Si el colapso financiero que sufrió Islandia en 2008 suele interpretarse como un laboratorio de preguntas y respuestas sobre la crisis, convendría tomar nota de algunas de las soluciones. A diferencia del sur de Europa, donde los recortes y las subidas de impuestos se han cebado especialmente con la cultura, desde 2008 este país de 320.000 habitantes y el tamaño de Portugal se ha volcado en el sector de las industrias creativas.
El impacto económico de esa actividad (unos 1.000 millones de euros) dobla hoy al de la agricultura y está solo por debajo de la legendaria máquina de exportar bacalao (y otros productos del mar) al mundo continental, primera industria de la isla.
Todo ello gracias, en parte, a una mujer menuda de 37 años —su ministra de Cultura— que se ha dejado los cuernos durante cuatro años desde el Gobierno y no ha permitido que le dijeran eso de: “¿Para qué vamos a darle dinero a los artistas?”. Al contrario, les ha convertido en protagonistas del éxito económico reciente.
Live | IA, medios de comunicación y democracia: ¿una ecuación imposible?
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