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De botellón alemán en la Costa Brava

Todos los años, decenas de miles de estudiantes alemanes de bachillerato se dan cita en las playas del Mediterráneo para celebrar el final de los exámenes [de selectividad]. Para las localidades que los acogen, la juerga sin límites es una fuente de ingresos, pero también de problemas ligados a los excesos. Próxima parada: Lloret de Mar.

Publicado en 20 julio 2009 a las 15:45
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Por la noche, Lloret de Mar se llena de luces de neón rojas y azules. Al amanecer, las luces del Magic Park, el Hollywood y los demás bares y discotecas de la localidad gerundense se apagan y las calles se tiñen de gris. Los estudiantes vuelven al hotel para acostarse. Las actividades que proponen a los grupos de estudiantes algunas empresas especializadas no empiezan hasta las dos de la tarde. Nos acompaña Olli, que trabaja en una de ellas; hoy organiza una fiesta de la sangría en la terraza del Dr. Döner. En las últimas semanas, los estudiantes han oído de boca de sus profes lo que los profesores, en un alarde no exento de exageración, siempre dicen a sus alumnos al final del bachillerato, que son el futuro, la élite del país. Los jóvenes que vienen a Lloret de Mar han preferido dejar para después esta enorme responsabilidad e incluir el alcohol en la reserva del hotel, porque sale más barato que comprar botellas sueltas...

Cada año unos 35.000 estudiantes ponen rumbo a la Costa Brava; los autobuses rebosan de futuros economistas, dentistas y agentes de aduanas. La vida en Lloret es fácil: sol, playa, discotecas y alcohol. La ciudad brinda a los estudiantes todo lo que necesitan para olvidarse de la incertidumbre de la vida que les aguarda después del instituto. Olli es uno de los encargados de hacerles la vida fácil en Lloret. Tiene 33 años, trabaja para Abi4Life, una empresa especializada en este tipo de turismo. Tiene a su cargo a veinte monitores. Olli suele subir a los autobuses para dar la bienvenida a los miles de estudiantes, procedentes de Berlín, Colonia o ciudades más pequeñas: “Aquí no se viene de fiesta, ¡se viene a desfasar!”. Desparrame y desfase son sus palabras favoritas. Una semana de vacaciones en un hotel de 3 ó 4 estrellas para desfasar, perder el control: ese es el objetivo.

Los autobuses también van a Italia, Croacia, Hungría y Bulgaria. Los destinos suelen ser lugares como Lloret de Mar, donde todo está pensado para la diversión y donde la importancia de los destrozos que puedan causar las hordas de jóvenes de 18 años completamente borrachos es secundaria, porque o bien todo es de hormigón y fácil de limpiar, o todo tiene tan poco valor que no cuesta renovarlo.

Lloret, con sus 38.000 habitantes, sus 199 restaurantes, sus 93 hoteles y sus 42 discotecas, obtiene grandes beneficios gracias a este tipo de turismo, lo que no es óbice para que algunos políticos del municipio se muestren preocupados por la imagen de la ciudad. Una imagen que empaña este tipo de turismo, procedente de Alemania, Francia, Rusia, Inglaterra, Holanda e Italia y al que sólo le interesa el alcohol. Lloret está un poco harta de tanta fiesta.

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Por la noche, los policías recorren la avenida Just Marlès, poblada de discotecas, armados con porras. Los agentes no siempre pueden evitar la catástrofe. En mayo, un estudiante alemán de 20 años falleció al caer accidentalmente por un talud tras una noche de fiesta; un vecino que paseaba por la zona encontró el cuerpo una semana después de la desaparición. “La oferta de los turoperadores se reduce a sexo y alcohol. Los jóvenes llegan y se creen que pueden hacer lo que les dé la gana”, se lamenta el jefe de la policía del municipio gerundense.

A media tarde, los estudiantes del instituto Mittweida yacen tendidos en la playa, junto a la red de vóley-playa, rodeados de latas vacías de cerveza; a unos 300 metros, al lado de las papeleras, los del instituto Syke tratan de reponerse de la borrachera de la noche anterior.

La organización cita a los estudiantes en el hotel a las nueve y media para llevarlos a la discoteca Aztek, donde el tequila correrá a raudales, de ello se encargan los monitores. A la puerta de la discoteca nos espera su director, Graham. Es inglés y llegó a Lloret en los años setenta, empeñado en convertir la pequeña localidad costera en sinónimo de fiesta para los jóvenes. En su opinión, Lloret seguirá siendo un lugar para el ocio, digan lo que digan el jefe de policía y el alcalde, e independientemente de las normas que se promulguen. Lloret quiere tranquilidad, pero también quiere dinero. Así las cosas, parece que los excesos tienen el futuro asegurado.

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