Un año después de habernos adherido a la Unión Europea, no se puede decir que no hayamos fracasado. Pero tampoco hemos logrado acercarnos al nivel de vida ni a los valores sociales de los países desarrollados de la UE. ¿Quién tiene la culpa de esta situación?
Una mala gestión política, que no ha sabido convencer a un pueblo con una mentalidad tradicionalmente poco abierta al cambio, de que el modo de vida europeo no llega por sí solo, sino que es necesario un cambio radical de su propia visión del mundo.
[[Croacia ha seguido siendo un país introvertido, claustrofóbico, increíblemente tolerante ante cualquier tipo de corrupción, desconfiado ante los empresarios y demasiado vinculado a su pasado]], que nunca ha sido tan glorioso como quieren creer los patriotas románticos. La buena noticia es que no es algo que deba durar eternamente y que puede cambiarse. La mala es que esta situación sigue sin cambiar.
La vida relativamente cómoda que ha llevado la mayoría de la población de la antigua Yugoslavia tiene mucho que ver. Ha anestesiado el impulso emprendedor nacido de la revuelta y de la lucha por la supervivencia que tuvieron que vivir los ciudadanos al otro lado del "telón de acero".
De este modo, nos hemos escudado en un sentimiento de superioridad con respecto a los que no han tenido una vida tan dura. Entonces, ¿Croacia no corre el riesgo de convertirse en una nueva Grecia? Lo cierto es que no. En primer lugar, porque en Croacia nadie ha tenido los privilegios de los que gozaba la administración griega. A pesar de la aversión al cambio de nuestros empleados del servicio público, no pueden compararse con los de Grecia.
En segundo lugar, y lo más importante, la magnitud de la economía croata, al igual que su importancia en la UE, son tan modestas que no pueden poner en peligro a la UE, incluso en el caso de que el Estado quebrara.