Silvio Berlusconi y Vladímir Putin en la dacha de este último, en Zavidovo, cerca de Moscú.

Silvio y Vladimir, amistades peligrosas

Entre los documentos confidenciales difundidos por Wikileaks, algunos revelan la inquietud de Washington por las relaciones personales entre Vladímir Putin y Silvio Berlusconi, desde la sospecha de que Italia podría ser el caballo de Troya de Rusia en su intento de influir, incluso mediante la corrupción, sobre la política energética de Europa.

Publicado en 9 diciembre 2010 a las 14:35
Silvio Berlusconi y Vladímir Putin en la dacha de este último, en Zavidovo, cerca de Moscú.

Washington teme que un aliado histórico de la OTAN se deje caer por una pendiente peligrosa. En los cables confidenciales difundidos por WikiLeaks, los estadounidenses recuerdan que Roma siempre ha manifestado una cierta autonomía en sus iniciativas relacionadas con Moscú o con el mundo árabe. Lo cual es totalmente comprensible, teniendo en cuenta la posición geográfica y el contexto político interior, marcado por la presencia del partido comunista más fuerte de Europa occidental. Hasta ahora era un juego que no despertaba temores en Washington porque podía ser interpretado, y por lo tanto gestionado, desde los criterios de la geopolítica y la geoeconomía. Hoy el contexto es distinto.

Considerado la biblia de la estrategia americana de las relaciones energéticas entre Rusia y Europa, el informe “Eurasian Energy Security” fue redactado por Jeffrey Mankoff, especialista en la materia para el Consejo de Relaciones Exteriores, un grupo de reflexión bipartidista que a menudo ha inspirado la política exterior de administraciones tanto republicanas como demócratas.

ENI: un instrumento en las relaciones Putin-Berlusconi

El análisis de Mankoff describe del siguiente modo la función de Gazprom: “una empresa que por momentos se identifica con el propio gobierno ruso y que sirve al designo de Putin de gestionar las relaciones con Europa enfrentando a unos países con otros”. Tal es la estrategia que Putin construyó pacientemente en el curso de sus ochos años de presidencia, de 2000 a 2008: “el gas se ha convertido en un instrumento crucial de poder”, prosigue.

Italia es una pieza decisiva dentro de esta estrategia, pues “junto con Alemania representa casi la mitad de las importaciones de gas ruso en la Europa occidental”. Conjuntamente, los dos países suponen cerca del 40% de los beneficios de Gazprom, un coloso que por naturaleza rehúye “los sistemas de reglas transparentes, a los controles judiciales y a las autoridades de control” de la Unión Europea.

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Visto desde América, el peligro es que “Para Europa, la dependencia energética creciente de un único grupo que se solapa con un gobierno extranjero plantea problemas de seguridad, transparencia y manipulación política potencial”. Aquellos que se han dejado arrastrar a una relación íntima con Moscú, como sería el caso de Italia, se arriesgan a servir a los designios de ésta a expensas de la unidad de los europeos.

La sospecha de que ENI, el gigante italiano de la energía, se haya convertido en un instrumento de las relaciones entre Berlusconi y Putin, se ve reforzada por ciertas etapas decisivas en el proceso de “enrocamiento” del poder energético en Rusia. En su informe, Mankoff recuerda que “durante su segundo mandato presidencial, Putin aceleró espectacularmente la concentración de las actividades ligadas al gas y al petróleo en los dos gigantes rusos: Gazprom y Rosneft.

Las empresas pertenecientes a oligarcas privados como la Yukos de Mijaíl Jodorovski fueron fagocitadas”. Sin embargo, Yukos fue objeto entonces de un porte financiero [compra temporal de acciones] por parte de ENI y ENEL, el primer suministrador de electricidad italiano. Algunos grupos occidentales fueron admitidos en este juego, observan desde el Departamento de Estado, donde recuerdan también la expulsión de FP y de Shell, que fueron obligados bajo la presidencia de Putin a deshacerse de sus principales inversiones energéticas en Rusia.

Una vez hecha la concentración de su imperio energético, en el que coinciden política y negocios, y en el que solo se admiten a los extranjeros dóciles, Putin pasa a la segunda fase de su estrategia. “Se trata –explica Mankoff- de impedir el acceso directo de Europa a los recursos energéticos del mar Caspio, repartidos fundamentalmente entre Azerbaiyán, Kazajistán y Turkmenistán.

Visto desde Washington, hay algo que no cuadra

Al reservarse el control de sus pasillos de tránsito hacia el mar Caspio, Rusia acentúa la dependencia que Europa tiene de ella. Y las consecuencias estratégicas sobre las relaciones atlánticas son la exposición de nuestros aliados a la influencia de Moscú”.

Una vez más, esta estrategia se encuentra en manos de un “pequeño grupo de colosos del Estado, como Gazprom, desprovistos de toda transparencia”. Es precisamente ese punto el que interesa a la Casa Blanca y a la Secretaria de Estado Hillary Clinton: “la corrupción sistemática en el sector ruso inocula la corrupción en la política europea”. Cabría entonces preguntarse quién se ha dejado atraer por las sirenas del dinero y cómo.

En Washington se evoca el caso del excanciller Gerhard Schröeder, cooptado como presidente de la junta directiva del consorcio de gaseoductos europeo Nord Stream, gemelo septentrional del proyecto South Stream. Romano Prodi, el expresidente de la Comisión Europea, rechazó hace poco la propuesta de los rusos de presidir la junta del South Stream.

El departamento de Estado repite la acusación principal que formuló Estados Unidos: “Nord Stream y South Stream sirven para reforzar la influencia de Rusia en Europa. Nuestro temor se ve reforzado por los indicios de corrupción que salen del Kremlin”.

South Stream es competidor directo del proyecto Nabucco, apoyado por la Unión Europea: en efecto, éste es el único proyecto que permite esquivar a Rusia. Si la elección se basara únicamente en criterios económicos, elegir sería muy sencillo: “South Stream cuesta casi el doble que Nabucco”, apunta Mankoff. Pero entonces, se preguntan los estadounidenses ¿por qué se implicó a ENI en un proyecto antieconómico? Desde el punto de vista de Washington, hay algo que no cuadra.

Las relaciones personales, motor de la política exterior italiana

Otro duro revés con respecto a la fiabilidad del proyecto Nabucco fue la guerra entre Georgia y Rusia en verano de 2008: para funcionar, ese gaseoducto requiere de la estabilidad en Georgia y en las demás repúblicas exsoviéticas. La atención del Departamento de Estado con respecto a Berlusconi se reaviva precisamente en ese momento, cuando el presidente del Consejo italiano presenta una posición a favor de Rusia y en contra de los demás miembros de la OTAN.

El informe secreto de Mankoff sospecha por primera vez que “Berlusconi y sus acólitos tienen con su interlocutor ruso unas relaciones de interés financiero de orden personal”. La gravedad de la guerra en Georgia debería reforzar la cohesión entre los europeos y revelar los riesgos ligados a una dependencia energética excesiva hacia Moscú.

Italia, por el contrario, se desmarca. Nos encontramos en un momento crucial. Y Washington necesita urgentemente confirmar sus sospechas “de inversiones personales entre Berlusconi y Putin”, que podrían ser el motor de las decisiones adoptadas en la política exterior italiana.

El peligro, lo tenemos justo ante nosotros: Italia podría convertirse en un peón en el tablero de Putin, el instrumento que va a dividir a la Unión Europea o a mantenerla dividida, para sacar tajada de la debilidad de cada uno de los socios en las relaciones bilaterales. “La dependencia hacia el semi-monopolio ruso del gas podría poner a cada uno de los gobiernos europeos en una posición en la que no podrían resistir a las demandas políticas de Moscú”, concluye Jeffrey Mankoff.

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