Una democracia demasiado compleja

Con frecuencia se afirma que las medidas para luchar contra la crisis en la UE se adoptan de forma opaca y no democrática. Pero estas decisiones siguen una serie de procesos aceptados por todos. En opinión de una profesora universitaria holandesa, el debate debería centrarse en dichos procesos.

Publicado en 3 abril 2013 a las 16:06

Desde que estalló la crisis de la eurozona a comienzos de 2010, se ha aplicado una serie de medidas para solucionar la situación. Entre muchos de nosotros, esto alimentó el temor de que nos dirigíamos inexorablemente hacia un súper-Estado europeo en el que los ciudadanos no tenían voz ni voto.

Sin embargo, podríamos plantearnos si las medidas adoptadas para intentar solucionar la crisis en Europa son realmente antidemocráticas y si los ciudadanos apoyan únicamente las decisiones que toman sus propios diputados. La historia reciente demuestra que no es tan evidente una respuesta afirmativa a estas preguntas.

“Diktat de Europa”

Pensemos en el llamado six-pack: el objetivo de ese conjunto de medidas criticadas a veces con vehemencia es impedir que los Estados infrinjan impunemente los criterios europeos en materia de deudas y de déficits públicos. La decisión se tomó mediante el procedimiento legislativo habitual: la Comisión Europea (no elegida por los ciudadanos) planteó la propuesta, pero el Parlamento Europeo, elegido por sufragio directo, y el Consejo de ministros tomaron la decisión. Es cierto que el índice de participación en las elecciones al Parlamento Europeo es bajo y que el Consejo se reúne a menudo a puerta cerrada, pero no se puede hablar de un mecanismo totalmente antidemocrático ni de "diktat de Europa".

Otro ejemplo: el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Este fondo de ayuda lo establecieron de común acuerdo los Estados miembros. El tratado que instituía el MEDE fue firmado [en nombre de Países Bajos] por Jan Kees de Jager, exministro de Finanzas. A continuación, fue objeto de un debate profundo en la segunda cámara del Parlamento neerlandés y obtuvo la mayoría de votos de nuestros diputados nacionales. Por lo tanto, aprobaron la creación del fondo, así como la cantidad de los préstamos y las condiciones asociados al mismo.

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Por consiguiente, desde el punto de vista de la participación del Parlamento, estas decisiones siguen las pautas habituales. Sin embargo, precisamente los fondos de ayuda se ponen en tela de juicio. Este ejemplo demuestra claramente que una decisión no goza necesariamente de un gran apoyo de la opinión pública porque sea resultado de la plena participación de los diputados nacionales.

Un proceso sin injerencias

El tercer ejemplo es el de la adquisición de las obligaciones de los Estados con dificultades por parte del BCE, dentro del programa de operaciones monetarias sobre los títulos (transacciones monetarias directas u Outright Monetary Transactions, OMT). Estas intervenciones financieras fueron elaboradas por el Consejo de los gobernadores del Banco Central Europeo, un órgano compuesto por los gobernadores no elegidos de los bancos centrales de los diferentes Estados miembros que no está sometido a ninguna injerencia política ni democrática.

Sin embargo, estas intervenciones suscitan relativamente pocas objeciones en Países Bajos. Estamos acostumbrados a contar con un banco central independiente, del que apreciamos sus ventajas: los asuntos monetarios complejos los tratan los especialistas y no se someten a consideraciones electorales de los políticos elegidos.
Estos tres ejemplos demuestran que no se puede hablar de dictado de Europa y que las medidas adoptadas según un proceso perfectamente democrático son las que generan más oposición, mientras que la que se adopta sin la más mínima participación parlamentaria puede gozar de un gran apoyo de la población.

Una Europa demasiado lenta y dividida

En Europa, queremos soluciones decisiones y soluciones firmes para los problemas que no podemos resolver solos. Pero también queremos que se nos escuche y mantener nuestra particularidad nacional. En nuestra opinión, Europa es demasiado lenta y está demasiado dividida.
Si queremos dinamismo, eficacia y soluciones unívocas, es necesario optar por la centralización, por la despolitización y unas normas exigentes, es decir, un súpercomisario europeo. Y que no haga excepciones con nadie.
Nos encontramos así ante la cuestión fundamental en la base de toda política, ya sea local, nacional o europea. La dosis correcta de los valores fundamentales que no son necesariamente conciliables, como la democracia y la eficacia, la igualdad y la autonomía. El problema clásico de la administración pública: ¿qué grado de centralización de los poderes se necesita para actuar con eficacia y qué dosis de freno y de contrapeso se debe aplicar para garantizar el apoyo de las poblaciones?
En este caso, no sirve de nada un debate entre partidarios y detractores de los Estados Unidos de Europa. En cambio, podría resultar útil exponer claramente los mecanismos europeos empleados para tomar decisiones. El debate público debería centrarse en este equilibrio para que Europa pueda progresar, contando el apoyo de la población. Si en este Año Europeo de los Ciudadanos, los políticos están dispuestos a iniciar este debate, pueden contar con mi voz.

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