Los colores de un pasado doloroso

Los 1.400 cuadros robados por los nazis y encontrados en el domicilio de Cornelius Gurlitt no sólo constituyen un gran descubrimiento artístico. Con la historia del hijo de un coleccionista de arte en la época del régimen nazi, en parte vuelve a plantearse la cuestión de la relación de Alemania con su pasado.

Publicado en 15 noviembre 2013 a las 16:31

Por fin encontraron al anciano más buscado del país. Paris Match le hizo una foto en un centro comercial de Schwabing [un barrio de Múnich]. Peinado con esmero y con un estilo elegante. Observa de lado, con gesto incómodo, la boca entreabierta, como si quisiera decir algo, aunque no pronuncie ninguna palabra.
Con toda probabilidad, se trataba de Cornelius Gurlitt, el hijo del marchante de arte nazi Hildebrand Gurlitt. Hace una semana, la revista Focus revelaba que la policía había investigado en 2012 su apartamento de Múnich, donde se amontonaban obras reunidas en su mayor parte durante el régimen nazi. Aunque la fiscalía no investiga a Gurlitt, pues no sabe aún qué se le puede imputar jurídicamente, desde el pasado lunes otras personas dirigen la investigación: detectives contratados por los herederos de los coleccionistas judíos, periodistas, fotógrafos, representantes de museos.
La historia no tiene nada de anecdótica: tras las persianas bajadas de un inmueble moderno, se oculta nada menos que un concentrado del capítulo más oscuro de la historia de Alemania. Un hombre solitario almacenaba en este lugar la herencia de su padre, un hombre tan alemán como cualquier otro. Hildebrand Gurlitt colaboró con el régimen nazi y se aprovechó de ello, arrebatando a los coleccionistas judíos sus bienes y por lo tanto sus medios de vida, privando también a los museos de joyas del arte moderno. Paralelamente, dejando a un lado que él mismo tenía un poco de sangre judía, también era un mecenas y un defensor de estos artistas de la vanguardia, cuyas obras conservaba o revendía, según el caso.

Paradojas e irregularidades

Estas son las paradojas de nuestra historia común y todos los descendientes no las aceptan fácilmente. [[Cornelius Gurlitt claramente consideró que no tenía otra opción que atrincherarse tras el secreto familiar]]. Podría haber transferido la herencia paternal a una fundación cuando falleció su madre, a finales de los años setenta, o bien cederla al Estado con fines de investigación o de restitución.
Pero Cornelius Gurlitt no tenía el libre albedrío, ni la perspectiva necesaria sobre sus orígenes y nada nos dice que los tenga actualmente, ahora que se encuentra acorralado. La única salida posible será llegar a un acuerdo, porque nadie ha derogado la legislación sobre el desfalco de obras de arte a finales de la guerra. La ley de 1938 sobre el "arte degenerado" sigue en vigor. En el ámbito jurídico, en Alemania se impuso la idea de que el saqueo de los museos era una "prerrogativa del poder", y por ello ningún museo pudo reclamar nada tras la guerra. Por otro lado, los coleccionistas privados, como la familia Gurlitt, están exentos de aceptar los acuerdos que se aprobaron posteriormente sobre las obras de arte confiscadas a judíos.
Estas enormes irregularidades son de sobra conocidas y en los últimos años han salido a la luz casos jurídicos más candentes que este último. Entonces, ¿por qué ha generado tanta controversia el asunto de Gurlitt?
El atractivo siniestro que ejerce estriba en un doble juego de escondite, el de Cornelius Gurlitt, en primer lugar y luego el del fiscal actual, que aún no ha publicado una lista exhaustiva de las obras ocultas.
Cornelius Gurlitt, de casi 80 años, sin duda sabía que las artimañas de sus padres, por legales que fueran, eran ilegítimas. Ha dedicado su vida a mantener la mentira familiar, renunciando a cualquier actividad profesional y a fundar una familia, consagrando su existencia a preservar la reputación de su padre.

Ni verdugo ni víctima

Cornelius Gurlitt quizás no sea más que un inadaptado como otros muchos: la semana pasada, creímos ver en su timidez ante el objetivo la prueba de que se trataba de un monstruo medio loco, capaz de cualquier cosa. Pero este hombre es tan poco combativo que ni siquiera ha contratado a un abogado. Esa persona a la que al principio se le consideró como un hombre marginado en medio de su cueva de Alí Baba despertó algo de compasión: lo importante era sobre todo tranquilizarse, decirse que, al contrario que él, nosotros habíamos dejado atrás el pasado, que habíamos superado los crímenes de los nazis y sus repercusiones. ¿Seguro?
El que como Cornelius Gurlitt viera la luz en 1933 en Alemania, no ha sido ni verdugo ni víctima. Se adaptó a un régimen de no derecho, se dio de frente de niño con el surgimiento de nuevos valores en 1945, antes de formar parte de esas personas que construyeron la nueva República Federal. Y no ha sido hasta hoy, ahora que su generación llega a una edad avanzada, cuando se tambalea su concepción de la existencia, cuando se vuelven a abrir las antiguas heridas. [[La historia de Cornelius Gurlitt puede ser también la ocasión de saber más y quizás de hacer que hable este hijo de Alemania]], o si no él, al menos sus cuadros, sus dibujos y sus archivos cuidadosamente ocultos.
Hoy, el Gobierno alemán ha anunciado que iba a apostar por la transparencia y que publicaría en Internet una lista, en la medida en que se lo permita la ley. Una buena iniciativa. Al disimular la naturaleza de las obras, ponía a prueba los nervios de la opinión pública. El doble juego de escondite que ha desencadenado este descubrimiento ha encendido los ánimos, porque todo el mundo presiente las sorpresas desagradables que puede encubrir un pasado tan cruel: los fantasmas del pasado, a los que en realidad no conocemos o no logramos entender, pero que pueden regresar y visitarnos en cualquier momento. La muerte de todos los que se rindieron al oportunismo y a la crueldad no marca el fin de la historia. Porque las obras de arte sobreviven a los hombres y son nuestra memoria. Los sentimientos difusos de muchos alemanes toman forma con este descubrimiento: de repente, salen a la luz cuadros auténticos, en la casa del hijo de un nazi auténtico. Hoy, tenemos la oportunidad de señalar a este mensajero venido del pasado y librarnos de nuevo de la cuestión de la culpabilidad, o bien aceptar a Cornelius Gurlitt como uno de los nuestros, con su angustia. Con él ha llegado el momento de encontrar una forma de mejorar esta situación.

Revelación

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Un tesoro oculto

El semanario Focus fue el primero que hizo pública la fantástica colección de cuadros ocultos de Cornelius Gurlitt, hijo de un coleccionista de arte que se había hecho con obras de pintores considerados “degenerados” durante el régimen nazi. Este “tesoro salvado” incluye más de 1.400 cuadros conservados en el apartamento de Múnich de Gurlitt y que fueron recuperados por la policía en 2012. Las obras encontradas, entre las que figuran pinturas de Matisse y de Picasso, alcanzarían un valor de mil millones de euros. Se cree que algunos incluso pertenecieron a Paul Rosenberg, un coleccionista de arte parisino y abuelo de la periodista Anne Sinclair ( casada con el polémico exgerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn), que, según explica la revista, “lucha desde hace décadas para recuperar los cuadros robados por los nazis”.

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