Porque España no es una nación étnica el nacionalismo cree tener la puerta abierta para fundar su propia nación política. Análogamente oímos que, como no hay “pueblo” europeo, mejor sería no ahondar en el proyecto de Unión. Ciertamente un Estado sin lengua y cultura comunes tendrá más difícil autogobernarse; pero idealizar éstas hasta el paroxismo nunca fue buena idea. Ponderar justamente ambas carencias exige algunas aclaraciones.
Al usar torticeramente la imagen cosmopolita de círculos concéntricos, el nacionalismo restringirá la solidaridad a los suyos: tras familia, amigos y conocidos, al corazón sólo le quedará sitio para la “gran familia” de los connacionales, de aquellos que compartiendo una misma lengua conformarían juntos una particular visión del mundo. Más allá no podríamos (luego, no debemos) exigir altruismo: el círculo que engloba nuestra común humanidad quedaría demasiado alejado del epicentro compasivo.
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