Festival de canto y danza tradicionales en Talín. Foto de Egon Tintse.

El patriotismo no hace la felicidad

A los estonios les gusta unirse bajo la bandera con ocasión de las grandes fiestas nacionales. Pero a diario se comunican poco entre ellos, y por esta razón son los europeos menos felices, afirma el diario Postimees.

Publicado en 29 julio 2009 a las 16:40
Festival de canto y danza tradicionales en Talín. Foto de Egon Tintse.

El Happy Planet Index, el índice de felicidad mundial, sitúa a Estonia en lo más bajo de la clasificación europea. ¿Cuál es la conclusión que se puede sacar? Los resultados del Happy Planet Index se explican por la ausencia de cohesión social y por un sentimiento muy difuso de pertenencia común. Es cierto que un estonio, por lo general, sólo se siente cómodo entre sus amigos. Pasa del resto del mundo, frunciendo el ceño con desconfianza.

Cuando visita las grandes ciudades del mundo, al estonio le pueden sorprender las normas sociales. Al ser bastante directo por naturaleza, la cortesía y la formalidad de las relaciones le pueden parecer extrañas y lejanas. No tardará en descubrir que esa cortesía es igualmente válida en la calle. En el metro, cuando una persona pisa a otra, las dos se disculpan, una por haberle pisado, la otra por haber arrastrado los pies. Existe una solidaridad entre humanos, una solidaridad entre extranjeros, algo que aún no conoce el estonio.

El sentimiento de ser extranjeros entre nosotros también se produce en la vida diaria. Por ejemplo, un día, estaba delante de la puerta del edificio de mis padres, hurgando con dificultad en el bolso para encontrar mis llaves. Detrás de mí, un hombre esperaba, manoseando con impaciencia su manojo de llaves. Cuando por fin encontré las llaves, sostuve la puerta para que pudiera entrar este tipo fornido y a continuación, abrió la puerta del apartamento frente al de mis padres, sin una palabra de agradecimiento ni un gesto con la cabeza. Puede que esto no tenga mucha importancia. Pero cada uno de estos edificios constituye una pequeña parte de nuestra sociedad y cada pequeño "golpe" grosero de este tipo es susceptible de ofendernos y arruinarnos el día.

Recuerdo que en la universidad, hablábamos de la sabiduría de la antigua Roma. Entonces vivíamos en plena década de los noventa, la época de gloria capitalista durante la cual la expresión "Homo homini lupus" llamaba especialmente la atención. Del mismo modo que los romanos consideraban que "el hombre es un lobo para hombre", se suele decir que el mejor alimento de un estonio es otro estonio.

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Puesto que la ayuda y la comprensión mutuas no son naturales en el hombre, buscamos estos buenos sentimientos en las fiestas. Son en estas ocasiones únicas, o cuando la nación se siente amenazada, cuando estamos dispuestos a estar y a actuar unidos. Los ejemplos de acciones comunes o de unión para las fiestas nacionales han sido frecuentes en los últimos tiempos: además de la Fiesta del canto anual a principios de julio, se celebró la inauguración de la estatua de la Independencia a finales de junio, el año pasado se organizó la gran limpieza de los bosques del país, así como talleres de iniciación a la ciudadanía. A menudo estas acciones confirman una tendencia al nacionalismo, pero sin esencia.

¿A quién se dirigen las numerosas fiestas nacionales? Una nueva generación de jóvenes, nacidos hace 20 años, ha crecido a pesar de las dificultades cotidianas y del futuro incierto. Se acuerdan mucho más de su primer portátil o de sus viajes al extranjero que de todos los grandes discursos nacionales o de la cadena humana báltica en agosto de 1989….

En cuanto a mí, que nací a finales de los setenta, no recuerdo que el sentimiento de nación estonia, la imagen de nuestra independencia y la bandera estonia hayan sido más intensos que en la actualidad. Es como si la capacidad de los estonios para comunicarse estuviera unida a la bandera nacional: si la bandera está izada, nos comunicamos y si no, nada. Existe en algún lugar un vacío emocional.

En lugar de vivir un sentimiento de exaltación, empezamos a sentir miedo, como si viviéramos en Sudamérica, donde los jefes de Estado tienden a decir cosas que carecen de fundamento en la vida real o donde el pueblo agita solemnemente la bandera y mientras tira de la alfombra bajo los pies del vecino.

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