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Europa no pisa buen suelo

Las leyes europeas protegen nuestra agua y nuestro aire, pero dicha legislación no existe para otro elemento fundamental para nuestra supervivencia: el suelo. Hoy, 25 de junio, se reúnen en Luxemburgo los ministros de Medio Ambiente de la UE.

Publicado en 25 junio 2009 a las 10:48
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El otro día experimenté un momento trivial absolutamente mágico: con 38 años comí por primera vez una verdura que había cultivado yo solito. Era una humilde chalota [variedad de ajo], pero a mi me supo al orgullo de un gran logro.

¿Cultiva su propia comida alguno de los 25 ministros de Medio Ambiente de la UE que se reunirán el 25 de junio en Luxemburgo? No lo pregunto porque crea que mi historia con final feliz de las chalotas me dé más experiencia verde que a los expertos políticos del continente. Lo pregunto porque dudo mucho que alguno de ellos tenga ningún tipo de conexión emocional con la tierra, o por lo menos esto es lo que se deduce del modo en que menosprecian el tema.

Hace tres años, la Comisión Europea propuso un marco legal para la protección del suelo. Tres años después, dicha propuesta corre el riesgo de pasar a formar parte de la pila de compost debido a que un grupo importante de gobernantes de la UE no quieren aprobarla. El Reino Unido, Francia, Alemania, Austria y los Países Bajos se oponen al plan, aduciendo que aplicarlo sería demasiado caro o que las cuestiones relacionadas con el suelo hay que dejarlas en manos de la administración nacional.

Las razones que se mencionan para rechazar el proyecto son ficticias. La propuesta dista mucho de ser cara, de hecho no llega suficientemente lejos a la hora de obligar a los gobiernos a proteger un recurso sin el que no podemos vivir. Los políticos y funcionarios de las regiones con baja calidad de suelo no tienen por qué temer que los burócratas de Bruselas les acosen con citaciones. La ley no exige que se lleven a cabo acciones inmediatas sino que los gobiernos identifiquen las zonas afectadas por problemas como erosión y salinización del suelo y que hagan un inventario de las zonas contaminadas, además de desarrollar planes para la rehabilitación de las mismas.

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La historia de la protección del suelo es una prueba preocupante de cómo el enfoque de la UE sobre el medio ambiente sufre de una manera de razonar demasiado fraccionada. Se han desarrollado leyes vinculantes sobre el agua y el aire, pero no hay leyes similares para el suelo. Cualquier niño un poco espabilado se daría cuenta de que las tres cosas están relacionadas… pero los supuestamente instruidos funcionarios y políticos de la Unión no se dan cuenta de que no tiene ningún sentido proteger uno y desatender los demás.

La reticencia del Reino Unido a la hora de aceptar el proyecto es otra muestra de la vana retórica sobre el cambio climático de Tony Blair y Gordon Brown. Si se cuida de forma apropiada, el suelo funciona igual que un “sumidero” de carbono que absorbería cerca del 20 % de las emisiones de dióxido de carbono producidas por el hombre. Cuando el suelo se deteriora está tendencia se invierte. En vez de absorber CO2, lo emite. Cada año, el suelo británico pierde alrededor del 0,6 % de materia orgánica, el equivalente en CO2 a poner cinco millones de coches más en las carreteras. Y el problema es grave desde hace varias décadas: entre 1980 y 1995, el suelo del Reino Unido perdió el 18 % de su materia orgánica. En 2004, la Agencia de Protección del Medio Ambiente declaró que la degradación de los suelos en Inglaterra y Gales debido a factores como la agricultura intensiva y la mala gestión de los bosques era insostenible.

Ya se han contaminado miles de zonas debido a prácticas industriales negligentes, y no podemos estar seguros del alcance de los daños porque escasean los datos concretos. La Comisión, por otro lado, reconoce que la degradación del suelo hace que la economía europea pierda 38.000 millones de euros al año –y probablemente sea un cálculo conservador–.

No se puede impedir que el suelo se deteriore todavía más sólo a base de gestos simbólicos. Habría que desarrollar una estrategia global y eficaz que afrontase la reforma de las políticas agrícolas e industriales y tendríamos que concienciarnos seriamente sobre la gestión de deshechos. No obstante, dicha estrategia no sólo parece quedar todavía muy lejos, sino que los gobiernos parecen no ser capaces ni de ponerse de acuerdo sobre leyes menores. Cuesta mucho no desesperarse.

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