Ante todo mucha calma

El reciente resurgimiento del espíritu secesionista en Europa plantea cuestiones delicadas para la Unión, desde la pertenencia automática de Escocia a la UE en caso de que se separe del Reino Unido, hasta cómo gestionar las peticiones de ayuda militar para contrarrestar la acción de los grupos independentistas. En opinión de un periodista griego, los líderes de la UE ante todo deben llevar a cabo un análisis libre de presiones.

Publicado en 9 enero 2013 a las 16:35

A pesar de que se afirme lo contrario, la UE es fundamentalmente una unión de Estados naciones y seguirá siéndolo a no ser que se produzca un cambio radical en el acervo comunitario algo que, de momento, no se prevé.

No hay mejor prueba de esta afirmación que el hecho de que, incluso tras su "ascenso" con el Tratado de Lisboa, el Parlamento Europeo, la única institución elegida directamente por los pueblos de Europa, también es la más débil de todas. Cuando la crisis financiera y de la deuda soberana planteó una amenaza existencial para la UE, el proceso de toma de decisiones cambió de inmediato de las instituciones comunitarias a las representaciones nacionales.

Pero cuando se ve amenazada la integridad de sus Estados naciones, la UE no puede mantener una distancia de seguridad con respecto a los acontecimientos que tienen lugar en Flandes, Cataluña o Escocia, por mucho que lo deseen sus principales grupos de interés. El reciente resurgimiento de los movimientos separatistas como consecuencia de la crisis, planteará a Bruselas numerosos desafíos.

Posible efecto dominó

En primer lugar, las regiones europeas que aspiran a la independencia ya han empezado a plantear cuestiones molestas, de momento de forma implícita, aunque en breve también lo harán explícitamente: ¿Escocia tendrá que volver a solicitar su pertenencia a la UE si su población vota a favor de la independencia en el referéndum de 2014? ¿A los catalanes se les privará de su actual ciudadanía europea si optan por separarse de España? ¿Cómo reaccionará la UE si uno de sus miembros pide ayuda porque se enfrenta a "una amenaza para la seguridad nacional" en forma de un movimiento independentista?

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La lógica jurídica convencional plantea que si surge un nuevo Estado en Europa, tendrá que pasar por todo el proceso de adhesión y obtener la aprobación unánime de todos los miembros existentes de la Unión antes de ser aceptado y formar parte del club. En virtud del Tratado de Lisboa, la ciudadanía europea es “complementaria” a la ciudadanía nacional de un Estado miembro.

Aunque la UE pudiera gestionar políticamente y jurídicamente un incidente aislado secesionista (por ejemplo, en Escocia), un posible efecto dominó de demandas similares en el País Vasco, Cataluña, Tirol del Sur, Flandes, Alsacia y Córcega en Francia, de los polacos en Lituania, los frisos en Países Bajos y los musulmanes en el noreste de Grecia desestabilizaría a la Unión en general.

Movimientos no irreversibles

Incluso actualmente, el propio temor a los movimientos secesionistas influye en la política de la UE. Por ejemplo, cinco de los 27 países de la UE (Chipre, Grecia, Rumanía, Eslovaquia y España) se niegan a reconocer a Kosovo, por miedo a que animen a los movimientos separatistas de sus propios territorios. La situación resulta especialmente complicada en Chipre, el único Estado miembro de la UE que, según la ONU, se encuentra parcialmente bajo ocupación extranjera (turca). Las autoridades chipriotas podrían interpretar la aprobación de la UE para que una región concreta en Europa se separe como una luz verde para la división de la isla por derecho.

Incluso en casos menos complicados, como el del Reino Unido, un enfoque positivo de la UE con respecto a la independencia de los escoceses podría complicar aún más las relaciones entre Londres y Bruselas. Entonces, ¿cómo debe responder la UE? Ante todo, manteniendo la calma.

Los movimientos secesionistas no son irreversibles. Por ejemplo, las encuestas de opinión demuestran que en Escocia, una clara mayoría está dispuesta a votar a favor de que el país siga formando parte del Reino Unido. En España, las encuestas revelan que los catalanes desean que se celebre un referéndum, pero están divididos en cuanto a si votarán a favor o en contra de la independencia.

Los nacionalistas en Flandes parecen estar dispuestos a conformarse con una confederación en lugar de una ruptura total, si bien el enigma de quién se quedaría con Bruselas es lo bastante complicado como para mantener a Bélgica unida.

El ejemplo de Alemania

La UE debe adoptar una postura clara sobre el estatus legal de las regiones separatistas, ya que los pueblos que aspiren a la independencia tienen derecho a tomar decisiones informadas. El sentir popular en Escocia y Cataluña demuestra que la probabilidad de ser expulsados de la UE tiene un fuerte efecto disuasorio con respecto a la independencia.

En la mayoría de los movimientos secesionistas, el principal argumento es que su pueblo está cansado de "subvencionar" a su Gobierno central o a regiones más desfavorecidas. Un uso más eficaz de los fondos estructurales de la UE para ayudar a las regiones más pobres a recuperarse podría ser una cuestión de supervivencia para algunos Estados miembros.

Lo que ya es casi seguro es que se iniciará una revisión del Tratado inmediatamente después de las elecciones de 2014 en la UE. Hasta ahora, las previsiones apocalípticas sobre la eurozona o sobre una ruptura de la UE han resultado ser totalmente erróneas. La crisis ha acelerado el proceso de unificación europea en casi todos los ámbitos, fiscal, financiero y político. A medida que la UE emprende el camino para llegar a una mayor integración, también se debería conceder a sus regiones una función más sólida en la toma de decisiones.

El caso de Alemania, el Estado federal de más éxito en la UE, ilustra que un gobierno regional fuerte y el federalismo no son incompatibles. Al contrario: la autonomía regional en Alemania aporta legitimidad democrática a la estructura federal.

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