El mapamundi de Tolomeo por Nicolaus Germanus (1467).Varsovia, Biblioteca Nacional.

El Mediterráneo ya no es el centro del mundo

Las reticencias de las potencias occidentales ante una intervención en Siria demuestran que el Mare Nostrum ya no es, como lo fuera antaño, el centro del mundo. La retirada progresiva de esta región por Estados Unidos deja un vacío que la Unión Europea no logra colmar.

Publicado en 4 septiembre 2013 a las 11:40
El mapamundi de Tolomeo por Nicolaus Germanus (1467).Varsovia, Biblioteca Nacional.

El paso atrás del presidente estadounidense Barak Obama en su decisión de atacar militarmente al régimen de Bachar El Asad en Siria ilustra las vacilaciones de Estados Unidos a la hora de implicarse de modo permanente en el Mediterráneo. Es cierto que el Congreso de Estados Unidos podría dar su luz verde, pero el rechazo del Parlamento británico a aprobar una medida análoga ha dejado desde ese mismo momento aislado a Estados Unidos, pues no solo Gran Bretaña, sino también Alemania, Italia y Polonia han aireado sus reticencias, lo que a su vez ha aislado a Francia en el tablero europeo.

Que nadie quiera morir por Siria se debe también a la evolución de la condición del Mediterráneo en su conjunto. Epicentro cultural, comercial y político del mundo durante siglos, parece hoy una región rota y sin futuro unificado en una "globalización" que dicta la nueva marcha del mundo. [[Ya es otro mar, el de China, el que impulsa la dinámica mundial]].

Numerosos ejemplos ilustran esa pérdida de influencia. Para empezar, la evolución de las "primaveras árabes" que habían despertado tantas esperanzas. En Egipto, un golpe de Estado militar, apoyado por una mayoría de la población, ha derrocado al presidente salido de las filas de los Hermanos Musulmanes, que tendía a concentrar todos los poderes en beneficio de su partido. Pero el porvenir sigue siendo de lo más incierto, con el trasfondo de una grave crisis económica.

En Siria, la guerra civil se hunde en la tragedia y amenaza al conjunto de la región, a la que pertenece el frágil y vecino Líbano. Las posibilidades de resolución del conflicto palestino-israelí siguen siendo más una esperanza que una realidad. En el Magreb, políticamente, la situación conoce un statu-quo perjudicial para el desarrollo económico. Incluso Turquía, hasta hace poco presentada como ejemplo de estabilidad, ha sufrido manifestaciones a veces violentas.

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En el norte la situación no es menos difícil: golpeada por la crisis de la deuda, la Europa mediterránea, que pensaba desarrollarse gracias a la Unión Europea, ve su destino trazado por una troika de prestamistas de fondos internacionales cuyas recetas no se toman la molestia de abordar las sutilezas de una reflexión sobre un desarrollo centrado en una dinámica mediterránea regional.

Un espacio heterogéneo

[[Es verdad que, en la nueva geografía abierta que la globalización ha dibujado, el Mediterráneo parece cerrado]], con sus tres pasos estratégicos: al oeste el estrecho de Gibraltar, al sudeste el canal de Suez y su ruta de petroleros, y al noreste el estrecho de los Dardanelos. Antes, ese cierre, que facilitaba el control de los flujos marítimos, era una baza estratégica mayor; hoy ya no es así. Separado del centro de gravedad del mundo, el espacio mediterráneo sigue siendo, por lo demás, sumamente heterogéneo. La población de los 22 países ribereños cuenta con 475 millones de personas que agrupan orígenes religiosos y culturales diversos: cristianos, musulmanes, judíos, europeos, turcos, árabes, bereberes e israelíes.

Militarmente, la unidad está asegurada en el norte del mar por la Alianza Atlántica, dominada por Estados Unidos, cuya VI flota desempeña en el Mediterráneo un papel preponderante en materia de seguridad. ¿Hasta cuándo? Washington no oculta su voluntad de desentenderse, lo que contribuye a acelerar la pérdida de influencia de la región.

Sin embargo, Europa no logra colmar, bien al contrario, ese vacío estadounidense. Si la UE ha desempeñado un papel importante al ayudar a la Europa del Este tras el fin de la URSS, a su sur, en cambio, lo ha descuidado. Esta debilidad del liderazgo europeo tiene como consecuencia que quede un espacio regional fragmentado en el que varios países se disputan la influencia: Arabia Saudí, Irán, Turquía (miembro de la OTAN que quiere integrarse en la Unión Europea), Egipto, en un Oriente Próximo donde Israel desempeña un papel independiente. En el Magreb, la rivalidad entre Marruecos y Argelia bloquea toda cooperación regional.

Europa, al menos, ha tomado ciertas iniciativas, la más ambiciosa de las cuales es la constitución de una Unión para el Mediterráneo (UPM), ¡que cuenta nada menos que con 43 miembros! (los 28 de la UE más Albania, Argelia, Bosnia-Herzegovina, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Mauritania, Mónaco, Montenegro, Marruecos, la Autoridad Palestina, Siria, Túnez y Turquía). Pero por su tamaño y su gobierno, esta unión no es apenas operativa. Los intereses de los miembros son divergentes. [[El espacio Schengen divide el Mediterráneo, así como lo hace el proteccionismo agrícola]].

Una unidad difícil de encontrar

¿No hay, pues, ninguna esperanza de que el Mediterráneo se convierta en una potencia económica? A corto plazo no, sin duda, pero a largo plazo todo aboga para que lo sea. Es que las motivaciones que condujeron al nacimiento de las "primaveras árabes", como en su momento las de la adhesión de los países mediterráneos europeos a la UE, no han cambiado: un mejor nivel de vida en un entorno más seguro y democrático. Como los intereses geoestratégicos son hoy menores que hace veinte años, el Mediterráneo podría, pues, volver a ser en su momento un epicentro económico importante.

Una primera etapa podría consistir en una unión energética que garantizase la independencia al conjunto de la Unión para el Mediterráneo mediante una asociación entre los países productores (de hidrocarburos, pero también de energías renovables) y los países consumidores.
Tendría la virtud de reducir la dependencia europea con respecto a Rusia. La UE es el único ente capaz de organizar esa unidad, y ya existen marcos de cooperación. Conviene intensificarlos; aparte de los recursos naturales, hay un potencial agrícola grande y una industria turística que puede desarrollarse de forma permanente.

No está en la naturaleza de Europa imponer un "hard power"; en cambio, puede hacer, tiene los recursos para ello, que progrese este objetivo de paz ejerciendo un "soft power" con la vocación, mediante los acuerdos bilaterales y multilaterales existentes, de ampliar progresivamente la cooperación a escala regional. Sin embargo, para ello debe encontrar para sí misma la unidad que hoy le falta a causa de las dudas que la crisis de la deuda ha suscitado.

Pero semejante proyecto, en el contexto actual, viene a ser una utopía, hasta el punto de que la lucha entre las potencias regionales (Arabia Saudí, Turquía, Irán y sus respectivos aliados) amenaza con desestabilizar de modo permanente la orilla meridional del Mediterráneo, lucha de la que Siria es hoy el sangriento escenario.

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