Noticias Diez miradas sobre Europa | 6

La utopía a nuestras puertas

La UE se comporta como una adolescente acomplejada que no sabe qué hacer con su cuerpo cambiante, señala el investigador francés Philippe Perchoc. Pero crecerá y asumirá su función en el mundo, buscando nuevos sueños junto a países que podrían adherirse a ella.

Publicado en 28 diciembre 2010 a las 23:20

Hace unos meses, conversaba en el metro con una diplomática estonia y le decía que Europa había sido el continente de las utopías y que hoy ya no había nada que la hiciera soñar. Una parisina se dio la vuelta y exclamó: "¿Europa? ¿Una utopía? ¡Pero qué dice! Es un club de peces grandes que se alimentan de los pequeños".

Un fragmento de conversación en el transporte público o la lectura de cualquier diario demuestran que Europa tiene un problema y sobre todo un problema consigo misma. Todos los medios de comunicación nos cuentan el psicodrama diario de una Europa a la que le cuesta salir de la adolescencia. Si se analiza en el tiempo, la Europa política apenas ha salido de la infancia. Sesenta años de historia es incluso menos que la duración del reinado de Luis XIV. Y esta Europa adolescente de repente es consciente de que su cuerpo ha cambiado desde que fuera la pequeña Europa de los seis, que ha crecido y se ha convertido en una adulta mundial, con responsabilidades. Esta crisis de la adolescencia es uno de los motivos del divorcio entre los ciudadanos y el proyecto europeo.

A Europa le cuesta aceptarse con sus nuevas dimensiones. En realidad no ha tenido elección y se ha visto obligada a crecer por la historia y la caída del Muro. Actualmente, es demasiado grande, demasiado complicada. Por un lado, tiene la tentación de anular esta rápida ampliación. Algunos intelectuales franceses como Max Gallo defienden la idea de un "golpe de Estado franco-alemán" y de una alianza con Rusia, por encima de los pequeños Estados miembros. Por otra parte, se debate en peleas interminables para saber cuántos funcionarios integrarán su nuevo Servicio Europeo de Acción Exterior, en lugar de hablar de las misiones de este nuevo servicio. Cualquier debate sobre la acción se hunde en los entresijos de un debate sobre los medios. La Unión parece haber perdido la confianza en sí misma y cualquier ilusión por el futuro, tal y como ha demostrado la cacofonía sobre la Europa de 2020.

Sin embargo, Europa es la única que se ve a sí misma tan fea. En todo el mundo hay intelectuales que expresan su amor por este modelo europeo y el lugar que este continente debería ocupar en el nuevo gobierno mundial. Incluso en Europa, nuestro egocentrismo enfermizo no nos deja avanzar. Cuando China, India, Estados Unidos, Brasil y África tienen confianza en su futuro, Europa parece paralizada por el miedo. Añora casi la Europa enana que vivía resguardada por el Muro, protegida por Estados Unidos.

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La crisis ha gripado los dos motores de la construcción europea: la solidaridad y la búsqueda de la eficacia. Por un lado, los jefes de Estado se preguntan en Bruselas si deben ayudar a este país o al otro con dificultades. Por otro, tan sólo se plantean hacerlo mediante mecanismos complicados, intentando mantener la independencia de cada órgano. Ahora bien, cuando se ataca a un miembro, todo el cuerpo está en peligro. Incluso la cabeza (el Consejo Europeo) se pregunta si es conveniente intervenir y el corazón (la Comisión) parece haber dejado de latir y de propulsar ideas nuevas, de impulsar al cuerpo entumecido de Europa. Tendríamos que dejar de mirarnos el ombligo y pensar de nuevo en Europa como una colectividad, como "nosotros". La crisis continental del "yo" ha sido provocada por la crisis de 27 pequeños egos.

Como Europa mantiene una relación complicada consigo misma, vive una relación acomplejada ante los demás. Sin embargo, no tiene ningún motivo para excusarse por ser ella misma. Incluso ante los que llaman a su puerta. En lugar de responder con miedo "¿Quién es?", nos gustaría escuchar: "Sí, ¿qué quería?". Los europeos, obsesionados con nosotros mismos, con nuestro funcionamiento y nuestros problemas monetarios, nos olvidamos de que podemos perfectamente crear algo con alguien que sea totalmente distinto a nosotros. Pero nunca les preguntamos a los turcos, a los serbios o a los islandeses cuál es su sueño de Europa. ¿Cuáles serán sus prioridades una vez que formen parte del club? ¿Cómo imaginan a Europa en el mundo dentro de 50 años? De momento, esto no sucede.

Lo que les falta hoy a los europeos es un gran proyecto. Podríamos decir incluso que una utopía. No será por la falta de desafíos: apaciguar las relaciones internacionales como se ha hecho con las relaciones europeas, ser una parte importante del desarrollo sostenible o construir la gran economía solidaria del conocimiento del futuro. Pero para ello, tendríamos que reaccionar.

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