Militantes del Partido Socialista Europeo distribuyen el manifiesto del Partido para las elecciones de junio en París. Foto Vx Lentz.

Ciudadanos, un esfuerzo más

El Parlamento europeo es la única institución supranacional en el mundo que se elige democráticamente. Sin embargo, a falta de un verdadero debate sobre el sentido de su existencia, los ciudadanos lo consideran como un asunto de las élites.

Publicado en 24 mayo 2009 a las 17:47
Militantes del Partido Socialista Europeo distribuyen el manifiesto del Partido para las elecciones de junio en París. Foto Vx Lentz.

Desde 1979 existe un Parlamento de Europa que eligen por sufragio universal directo todos los ciudadanos de la Unión Europea. En treinta años, ese Parlamento ha conocido seis elecciones. La séptima debería celebrarse entre los próximo 4 y 7 de junio y constituye un ejercicio democrático de una envergadura sin parangón, exceptuando a la India. El Parlamento Europeo es la única representación supranacional democráticamente elegida en el mundo dotada de poderes verdaderos. Los diputados de esta séptima legislatura tendrán, con toda seguridad, el privilegio de ser los primeros eurodiputados que puedan ejercer una verdadera capacidad de control y de decisión sobre el conjunto de la Unión.

¿A quién interesa esto? Por lo visto a poca gente. En Europa ningún escrutinio suscita tan poco interés e indiferencia como las elecciones europeas. Tras treinta años de existencia, los ciudadanos europeos siguen considerando el Parlamento Europeo como una parodia de democracia reservada a unas élites políticas.

Sin embargo, no escasean los defensores de Europa. No menos de 52 institutos figuran en la lista de asociaciones para la promoción de Europa. En los 27 Estados miembros, los partidos políticos y las fundaciones invierten masivamente para informar a los ciudadanos, como si quisieran inaugurar un segundo siglo de las luces.

Ahora, las sonrisas de los candidatos están presentes en cada esquina; Angela Merkel y sus ministros no desaprovechan ni una ocasión para recordarnos la importancia del escrutinio, el panadero ha decorado su vitrina con pequeñas banderas azules estrelladas y, en la plaza del mercado, una agencia publicitaria ha organizado un desfile de pollos gigantes desplumados para recordar a los ciudadanos la importancia de la Directiva europea sobre los derechos de los consumidores.

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Sin embargo, todo esto tiene poco efecto. El entusiasmo europeo no se refleja en el índice de participación en las elecciones. Y, como si esto no fuera suficiente, en su séptima legislatura, las presiones a las que se ven sometidos el Parlamento de Estrasburgo y las demás instituciones europeas tan sólo se podrían comparar a las que recibe el entrenador del Bayern de Munich después de tres derrotas consecutivas. De hecho, los eurodiputados, los comisarios, los altos representantes y, en general, toda la élite política europea, despliegan una actividad frenética y no cesan de pronunciarse sobre el deber ciudadano de los electores, la misión europea, el euro y la desaparición, ya antigua, de los puestos fronterizos. Como si todos los logros de Europa pudieran desaparecer de repente, como si los electores tuvieran que someterse a un voto de confianza para no poner en peligro todo lo bueno y maravilloso que Europa ya ha conseguido. En estos momentos es cuando Europa se nos aparece, unas veces, como una fuerza de futuro, y otras, como un monstruo antidemocrático. Es como si en cada renovación del Bundestag, los alemanes tuviesen que pronunciarse sobre el mantenimiento de la Constitución. Esto es ridículo para un parlamento que sólo tiene treinta años.

La indiferencia de los ciudadanos hacia Europa puede explicarse de muy diversas maneras, pero, desde luego, no se puede culpar únicamente a las instituciones. (Resulta casi cómico ver como la UE llega al extremo de explicar lo que es verdaderamente en su portal de Internet). Los ciudadanos también tienen su parte de responsabilidad. Los electores no deben dejarse arrastrar a regañadientes al sistema en el que viven. Sí, Europa es un gran desafío, pero hay que merecerlo.

Tan sólo nos cabe esperar que esta elección será la última en la que aún sea necesario recordar por qué esta experiencia política única en el mundo merece un poco más de atención por parte de los electores y por qué la unión de 27 estados, más o menos grandes, constituye una baza nada despreciable en un mundo en continua evolución.

OPINIÓN

Por una política del "telescopio"

Para representar debidamente los intereses del país que le envía al Parlamento, cada diputado europeo debería tener a mano un telescopio, para ver Europa a distancia, desde su país de origen, y viceversa, su país de origen desde Bruselas" Es el único medio, según Horia Roman Patapievici, politólogo y director del Instituto Cultural Rumano, para que funcione la gran máquina del Parlamento europeo y hacer que los electores se interesen". Los ciudadanos europeos siempre votarán a regañadientes, continúa Patapievici, mientras no vean que el Parlamento es una institución capaz de cambiar las cosas. "La abstención se explica por razones políticas y no psicológicas. Tanto en las democracias jóvenes como en las consolidadas, las instituciones europeas sufren de un gran déficit político", escribe el analista rumano en Evenimentul Zilei. Citando a J.H.H. Weiler, profesor por la Universidad de Nueva York y especialista en análisis de las instituciones europeas, afirma que "no hay relación directa entre el voto de los ciudadanos y las futuras decisiones en el seno de la Unión". Y de ahí esa "consciencia de la inutilidad del voto, que desmoraliza al elector y hace que se quede en casa".

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