"Topillo", el pequeño topo del pintor e ilustrador checo Zdeněk Miler.

El regreso de los buenos modales

Por así decirlo, poco inclinados al trato correcto, los checos quieren deshacerse de las malas maneras heredadas del período comunista y acuden de nuevo a los cursos para aprender a comportarse correctamente. Pero como señala el diario Süddeutsche Zeitung, la monarquía de los Habsburgos ha dejado algunas huellas de protocolo y "saber estar".

Publicado en 4 agosto 2009 a las 15:09
"Topillo", el pequeño topo del pintor e ilustrador checo Zdeněk Miler.

A nadie sorprende que los defensores de los buenos modales se interesen por el teléfono móvil. Con demasiada frecuencia somos testigos obligados de charlas entre amigos, dramas conyugales, y sobre todo, de conversaciones triviales. Cualquiera que haya sufrido situaciones de este tipo, por ejemplo, en el metro de Praga, estará de acuerdo con la máxima de Ladislav Špaček sobre el uso del móvil: “ante todo, no molestar”.

Como Ladislav Špaček, los entendidos en buenos modales, no han recibido mucha atención en República Checa y en otros países de Europa Central y del Este desde hace décadas, si bien parece que, en la actualidad, las cosas están cambiando. Špaček, de 60 años, es un espíritu cultivado. Fue profesor de historia de la lengua checa en la Universidad Carolina de Praga y presentador de telediarios, pero hoy es conocido en su país por ser un experto en buenos modales y buenas costumbres. A las clases de checo se han sumado las de etiqueta.

Esta disciplina estuvo prohibida durante los años del comunismo. Los buenos modales, vestigio de las costumbres caballerescas de la Edad Media y herencia directa de la corte versallesca de Luis XIV, carecían de utilidad para los empleados del régimen y los “Blockwarte”, los porteros delatores de la Stasi.

Según Špaček, los antiguos países comunistas han vivido aislados durante años y acaban de reincorporarse al círculo de relaciones europeas y atlánticas. Para los ejecutivos, políticos y diplomáticos la “influencia devastadora” del comunismo sobre los buenos modales es una tara que complica las relaciones internacionales.

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En la Europa Central y del Este, se viven a diario situaciones en las que predomina la falta de delicadeza; hoy más que nunca, las tertulias políticas están cargadas de mala baba y grosería. Sin embargo, hay más jóvenes dispuestos a ceder su asiento a una persona mayor en el metro en Praga que en Munich o Hamburgo. Tampoco olvidemos que uno de los políticos favoritos de los checos es Karel Schwarzenberg. El príncipe Karel, que regresó a su país tras haber vivido en Austria y Suiza, practica la cortesía sin reservas, incluido el besamanos, una galantería que, al contrario que en Polonia, no se estila nada en República Checa.

Quedan, pues, huellas de los buenos modales de antaño. Por ejemplo, los checos conservan el uso de los tratamientos de respeto delante de las profesiones, una reminiscencia de los varios siglos de reinado de los Habsburgo. Pero la mayor parte de las prácticas han caído en el olvido. Spacek se llevó una desagradable sorpresa al descubrir que muchos de sus compatriotas sostienen los cubiertos apuntando hacia arriba en vez de hacia el plato. El comunismo ha causado estragos en los restaurantes y en la mesa.

Špaček no tiene que recurrir a las recomendaciones de los Habsburgo o aludir al barón alemán Adolph Knigge en sus clases, le basta con evocar algunas tradiciones nacionales. Poco después de que se creara la República Checa en 1918, Jiři Stanislav Guth-Jarkovsky, escritor, traductor y presidente del Comité Olímpico Checoslovaco, y por entonces también jefe de protocolo del presidente Tomáš G. Masaryk, adaptó el antiguo protocolo imperial a las nuevas reglas republicanas. Desde entonces, Guth-Jarkovsky se convirtió en un icono para la élite ilustrada checa y en un modelo para Špaček.

Por último, el maestro del protocolo también ha echado mano de su propia experiencia. No en vano, fue portavoz del presidente Vaclav Havel durante 13 años, un periodo en el que participó en ceremonias en más de 50 países. Es verdad que, al principio, el presidente era capaz de plantarse en el castillo de Praga con un jersey y acabar en una tasca, pero terminó convertido en todo un caballero.

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