Londres también pierde su triple A

El 22 de febrero Reino Unido ha sido el último país europeo en perder la calificación platino AAA, tras su rebaja a Aa1 por la agencia Moody’s. Esto supone una contrariedad para el primer ministro David Cameron, pero la decisión era esperada en los mercados, señala The Times, que alienta al Gobierno a que continúe con su política de austeridad.

Publicado en 25 febrero 2013 a las 17:04

La realidad de la rebaja en la calificación de Reino Unido probablemente será menos grave que lo que se anticipó. Ya se esperaba que Reino Unido perdiese su AAA en las próximas semanas. La única sorpresa es que Moody’s tomó la decisión antes de que se presentara el presupuesto en marzo. La indiferencia de los inversores cuando Francia y Estados Unidos perdieron la máxima calificación sugiere que la reacción de los mercados puede parecerse más a un encogimiento de hombros que a un verdadero escalofrío.

Sin embargo, desde el punto de vista político, revierte mucha importancia. No sólo porque George Osborne manifestara que mantener la AAA británica era un punto de referencia clave del éxito de su estrategia de reducción del déficit. Algunos de sus críticos, incluido el "canciller en la sombra" [figura equivalente en la oposición al Gobierno británico], Ed Balls, esgrimen que perder la calificación supone una prueba de que la estrategia ha fallado y que Osborne debería cambiar de rumbo. Pero este diario cree que el problema no es que la estrategia concebida por la coalición en 2010 sea errónea, sino que el Gobierno no ha llegado a poner en práctica esa estrategia con toda la energía y el valor político necesario.

Giro hacia las exportaciones y las regiones

Osborne estaba totalmente en lo cierto al defender que la prioridad era establecer un plan creíble para reducir el déficit y que se debería conseguir primordialmente recortando los gastos y no subiendo impuestos. Esto formaba parte de un cambio a largo plazo para transformar un Estado derrochador en una economía de tributación baja con la posibilidad de que el sector privado progrese sin estar supeditado a una regulación innecesaria. Con la ayuda del debilitamiento de la libra, habría un reequilibrio en la economía hacia las exportaciones y hacia las regiones, lejos de la sobresaturada City y el resto del sureste [de Gran Bretaña -región económica más fuerte-].

Gran parte de los motivos por los que los avances conseguidos hasta el momento han sido decepcionantes se debe a factores que escapan al control del Gobierno. No se ha recuperado el crecimiento tanto como se esperaba, en parte debido a que las exportaciones se han visto afectadas por la crisis en la eurozona. Mientras tanto la caída de la libra esterlina ha aumentado la inflación, lo que ha puesto el consumo bajo presión.

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Al crecimiento débil se añadieron los crecientes subsidios para desempleo, aunque Osborne permitió con acierto que estos factores conllevasen un mayor endeudamiento público del previsto, en lugar de imponer más recortes para compensarlos.

Se ha evitado tomar decisiones difíciles

Pero detrás de esas cifras, la realidad es que la que la coalición no ha hecho lo suficiente ni el plazo necesario para reestructurar el Estado y reformar los servicios públicos. En parte, esto refleja la influencia que ejercen dentro de la coalición los Liberales Demócratas, que no han logrado darse cuenta de que encontrar nuevas vías para imponer más tasas a los ricos no repercute en los retos reales a los que se enfrenta la economía británica.

Lo cierto es que algunos departamentos gubernamentales están afrontando duros recortes. Pero no tan profundos como el imprudente y fulminante recorte de la inversión del sector público que Osborne mantiene desde el Laborismo. El gasto en infraestructuras, que podría ser clave para el crecimiento económico, se ha visto socavado por el fracaso del Gobierno para derribar las barricadas entre Whitehall [sede del Gobierno en Londres] y el sistema de planificación. Tampoco se han producido los avances necesarios para reducir los obstáculos de la regulación en los negocios. Se ha evitado tomar demasiadas decisiones difíciles, como la necesidad de identificar un nuevo aeropuerto neurálgico en el sureste.

La rebaja de la calificación por lo menos proporcionará a Osborne más munición en contra de los llamamientos de los laboristas para relajar los planes de reducción de déficit en el presupuesto del mes próximo. Osborne tiene que seguir confiando en una política monetaria que proporcione más estímulo a la demanda, y resulta alentador que el comité de política monetaria del Banco de Inglaterra baraje nuevos medios más creativos para poner en marcha la estrategia de reducción cuantitativa.

Pero eso no significa que el canciller no deba hacer nada. Más bien al contrario, el canciller debe redoblar el compromiso del Gobierno para eliminar los obstáculos para los negocios y para incentivar a través de reformas radicales el sector público. Ése es el único camino por el que Gran Bretaña recuperará la máxima calificación crediticia.

Contrapunto

Osborne ha caído en su propia trampa

George Osborne, el canciller del Exchequer de Reino Unido [equivalente a ministro de Economía], defendió que para la coalición "no habría un miedo mayor que la pérdida de la calificación crediticia", recuerda The Guardian. En un editorial, el diario de izquierda explica que:

Osborne planteó la calificación AAA como un examen para sus propias políticas económicas. No lo ha superado. Pero el mayor fracaso es el de la estrategia que Osborne ha liderado. Cuando se despeje toda la confusión, lo que Moody's manifestó la semana pasada es que Gran Bretaña no goza de una posición tan fuerte como para seguir su propio camino en la economía mundial, tal y como esperaba el canciller. Osborne no fue el único político que lo entendió mal, y los conservadores no son el único partido que tiene que afrontar lo que esto implica para Gran Bretaña.

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