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Grandes ideas y lenguaje estereotipado

Cada año, la UE produce miles de páginas de informes, discursos y textos de leyes. Todos estos textos que supuestamente sirven para apoyar el proyecto europeo, tienen un punto en común: un lenguaje pomposo y distante, digno de un régimen dogmático, como lamenta un politólogo checo.

Publicado en 15 marzo 2013 a las 12:06

Cada semana, las instituciones europeas y sus representantes producen decenas de documentos oficiales y declaraciones de todo tipo. Se van apilando textos legislativos, propuestas de ley, libros blancos y verdes, informes, resoluciones, comunicados, discursos, etc. La singularidad del lenguaje en el que están redactados o formulados constituye una de sus propiedades intrínsecas.

Lo que llama la atención de inmediato en el lenguaje de la Unión Europea es el uso masivo de locuciones fijas que se reciclan continuamente con algunas variaciones. Una parte está codificada en el derecho primario de la UE, otra surge de documentos de programación fundamentales adoptados, por ejemplo, en el contexto de la estrategia de Lisboa o de la agenda de Europa 2020. Es como si se hubiera petrificado este lenguaje en bloques compactos que, gracias a un ejercicio de corta y pega, permiten establecer rápidamente la estructura de cualquier forma escrita u oral.

“El desarrollo sostenible basado en una economía social de mercado altamente competitiva, que tiende al pleno empleo y al progreso social”, “la lucha contra la exclusión social y las discriminaciones”, “el crecimiento inteligente, duradero e integrador”, “el modelo social europeo”, etc., y tantos otros “bloques” se encuentran entre los más utilizados.

E incluso cuando faltan las expresiones más estereotipadas, el lenguaje de la Unión se caracteriza por una rigidez extrema y una excesiva abundancia de clichés carentes de sentido.

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Énfasis y triunfalismo

Por ejemplo, el Acta del Mercado Único (2011), un documento de la Comisión Europea, comienza con esta frase destacada: “Parte vital del proyecto europeo desde su fundación, el mercado común, convertido después en mercado interior, construye desde hace más de 50 años redes de solidaridad entre las mujeres y los hombres de Europa, al tiempo que abre nuevos espacios de crecimiento a más de 21 millones de empresas europeas”. El Parlamento Europeo refrendó este documento, insistiendo sobre todo en la importancia de “situar a los ciudadanos en el núcleo del proyecto del mercado único”, y afirmando que “el mercado único encierra un gran potencial en términos de empleo, de crecimiento y de competitividad y que conviene adoptar políticas estructurales fuertes para explotar plenamente este potencial”.

En el Libro Blanco sobre el deporte publicado en 2007, la Comisión escribe: “El deporte atrae a los ciudadanos europeos, quienes, en su mayoría, participan en actividades deportivas con regularidad. Genera importantes valores, como el espíritu de equipo, la solidaridad, la tolerancia y el juego limpio, y contribuye al desarrollo y a la realización personal. Fomenta la contribución activa de los ciudadanos de la UE a la sociedad y, de este modo, ayuda a impulsar la ciudadanía activa”.

A las instituciones europeas y a sus representantes les vuelven locos sobre todo estas expresiones ampulosas impregnadas de triunfalismo. La Unión se describe y piensa como “un elemento clave de la escena mundial”, se esboza “una visión europea de macizos montañosos” o incluso “una visión europea de océanos y mares”, se exhorta a “reavivar el espíritu emprendedor en Europa”, se hace un llamamiento a “una gran movilización política basada en una visión y en opciones comunes ambiciosas”.

En un comunicado de 2010, Europa 2020: una estrategia para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador, la Comisión afirma lo siguiente: “La crisis es una llamada de atención. […] Si actuamos juntos, podemos reaccionar y salir de la crisis más fuertes. Tenemos las nuevas herramientas y la nueva ambición. Ahora necesitamos hacer que se haga realidad”.

En numerosos textos y declaraciones se desprende un auténtico fervor triunfalista. En el Libro Blanco sobre la juventud, con el subtítulo nada pretencioso de “Un nuevo impulso para la juventud europea”, se puede leer lo siguiente: “La Unión debe construirse con los europeos. Las consultas organizadas para preparar su evolución y las reflexiones iniciadas sobre su "gobernanza" deben incluir también a quienes tomarán el relevo en el futuro […]”.

Paternalismo de izquierda

Los textos y los discursos de la UE a menudo están impregnados de dogmas, de preceptos y de un tono moralizador y paternalista. Como si sus autores asumieran la función del profesor ante sus alumnos, la función de una élite ilustrada, que conoce todo mejor que el resto del mundo y extiende el bien y los conocimientos entre la gente ordinaria.

Pero al leer o al escuchar ciertas declaraciones de la Unión, nuestros conciudadanos de edad media o avanzada tendrán más bien la sensación de haber regresado a la infancia o a la juventud [a la época del régimen comunista]. No hay nada sorprendente. Los rasgos característicos de este lenguaje normalmente se asocian a una visión del mundo con tendencias de izquierdas. Para señalar su ruptura con el régimen del pasado, nuestros partidos de izquierda en cierto modo han dejado a un lado ese tono.

Pero en Europa occidental, la situación es distinta. El lenguaje es precisamente una prueba más de que la izquierda, que consigue aprovecharse de las estructuras de la Unión para fomentar su programa político, es la fuerza motriz de la orientación actual de la UE. La repetición continua de los mismos dogmas y las mismas fórmulas hechas es la expresión de una pereza, de un entumecimiento intelectual, de una falta de espíritu crítico, de un movimiento de inercia perpetuo por caminos trillados. Ilustra hasta qué punto las élites de la Unión carecen de una facultad de autorreflexión, lo que les permitiría caer en la cuenta de que estas ambiciones desmesuradas es lo que ha hecho que la UE se hunda en la crisis actual, una capacidad de salir del atolladero del programa de centralización.

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