De nuevo las elecciones presidenciales bielorrusas se convierten en un problema para Occidente. El enfrentamiento de los rivales del presidente electo con la policía, el apaleamiento de los que se manifestaban contra el gobierno y las detenciones de los líderes de la oposición difícilmente facilitarán la apertura hacia la Bielorrusia de Lukashenko. Más bien, toda esta situación parece una vuelta a esos lúgubres tiempos en los que se calificaba a Alexander Lukashenko como “el último dictador de Europa”.
Los resultados de las elecciones del domingo (79,67% para el presidente actual) se están poniendo en tela de juicio en Minsk y la oposición estima que los resultados obtenidos por Lukashenko serían la mitad de los registrados en las encuestas a pie de urna encargadas por el gobierno.
¿Cuál debe ser entonces nuestra reacción ante los resultados oficiales? ¿Debemos volver a aplicar sanciones contra el régimen bielorruso, prohibir de nuevo a sus dirigentes que visiten Occidente, no dejar que Lukashenko disfrute en las pistas de esquí alpinas ni que acuda a sus reuniones con Berlusconi? Resulta más sencillo decir cuál debe ser nuestra reacción ante el apaleamiento del candidato de la oposición Vladimir Neklyayev: indignación y críticas feroces.
Sin embargo, no debemos tomar decisiones precipitadas y emotivas. No digo que tengamos que hacer como si no hubiera ocurrido nada. Han pasado muchas cosas y debemos decirlo alto y claro. Se deben pedir explicaciones sobre el recuento de los votos y los ataques de la policía a los líderes de la oposición.
Bielorrusia no es un socio fácil
Sin embargo, Occidente no debe vacilar entre sanciones y promesas, entre amenazar al régimen un día y premiarle otro día. ¿Los que le premiaron antes de las elecciones realmente esperaban que se cumplieran los estándares democráticos? ¿Esperaban, por ejemplo, que cambiara de la noche a la mañana la mentalidad de las autoridades de los centros electorales?
Bielorrusia no es el único país al este de la UE en el que los resultados de las elecciones se ponen en duda, por decirlo suavemente. Y Occidente no ve nada de malo en hablar con los demás líderes regionales y en hacer negocios con ellos. Existe un país llamado Rusia, al este de la UE, en el que la policía ataca a una anciana de 82 años y esto no produce ningún deterioro en sus relaciones con Occidente.
Lukashenko ha cometido muchos pecados y quizás un día su propia gente le obligue a pagar por ellos. Pero con su reinado, Bielorrusia ha reforzado su soberanía. No es un socio sencillo para nadie. Y eso no va a cambiar.
Occidente debería plantearse seriamente dar la espalda a Lukashenko. Lo que no deberá hacer en ningún caso es dar la espalda a los bielorrusos. Bielorrusia aún no es un caso definitivamente perdido para Occidente.
Desde Moscú
Victoria, con ayuda de Europa y Rusia
“La principal victoria de Alexander Lukashenko ha sido en el terreno de la política exterior”, constata Gazeta.ru. “Sin embargo, hace solo 3 ó 4 meses, probablemente no se habría esperado tanto”: “Occidente le pedía que liberalizase su política interior y Rusia minaba su economía”. Pero, “en lugar de recibir un chaparrón de amenazas, Bielorrusia no ha hecho más que recibir coba”, cuenta el periódico en línea ruso. “Responsables europeos acudieron a Minsk con ofertas de cooperación y después Rusia reanudó sus entregas de petróleo con desgravación, a cambio de la aceptación por parte de Bielorrusia de la creación de un espacio económico unificado. Por parte de Europa, se barajaron ayudas financieras de 3.000 millones de euros; por parte de Rusia, el coste de la medida se estima en 2.000 millones de dólares al año”.
“La demostración por parte de Lukashenko de que era capaz de llevar a su país hacia Europa ha obligado al Kremlin a buscar los medios para recuperar a su ‘aliado estratégico’”, observa Gazeta.ru. La situación de Europa es mucho más sencilla. Más que un resultado, precisa un proceso, cosa que se puede obtener con Lukashenko a la cabeza del Estado y que, además, comienza a verse”.