mundo post-democrático, a los políticos les cuesta mantener la separación de poderes. Conforme terminó la era de losgolpes de Estado, nos introdujimos en una era de permanentes golpes de fuerza.

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