Noticias Lo que le espera a la UE (2/4)

Las enmiendas constitucionales no son un remedio certero

La crisis del euro está incitando a algunos Gobiernos nacionales a reescribir sus Constituciones y a revisar sus sistemas de gobierno, pero estas reformas no son ninguna cura milagrosa para los problemas de la UE y pueden amenazar a la democracia sobre las que basan algunas naciones.

Publicado en 3 septiembre 2013 a las 15:47

Según un proverbio famoso, un camello es un caballo diseñado por un comité. De los intentos de las naciones europeas de reformar constitucionalmente sus sistemas de gobierno consagrados están naciendo criaturas no menos horribles. Los de Irlanda e Italia son dos ejemplos destacados. Los cambios en marcha se han ideado para aumentar la calidad de la vida política. Pero los resultados serán más escasos de lo que afirman los defensores del cambio. En el caso tan distinto de Hungría, los motivos tras las reformas son menos cívicos y causarán más perjuicios que beneficios.

Los líderes políticos en Dublín y en Roma ven una conexión entre la reforma constitucional y la batalla para superar las crisis económicas nacionales de la era de la eurozona. El Gobierno irlandés propone abolir el Senado, la cámara superior legislativa. Lo más probable es que se celebre un referéndum a finales de este año. Dado el desprecio que sienten los votantes irlandeses por sus políticos, por presidir una de las caídas financieras más espectaculares de la historia, no sería de extrañar que matasen al Senado y bailasen sobre su tumba durante una semana.

La coalición de izquierda-derecha de Italia tiene pensado volver a redactar la ley electoral y deshacerse de un tercio del Gobierno: las 86 provincias que descansan con pereza entre las 20 regiones y 8.000 municipios de Italia. [[El Gobierno también pretende reducir el tamaño del Parlamento y acabar con el sistema que data de 1948]] y único en Europa, por el que la cámara baja y la alta tienen exactamente los mismos poderes legislativos. El plazo para adoptar estos cambios es finales de 2014 pero si la coalición se viniera abajo, las reformas podrían acabar disipándose.

Enda Kenny y Enrico Letta, los primeros ministros de Irlanda e Italia, defienden sus propuestas con el argumento de que unas instituciones políticas modernizadas reforzarán la democracia, producirán mejores leyes y por lo tanto contribuirán directa e indirectamente a la prosperidad y la estabilidad económica. También afirman que las sociedades afligidas por la austeridad tienen todo el derecho a esperar que los políticos gasten menos en sí mismos y en sus instituciones.

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Errores garrafales

Con este enfoque, el Gobierno de Kenny estima que al deshacerse del Senado se ahorraría a los contribuyentes irlandeses 20 millones de euros al año. Los ahorros de la abolición de las provincias de Italia y de recortar el número de parlamentarios en Roma sería aún mayor: cientos de millones de euros al año. Letta merece todo el crédito al reconocer que el coste de la política ha sido escandalosamente alto en Italia desde los años sesenta, debido al incurable instinto de las clases políticas de beneficiarse personalmente a expensas de los contribuyentes. Pero a la hora de contabilizar el deficiente rendimiento económico de Italia desde su entrada en la eurozona en 1999, no habría que empezar por las provincias. En el contexto de la política económica, las provincias serían como mucho meros figurantes.

De igual modo, el Senado irlandés tampoco sería responsable de los desastres financieros de la era del euro. En lugar de ello, culpen a los políticos que conspiraron con el sector de la construcción y los promotores inmobiliarios. Quizás el Senado tendría que haber cuestionado con más firmeza la decisión del anterior Gobierno en 2008 de extender una garantía general a los bancos en quiebra de Irlanda. Lo cierto es que el Senado tiene menos poderes sobre la política financiera. En el renovado orden constitucional de Irlanda, nada evitaría que un Gobierno o una legislatura unicameral, ni una bandada de banqueros inútiles, cometieran otros errores garrafales, aunque esperemos que no fueran de la magnitud de los de 2008.

En Italia lo más útil sería una reforma en el sistema de partidos políticos con el que dejaran de enviar al Parlamento unas elecciones tras otras a cientos de abogados y otros representantes de intereses profesionales creados. Estos legisladores se encuentran muy lejos de los votantes que los eligen, pero tienen la gran habilidad de extraer la esencia de la liberalización de proyectos de ley ideados para potenciar la reforma económica y la competencia.

Supremacía política

Con la revisión del sistema electoral y la enmienda de los poderes de las dos cámaras del Parlamento se podrían lograr Gobiernos algo más estables. Pero unos cambios así probablemente no acabarán con los privilegiados saboteadores de la reforma que se oponen a la renovación económica en Italia. Sin unos aires nuevos que fluyan a través de la cultura política de la nación, las reformas constitucionales propuestas, si es que llegan a aprobarse, simplemente concentrarán un bloque contra las reformas en la cámara baja recién reforzada.

Sin embargo, el ejemplo más atroz de una reforma constitucional concebida torpemente se encuentra en Budapest. Hungría dio una patada al comunismo en 1989-90 pero, a diferencia de sus vecinos, le ha costado 20 años sustituir la Constitución de la era comunista. Pasó a formar parte de la UE en 2004 pero sufrió graves problemas financieros y necesitó un rescate dirigido por el Fondo Monetario Internacional en 2008. Los enormes cambios constitucionales desde 2011 no han estado inspirados por un deseo de mejorar la democracia húngara ni la calidad de las leyes sobre política económica.

Más bien son el reflejo de los esfuerzos del partido gobernante, el Fidesz, para afianzar su supremacía política. Una de las vías para conseguir este objetivo es una reforma electoral, ya aprobada, que recortará los escaños del próximo parlamento húngaro, que se elegirá en 2014, de 386 a 199. Sin duda, este recorte limitará la capacidad de los partidos de menor tamaño que el Fidesz a la hora de participar en el trabajo legislativo.

[[Quizás merezca la pena probar los cambios propuestos en Italia e Irlanda, pero en ningún caso serán una cura milagrosa]] para las culturas políticas que llevan tanto tiempo inmersas en el egoísmo y la mala conducta financiera. En Hungría, el Fidesz confunde la reforma constitucional con la ventaja política para el partido.

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