Paolo Rumiz, un alma sin fronteras

Viajero, escritor y periodista. Italiano, balcánico y un poco eslavo. Paolo Rumiz es todo este compendio a la vez, ha sido testigo de los grandes cambios de Europa y los cuenta en relatos muy personales.

Publicado en 22 abril 2011 a las 14:34

Tutea a las fronteras. Desde siempre. Le son impuestas. Desde la noche de su propio nacimiento en Trieste, en 1947, en ese pequeño pedazo de tierra bañado por el Adriático que conoció los fastos del Imperio austrohúngaro antes de unirse a Italia, y que, tras las fechorías y las locuras de la Segunda Guerra Mundial, llegó a ser durante algunos años el “Territorio libre de Trieste”. “Recuerdo los rostros de los policías comunistas en la frontera y de las mujeres yugoslavas que llegaban del campo portando la lechera sobre sus cabezas. Mis padres vivían esta frontera como una pesadilla. Para mí, era simplemente una invitación a viajar, una línea tras la que empezaba el misterio”.

Esta curiosidad, estas ganas de despegar no han abandonado nunca a Paolo Rumiz. Su periplo más largo le hizo zigzaguear por los confines orientales de la Unión Europea, del mar de Barents al mar Negro. Treinta y tres días, diez países, unos 6.000 kilómetros recorridos, a pie, en autobús, en tren, en auto-stop, en chalana, seis kilos de equipaje sin el lastre de lo superfluo, siete cuadernos de notas y un relato, el primero que este escritor viajero italiano publica en Francia.

Un atlas desdibujado por los Estados modernos

Un viaje vertical en una Europa que él descubre más larga que ancha, para aproximarse a lo más íntimo del alma del pueblo eslavo de Oriente. Una bella prosa, de luces y sombras, impregnada de ternura y melancolía, de efluvios delicados o potentes.

Y de rostros y de historias susurradas al hilo de los encuentros con los samis, los últimos pastores de renos de la península de Kola, el padre Leonid que fue soldado de las fuerzas especiales rusas, Alexandre, el huérfano de corazón tierno atormentado por el miedo ante lo que le espera tras dos años encerrado en prisión, los monjes de las islas Solovki, Mariusz, el hombre-lobo que duerme sobre su sartén en su casa perdida a la sombra de la capilla del santo patrón de los vagabundos, la hechicera de los blinis, los taciturnos de Estonia, las corales de Letonia, los viejos creyentes a orillas del lago Peipus, Rita y Volodia consideradas de una vez por todas como “extranjeras” en sus propios pasaportes, los jóvenes que aspiran a convertirse en oficiales en Kaliningrado, Lilia que vigila el viejo cementerio judío.

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Todos componen un atlas desdibujado por los Estados modernos, devuelven el alma a los territorios olvidados. Botnia, Carelia, Livonia, Curlandia, Latgalia, Masuria, Polesia, Volinia, Rutenia, Podolia, Bucovina, Budjak, Besarabia, Dobruja... todas estas “antiguas provincias fronterizas engullidas por la geopolítica”.

Reivindicar una "identidad plural"

”Un baño de humanidad”, afirma Paolo Rumiz, que reivindica una “identidad plural: eslava en su alma, alemana en el enfoque cultural, italiana en la lengua y algo francesa”, puesto que sus primeros viajes le llevaron a Francia y porque se nutrió de los narraciones de Antoine de Saint-Exupéry, Nicolas Bouvier o también de Bernard Moitessier. Su primer relato lo escribió a los 21 años.

Pero sobre todo, durante años ha cubierto para Il Piccolo, el diario de Trieste, la caída del comunismo, la escisión de la ex-Yugoslavia y la guerra de los Balcanes. “Agarrada en el extremo septentrional del mar Mediterráneo, Trieste, mi ciudad, es un sismógrafo, una balaustrada hacia otros horizontes. En los cafés, lo normal era hablar de lo que sucedía en el extranjero. Los hombres de mi generación se han nutrido con el pan de la geopolítica”.

Este viaje a los confines de Europa, Paolo Rumiz decidió llevarlo a cabo poco después de cumplir los sesenta. Tras una noche de fiesta para celebrar la caída de la frontera Schengen alrededor de Trieste, cuando se hizo pedazos el último trozo de hierro que representaba la separación con Eslovenia, comprendió que le faltaba algo, “el sueño, la línea de sombra que franquear, el sentimiento de lo prohibido”. Entonces, “como un salmón que remonta la corriente”, emprendió el camino “hacia el alma eslava”.

La herida abierta de la guerra de los Balcanes

Su narración se publicó por entregas en el diario La Repubblica. Un clásico desde 2001. Un mes más tarde, Paolo Rumiz realizó el undécimo viaje para el diario italiano. Pero esos relatos de viaje no cicatrizaron la herida abierta por la guerra de los Balcanes, de la que él informó. “Me sentí traicionado por la ceguera de Europa en el caso de los Balcanes, especialmente ante Bosnia, donde no se quería ver mas que a los islamistas, donde había europeos con una cultura turca.

Esta impotencia de no poder explicar, esta impotencia frente a la violencia contra los inocentes me hizo caer enfermo, físicamente. Me sentiré siempre en deuda con los pobres bosniacos. Escribí después una historia en verso sobre Bosnia, una historia de amor que se desarrolla desde el final de la guerra hasta 2002. Los lectores comprendieron la poesía cuando no habían entendido las crónicas de guerra. El periodismo no es siempre la verdad. En ocasiones hay que buscar otro lenguaje. Yo encontré ese decasílabo que llegaba al alma. Pude decir cosas que en toda mi vida como periodista no había podido transmitir. Hoy en día, soy como un funámbulo, entre la verdad del periodista y la transfiguración que ofrecen la poesía y la ficción”.

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