La claridad o la revuelta, Hollande debe elegir

El presidente francés, con los peores resultados de popularidad en las encuestas, criticado por la izquierda y la derecha y enfrentado a una fuerte oleada de protestas sociales, se encuentra acorralado. Según opina un editorialista, la única salida es “eliminar el marxismo” de la izquierda.

Publicado en 30 octubre 2013 a las 16:01

Estamos en el momento clave, en ese momento del movimiento estratégico que ha emprendido François Hollande. Se encuentra bajo un tiroteo cruzado procedente tanto de su campo como de la derecha. ¿Podrá salir ileso?
Creo que la misión de François Hollande es responder finalmente a la conversión del socialismo francés a la social-democracia. Debe acabar con el marxismo de la izquierda. Pero hereda un partido que, por culpa de todos los líderes socialistas, incluido él mismo, hacía un análisis inverso de la crisis: ¡hacía un llamamiento al retorno de la lucha de clases! ¡El trabajo “contra” el capital! El Partido Socialista (PS) no se dirigía hacia el siglo XXI, sino que se refugiaba en el siglo XIX. Para él, la cuestión fundamental era la de las desigualdades: hay que aplicar más impuestos a los ricos. Una vez elegido, Hollande se rodeó de consejeros y ministros que piensan eso. Y tiene un Parlamento en el que muchos de los diputados lo piensan.
Como candidato, comprendió que la crisis era sin duda más compleja que estos razonamientos perezosos. Prometía poco. Se atrevió a decir que el inicio del quinquenio iba a ser duro y que los frutos sólo podrían distribuirse después, en la segunda parte. Se mostraba prudente, algunos incluso sostenían que dubitativo.

Fundir socialismo y modernidad

[[El problema de François Hollande es que no es un intelectual. Es su principal drama. Carece de visión]]. Como es realista y pragmático, comprendió rápidamente que el programa socialista había muerto. Pero no tenía nada para sustituirlo, tan sólo tanteos y su gusto por los compromisos. Se rige según las relaciones de fuerza. Es un hombre de síntesis pequeñas y carece de una gran Síntesis entre el socialismo y la modernidad.
Esta carencia es lo que explica que, a pesar de su programa prudente, haya emprendido dos malas direcciones. Rodeado de un aparato socialista que vocifera contra las desigualdades, los bancos y el CAC40, al principio no vio que el problema principal de Francia era su débil competitividad. No es que las empresas no ganaran demasiado dinero, sino que no ganaban lo suficiente.
No obstante, corrigió el rumbo rápidamente, desde el verano de 2013, con el informe Gallois [;;;]. El PS se quedó estupefacto. Muchos aún no se han recuperado y siguen viendo en esta “política de la oferta”, un “regalo” a la patronal. Un vocabulario del siglo XIX.
El otro error es presupuestario. Al principio, el mismo programa del PS instaba a aumentar los impuestos, los de los ricos, para reducir el déficit. Aplicar más impuestos a los ricos, dárselo a los demás y así todo iría mejor. Por otro lado, en lo que respecta a la reducción de los gastos, otra posibilidad de una política de rigor, el presidente ha echado el freno. Al ser socialista, no quería atacar a sus electores funcionarios. Y además, los economistas le aconsejaron ir con calma. Con un crecimiento nulo en 2012, las consideraciones keynesianas justificadas exigían no reducir demasiado los gastos públicos. Francia, al igual que Italia, corría el riesgo de hundirse en la recesión. Además, Bruselas aceptó la petición de una prórroga para volver por el buen camino y cumplir los criterios de Maastricht.

Un giro total

[[Esta política en la que se mezcla un fondo de postura contra los ricos, una ideología keynesiana y de electoralismo dio lugar al “choque fiscal” de 2012]]: 30.000 millones de impuestos. Pero en un país con un récord de impuestos y de retenciones, se encendió la mecha de una revuelta fiscal. En 2013, un tercio del esfuerzo se centró en una reducción de los gastos, pero dos tercios procedían de las retenciones y esta vez, no sólo aplicadas a los ricos, sino a todo el mundo, incluida la clase media.
En 2014, el Gobierno espera que se produzca la recuperación, las consideraciones keynesianas tendrán menos peso, el 80% del esfuerzo se centrará en los ahorros y el 20% en los impuestos. En 2015, Hollande ha prometido que el 100% del rigor presupuestario se aplicará a los gastos.
El giro habrá sido total en tres años, pero es demasiado tiempo. François Hollande acabará finalmente siguiendo una línea de política económica sana: la competitividad y las reducciones estructurales de los gastos. Pero la “ambigüedad” habrá durado demasiado tiempo y "pedagogía” será la gran ausente. Tenemos por un lado a una mayoría que refunfuña y critica día y noche en las cadenas de televisión a un presidente social-demócrata y por otro, un ambiente de hastío fiscal que roza la insurrección.
¿Qué puede hacer François Hollande? Aunque vaya en contra del PS y de su mayoría, debería acelerar en la nueva dirección que ha emprendido. La competitividad francesa no se ha restablecido ni mucho menos y hay que ir más lejos. La reducción de los gastos debería ser la ocasión para aumentar la eficacia de los servicios públicos.
¿No quería ser social-demócrata? Pues que lo sea realmente. Los nervios en la clase política y entre los contribuyentes están a flor de piel.

Visto desde Alemania

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Un clima de revuelta

Francia “está en vísperas de un levantamiento”, se inquieta Frankfurter Allgemeine Zeitung, que juzga el “país ingobernable”:

Los socialistas en el poder en París no han logrado imponer sus decisiones. Sea la introducción de una ecotasa, la imposición de los seguros de vida y del ahorro-vivienda o un alza de la fiscalidad de las empresas, tan pronto como una ola de contestación barre el país y al cabo de algunos días, el Gobierno renuncia a sus medidas. Así, al reproche de la incompetencia se añade ahora una impresión de debilidad.

El diario alemán estima que el presidente “Hollande paga hoy el precio de una victoria presidencial ganada con ayuda de un programa completamente utópico que prometía que Francia superaría la crisis financiera y económica sin exigir sacrificios de sus ciudadanos”. El riesgo, subraya FAZ, es que:

los socialistas, que tienen la alcaldía de la mayoría de las grandes ciudades, podrían ser severamente castigados [en las elecciones municipales]. [Y] con ocasión de las elecciones europeas, el Frente Nacional de Marine Le Pen podría terminar a la cabeza, delante de la UMP, el partido conservador en la oposición. Y los socialistas llegarían por detrás, según las últimas previsiones.

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