Es un hecho: de un tiempo a esta parte, el euroescepticismo corroe Europa. En Gran Bretaña, Cameron promete para 2017 un referéndum sobre la pertenencia del país a la UE; en Italia, Grillo propone salir del euro; en Francia, Le Pen pide también un referéndum para abandonar el euro y la UE; incluso países como el nuestro, hasta hace poco rocosamente europeístas, notan que la fe en las bondades de una Europa unida empieza a agrietarse.
Puede discutirse si esta desafección general atañe a la idea de una Europa unida o sólo a la forma en que Europa se está uniendo, pero no que el fenómeno existe, y que crece. Es extraordinario: hace poco más de diez años, cuando estrenábamos el euro y la crisis económica ni siquiera se atisbaba, era una verdad casi indiscutida que la UE iba a ser el gran poder del siglo XXI, y todo el mundo estaba deseando pertenecer a ella; ahora ocurre lo contrario.
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