Sonríe, y el mundo te sonreirá. Silvio Berlusconi durante su aparición habitual como invitado en el show "Porta a Porta" (Puerta a Puerta), de la TV nacional.

El hombre que fastidió a todo un país

En casi veinte años de carrera política, de los cuales diez en el poder, Silvio Berlusconi ha marcado profundamente su país. En un momento en el que su aura personal se desvanece, The Economist afirma que la herencia del Cavaliere "va a ensombrecer a Italia durante los próximos años", en un artículo muy comentado desde Italia.

Publicado en 10 junio 2011 a las 14:47
Sonríe, y el mundo te sonreirá. Silvio Berlusconi durante su aparición habitual como invitado en el show "Porta a Porta" (Puerta a Puerta), de la TV nacional.

Silvio Berlusconi tiene muchos motivos para sonreír. A sus 74 años, ha creado un imperio de medios de comunicación que le ha convertido en el hombre más rico de Italia. Ha dominado la política desde 1994 y ya es el primer ministro que más años lleva en el cargo desde Mussolini. Ha sobrevivido a las innumerables predicciones de su marcha inminente. Pero a pesar de sus éxitos personales, ha sido un desastre como líder nacional por tres motivos.Dos de estos motivos son bien conocidos. El primero es la escabrosa saga de sus fiestas sexuales “Bunga Bunga”, a consecuencia de una de las cuales se produjo el indecoroso espectáculo de ver cómo se sentaba un primer ministro ante un tribunal en Milán, acusado de pagar por tener sexo con una menor. El juicio por el escándalo "Rubygate" no sólo mancilló la imagen de Berlusconi, sino también la de su país.

Por muy vergonzoso que haya sido el escándalo sexual, su impacto en la función de Berlusconi como político ha sido limitado. Sin embargo, durante mucho tiempo hemos denunciado su segundo fallo: sus chanchullos financieros. A lo largo de los años, se le ha juzgado más de diez veces por fraude, contabilidad falsa o soborno. Se han dictado condenas en varios de los casos, pero quedaron sin efecto porque los enrevesados procedimientos que acabaron en juicio vencieron según la ley de prescripción, modificada al menos en dos ocasiones por el propio Berlusconi.

Aunque ahora está claro que ni su complicada historia sexual ni su dudoso historial empresarial deben ser los motivos fundamentales por los que los italianos consideren a Berlusconi como un fracaso desastroso e incluso maligno. Un tercer defecto ha sido el peor con diferencia: su total desinterés ante la situación económica de su país. Quizás debido a la distracción por sus líos jurídicos, en casi nueve años como primer ministro no ha sabido ni remediar ni reconocer la grave debilidad económica de Italia. El resultado es que dejará tras de sí un país en una situación atroz.

Una enfermedad crónica, no aguda

Esta sombría conclusión podría sorprender a los que estudian la crisis del euro. Gracias a la estricta política fiscal del ministro de finanzas de Berlusconi, Giulio Tremonti, hasta ahora Italia ha escapado de la ira de los mercados. Es Irlanda y no Italia la I de los países denominados PIGS (junto a Portugal, Grecia y España). Italia evitó la burbuja inmobiliaria y sus bancos no acabaron en la bancarrota. El empleo se mantuvo: la tasa de desempleo es del 8%, en comparación con el índice superior al 20% de España. El déficit presupuestario en 2011 será del 4% del PIB, en contraposición al 6% de Francia.

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Pero estas cifras tranquilizadoras son engañosas. El mal económico de Italia no es agudo, sino que se trata de una enfermedad crónica que corroe lentamente su vitalidad. Cuando las economías europeas retroceden, la de Italia retrocede aún más, cuando crecen, la italiana crece menos. Sólo Zimbabue y Haití registraron un crecimiento del PIB más bajo que Italia en la década hasta 2010. De hecho, el PIB per cápita en Italia en realidad descendió. Debido a la falta de crecimiento, a pesar de la acción de Tremonti, la deuda pública sigue siendo de un 120% del PIB, la tercera mayor en el mundo rico. Esta situación es aún más preocupante dado el rápido envejecimiento de la población de Italia.

La baja tasa de desempleo oculta algunas variaciones bruscas. Un cuarto de los jóvenes, sobre todo en las regiones del sur deprimido, no tienen trabajo. El índice de empleo femenino en la población activa es del 46%, el más bajo de Europa Occidental. Una combinación de baja productividad y salarios altos está minando la competitividad. Italia ocupa la posición 80 en el índice “Doing Business” del Banco Mundial, por debajo de Bielorrusia y Mongolia, y el puesto 48 en las clasificaciones de competitividad del Foro Económico Mundial, por detrás de Indonesia y Barbados.

Esos mimados políticos italianos

Mario Draghi, gobernador saliente del Banco de Italia, explicó en detalle la situación en un contundente discurso de despedida (antes de tomar las riendas del Banco Central Europeo). Insistió en que la economía necesita desesperadamente grandes reformas estructurales. Señaló el estancamiento de la productividad y criticó las políticas gubernamentales que “no logran fomentar, sino que a menudo dificultan, el desarrollo de Italia”.

Todos estos aspectos están empezando a afectar a la elogiada calidad de vida de Italia. Las infraestructuras cada vez se encuentran más desgastadas. Los servicios públicos se estiran al máximo. El medio ambiente sufre. Los ingresos reales se encuentran, en el mejor de los casos, estancados. Los ambiciosos jóvenes italianos están saliendo del país en tropel, dejando el poder en manos de una élite envejecida y desfasada. Hay pocos europeos que desprecien tanto a sus mimados políticos como los italianos.

Cuando este diario denunció por primera vez a Berlusconi, muchos empresarios italianos contestaron que sólo su pícaro descaro empresarial les ofrecía la posibilidad de modernizar la economía. Ahora nadie lo afirma. En lugar de ello, ponen la excusa de que él no tiene la culpa, sino que la tiene su país, que no se puede reformar.

Los empresarios pagarán caros sus placeres

Pero la noción de que el cambio es imposible no sólo es una actitud derrotista, sino que además está equivocada. A mediados de la década de los noventa, diferentes gobiernos italianos, desesperados para no quedar fuera del euro, lograron aplicar algunas reformas impresionantes. Incluso Berlusconi ha logrado en alguna ocasión aprobar algunas medidas de liberalización en medio de sus distintas batallas jurídicas. Podría haber conseguido mucho más si hubiera empleado su amplio poder y su popularidad para hacer algo más que proteger sus propios intereses. La Italia empresarial pagará caro por sus placeres.

¿Y qué ocurrirá si los sucesores de Berlusconi son tan negligentes como él? La crisis del euro está obligando a Grecia, Portugal y España a aplicar medidas estrictas a pesar de la protesta popular. A corto plazo, será doloroso; a largo plazo, debería aportar un nuevo impulso a las economías periféricas. Algunos además recortarán probablemente la carga de su deuda mediante reestructuraciones. Una Italia sin reformar y estancada, con una deuda pública que superaría el 120% de su PBI, se revelaría como el país más rezagado de la eurozona. ¿El culpable? Berlusconi, que sin duda seguirá sonriendo.

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