Ideas Política Agrícola Común

¡Pobres agricultores!

La reforma de la Política Agrícola Común, presentada a finales de junio, no ha cumplido las expectativas, en opinión del director del movimiento Slow Food. Su aplicación depende demasiado de los Estados miembros y no fomenta lo suficiente la sostenibilidad de los cultivos, ni reduce las desigualdades entre las explotaciones grandes y pequeñas.

Publicado en 2 julio 2013 a las 11:22

¿Estamos unidos en la diversidad o somos distintos en la unidad? Acaban de terminar las negociaciones de Bruselas sobre la nueva Política Agrícola Común, la PAC. Si bien el acuerdo aporta algunas novedades interesantes, resulta decepcionante para los que se preocupan por el medio ambiente y la agricultura sostenible a pequeña escala, pero ante todo, nos plantea una serie de preguntas sobre Europa. Expone interrogantes sobre nuestro futuro, sobre lo que es común y lo que no lo es.

Con esta reforma, que debería haber fomentado la calidad de nuestra agricultura, el posible y deseable regreso de las nuevas generaciones a la tierra y la protección del medio ambiente, se ha desaprovechado una oportunidad histórica. Ha suscitado debates sin precedentes: la sociedad civil y las asociaciones han expresado sus exigencias con fuerza y claridad; por primera vez ha intervenido el Parlamento Europeo para dar voz a los ciudadanos.

Pero las decisiones que permiten aplicar una política agrícola más ecológica y más equitativa, capaz de invertir fondos públicos (40% del presupuesto europeo) a favor de bienes públicos como los paisajes, la calidad del suelo o la salud, o bien no se han tomado, o bien se han dejado a discreción de los Estados miembros.

Una renta que podría resultar perjudicial

Más allá de estas decisiones, analicemos las cuestiones que no han sido objeto de ningún acuerdo y sobre las que cada Estado es libre de elegir: el apoyo a los pequeños agricultores; la reducción de las ayudas más importantes (el 20% de las empresas han recibido el 80% de las subvenciones) y del máximo anual; la posibilidad de distribuir buena parte de los recursos destinados al desarrollo rural, es decir, a prácticas ecológicas, sociales y productivas innovadoras, en forma de renta territorial (pago directo calculado en función de la superficie de los terrenos que se posean) o de seguro privado, lo que podría resultar perjudicial.

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Ahora son los ciudadanos los que deben presionar a sus Gobiernos. El trabajo no ha acabado aún. ¿Pero de qué sirve una política agrícola denominada “común”, objeto de un presupuesto y de debates tan importantes, si realmente no es común? ¿Si Europa no es capaz de proponer ideas fuertes, que permitan obtener, con nuestro dinero, algo de lo que nos podamos beneficiar? ¿Si no se logra algo que tenga que ver con el bien común? Algunos señalan que esta falta de decisiones deja entrever una especie de “deseuropeización”.

Existen varios “frentes” que la PAC debería abordar y sobre los que debería actuar como mediadora o intervenir directamente a favor de los ciudadanos. El primer frente podría denominarse “la industria agrícola contra la pequeña agricultura”. Podemos debatir hasta el infinito sobre la cuestión de si es mejor o no obligar a todas las empresas a dedicar un pequeño porcentaje de sus terrenos a la conservación de las zonas con función ecológica: ¿el 3, el 5 o el 7%? Recordemos que el porcentaje ganador fue el 5%. Pero la realidad es que, por un lado, tenemos a grades empresas que reciben 300.000 euros de subvenciones al año y por otro, a pequeños agricultores a los que los Estados pueden optar por ayudarles o no con una contribución anual limitada de 1.250 euros. ¿Qué cambia este tipo de sumas en la economía de una empresa?

Los cientos de miles de euros de la PAC mantienen en pie un sistema de monocultivo no sostenible. Los míseros mil euros parecen un “pequeño regalo” que no modifica nada la vida de una empresa. Es cierto que a los pequeños agricultores se les ha dispensado de muchas obligaciones burocráticas, pero una ayuda concreta es algo muy distinto. Por otro lado, la contribución que realizan en términos de alimentos saludables y sanos, de mantenimiento del terreno y del bien común vale infinitamente más que esos mil euros. Desde este punto de vista, podríamos decir que la reforma de la PAC ha “cambiado las cosas para que no cambie nada”: el trozo más grande del pastel sigue siendo para los más grandes.

"Convergencia interna" en subvenciones

Otro frente: las agriculturas de los antiguos Estados miembros frente a las de los recién llegados, los países del Este. Estos últimos son más frágiles, menos modernos y por lo tanto, aún diversificados en el ámbito natural y productivo: tienen derecho a crecer, pero también a ser protegidos. Se ha hablado de “convergencia interna” para armonizar las subvenciones pero en este caso, una vez más cada Estado es libre de decidir.

Luego está la cuestión de “Europa contra los países en desarrollo”. En este caso, mientras los Estados miran más allá de las fronteras del continente, como por arte de magia, vuelve la unión: no se ha previsto ningún mecanismo para controlar los efectos de las políticas comerciales de la PAC, como las subvenciones a las exportaciones o el mantenimiento de precios artificialmente bajos, en los pequeños agricultores de Asia y África.

Los Estados también se han mantenido unidos para diluir las medidas de “greening” o ecologización, cuyo objetivo es hacer más ecológicas las prácticas agrícolas. Si bien es importante que se haya introducido este concepto, las excepciones previstas son tan numerosas, que el 60% de las tierras cultivadas de la UE podrían quedar finalmente exentas. Una buena medida, pero que sólo es obligatoria sobre el papel.

Un mal sabor de boca

A pesar de ciertos aspectos positivos, como la flexibilización de las formalidades burocráticas y el aumento de los recursos destinados a los jóvenes agricultores, esta nueva PAC deja un mal sabor de boca. Europa parece permanecer anclada en los viejos sistemas del liberalismo y de la acción de lobby de las multinacionales y le falta el valor necesario para proponer cambios legislativos reales, así como nuevas perspectivas, mundiales y modernas. Esta Europa ha dado forma a una política que sólo tiene de común el nombre, una política que parece ocultarse tras las diferentes divisiones, en lugar de imponer a todos una dirección alta y noble, rigurosa, al servicio del interés público.

En los ámbitos de la alimentación y la agricultura, esta misma Europa nos insta a olvidar nuestra diversidad para lograr una unidad que claramente aún no se ha definido. Mientras los pequeños agricultores luchan solos, a los jóvenes les cuesta volver a la tierra, la industria agrícola sigue dominando el paisaje y el desarrollo de nuevos paradigmas sociales, económicos, culturales, agrícolas y alimentarios se deja totalmente en manos de los ciudadanos y los agricultores europeos, rebosantes de buena voluntad e ideas nuevas. Pensándolo bien, quizás son precisamente los únicos que nos muestren lo que será la “unión europea” del futuro.

Visto desde Alemania

“Una ocasión perdida”

La reforma de la Política Agrícola Común ratificada por los Veintisiete en el Consejo Europeo del 27 y 28 de junio está lejos de representar un "cambio de paradigma" como pretendía el comisario europeo de Agricultura, Dacian Ciolos, las ONG y los Verdes, considera el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Para el diario alemán, “no es una verdadera reforma”. “¿Qué es lo que cambia?”, se pregunta:

Las subvenciones a los agricultores están desde ahora vinculadas a la protección del medioambiente. Pierden un tercio de sus subvenciones si no renuncian al monocultivo puro y no reservan una (pequeña) parte de su terreno a zonas ecológicas prioritarias, como setos y terrenos baldíos. […] Eso se asemeja más a un cuento de hadas que a la realidad, [porque] numerosos agricultores cumplirían probablemente muchos de los criterios ya actualmente. Es mejor decir, como hacen ciertos críticos, que a la PAC solamente se le ha dado un repaso en verde. Lo que falta [...] es una nueva base para la PAC, porque hace tiempo que ya no existe justificación para las subvenciones.
Esta “pequeña reforma” es “una ocasión perdida para dar una base creíble a la PAC”, lamenta el diario. Una cuestión que se agrava porque las nuevas reglas estarán vigentes hasta 2020. Puede ser, espera el diario, que “en ese momento haya un comisario de Agricultura que ponga en marcha un verdadero cambio de paradigma en lugar de hablar únicamente de él”.

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