En la República de Moldavia encontramos dos líneas fronterizas que nos convierten en el escenario de una guerra de civilizaciones: una frontera exterior, con el río Prut, que separa la civilización de Europa occidental de la euroasiática, y una interior, que separa a los ciudadanos con ideas liberal-demócratas de los "homo soviéticus".
La República de Moldavia es resultado de la implosión de la URSS a comienzos de la década de los 90 y del fracaso del comunismo en el mundo. Las élites moldavas sólo estuvieron en condiciones de enfrentarse a estos acontecimientos en su fase inicial, puesto que la prioridad era la independencia. Posteriormente se mostraron incapaces de asentar las bases de un nuevo Estado. La abrumadora victoria de los comunistas en 2001 ha supuesto el fracaso de las fuerzas reformadoras y el refugio de una gran parte de los ciudadanos en los mitos nostálgicos de un pasado no muy lejano.
Al contrario de lo que ocurría en el siglo pasado, cuando el Telón de Acero servía de muro contención, los moldavos ya no pueden aislarse con respecto a los valores europeos. Internet y la libre circulación han contribuido a convencer a los moldavos de las ventajas del Estado de derecho y de la economía de mercado. La nueva generación, europea, que ha estudiado en Rumanía o en occidente apoya a los dirigentes políticos de un nuevo tipo.
Nuestra sociedad se ha dividido claramente en dos grupos culturales. Por un lado, se encuentran los "homo soviéticus", los que han aceptado la comodidad social del socialismo totalitario. Por otro, los que han apoyado la modernización generada por los valores europeos. La llegada al poder de los comunistas ha enfatizado la incompatibilidad de estos dos paradigmas y crea una tensión explosiva.
Estos grupos culturales en la sociedad y sus relaciones evolucionan constantemente y reciben influencia del exterior. Los bloques político-económicos del continente (la Unión Europea y el antiguo espacio soviético) son la expresión no sólo de las rivalidades geopolíticas, sino también del enfrentamiento de las mentalidades de Europa occidental y la euroasiática.
Los enfrentamientos violentos del 7 de abril [tras las elecciones legislativas del 5 de abril] y la posterior represión, no son una tentativa de golpe de Estado, sino la expresión de un conflicto de civilizaciones. El gobierno se ha esforzado por demostrar su legitimidad aferrándose a la mentalidad de tipo soviético como a un salvavidas, con el uso desproporcionado e ilegal de la fuerza, la guerra de información, el telón de acero sobre el Prut y la censura de la prensa occidental. En el contexto interno, se está produciendo la corrupción de las élites jóvenes. La oposición considera una catástrofe que se mantenga la antigua élite en el poder.
Los acontecimientos políticos de esta primavera demuestran que el poder comunista no entiende hasta qué punto está dividida nuestra sociedad. Lo único que ve son enemigos a los que liquidar. Pero la lucha de clases se ha convertido en una lucha de mentalidades. Los que quieren ganar la batalla con métodos civilizados y los que lo hacen con la mentira y la violencia. Los comunistas esperan ganar la batalla insistiendo en ser al mismo tiempo competidor y árbitro.
Hace casi 300 años, el emperador alemán Federico II de Prusia, apodado el Grande, ya había comprendido que no se puede evolucionar en dos aspectos distintos al mismo tiempo. Un día, mientras paseaba, vio un molino muy bonito: "Si no me vendes el molino, lo tomaría a la fuerza de todos modos, pues soy el emperador", le dijo Federico al molinero. El molinero replicó con dignidad: "Sería así si no hubiera jueces en Berlín". Y Federico se marchó impresionado. Actualmente aquí el emperador es igual al molinero y el juez espera el resultado del espectacular choque de civilizaciones.