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Carroza en el Festival de las Flores (Holanda, 1951) mostrando su agradecimiento al Plan Marshall.

Solo cabe esperar un nuevo Plan Marshall

Para salir de su crisis de deuda permanente, Europa necesita un programa tan ambicioso como el plan de posguerra patrocinado por EE UU. Pero esta vez, tiene que encontrar los recursos y fomentar una redistribución de los mismos por todo el continente.

Publicado en 6 julio 2011 a las 16:03
©OECD  | Carroza en el Festival de las Flores (Holanda, 1951) mostrando su agradecimiento al Plan Marshall.

En 1947, los estadounidenses reactivaron la economía en Europa mediante el plan Marshall. Actualmente se hacen llamamientos para que los europeos establezcan un Plan Marshall propio. José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, y Donald Tusk, primer ministro polaco y presidente entrante del Consejo de Ministros europeos, advierten que los Gobiernos en Atenas y otros lugares no podrán seguir convenciendo a los votantes de la aplicación de medidas de austeridad adicionales sin alguna perspectiva de crecimiento y renovación.

Con el voto de la semana pasada se ha ganado tiempo, pero no mucho más. ¿Un nuevo plan Marshall sería viable? ¿O es tan sólo una ilusión? Al pensar en la difícil situación de Europa en la década de los cuarenta, podemos poner en perspectiva este asunto y darnos cuenta de los obstáculos que se avecinan.

El presidente Harry Truman y su secretario de Estado, George Marshall, dieron por hecho que la crisis era ante todo un reto para el Gobierno. Marshall había sido el principal planificador militar de Roosevelt en la guerra y fue elogiado por Churchill como el "organizador de la victoria". Estaba dispuesto a emprender acciones audaces para ganar la batalla de la reconstrucción económica en Europa. Apremiado por la guerra civil en Grecia en 1947, impulsó a Estados Unidos a que hiciera un compromiso sin precedentes en tiempos de paz para salvar al continente.

Cuando la deuda se cancela

Comparados con los problemas de Europa, los nuestros parecen insignificantes. En la Alemania ocupada, motor económico del continente, el consumo de alimentos rozaba el nivel del hambre y los ingresos nacionales y la producción industrial apenas eran un tercio de lo que habían sido una década antes. Entonces se pagaron alrededor de 13.000 millones de dólares en el Programa de Recuperación Económica (el nombre oficial del plan Marshall), lo que resultó ser indispensable para sentar las bases del "milagro" del crecimiento económico sostenible de la década posterior.

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Estos 13.000 millones equivalían a alrededor del 5% de los ingresos nacionales de Estados Unidos en 1948 (la suma equivalente de la UE en la actualidad sería superior a 800.000 millones de dólares.) Estados Unidos canceló las deudas francesas anteriores a la guerra; todo el mundo canceló las de Berlín unos años después, a pesar de que habían sufrido una guerra iniciada por los alemanes.

Marshall comprendió que el auténtico valor del tipo de acción decisiva que había emprendido no era cuantitativo, sino psicológico. Sólo la seguridad aportada por un liderazgo gubernamental poderoso que miraba más allá del momento tranquilizaría a los mercados. Y tenía razón: si el milagro económico transformó a Europa fue gracias a una feliz combinación de compromiso gubernamental con el crecimiento e inversión privada.

Canjear la deuda, adelantar los fondos

Ahora, comparemos el reto al que se enfrentan hoy los líderes de Europa. El PIB apenas ha descendido en la UE desde 2008. El problema fundamental de la deuda procede de tres pequeños países, Grecia, Portugal e Irlanda, cuya contribución total al PIB de la Unión Europea es menos del 5%. La economía alemana está en auge. Si bien lo que está en juego es mucho (el futuro mismo de la UE), las sumas necesarias no lo son tanto.

Además, el enfoque que se necesita para abordar la crisis no es ningún misterio. Para brindar a los griegos alguna posibilidad viable de reducir su carga de deudas, es necesario bajar los tipos de interés y como los mercados no lo van a hacer por sí solos, la única solución es aplicar el tipo de canje de deuda que introdujo el plan Brady en Sudamérica en la década de los ochenta. En Atenas y en Bruselas se está debatiendo este esquema.

Al mismo tiempo, la Comisión Europea debería adelantar los fondos de desarrollo asignados a Grecia. A cambio, las autoridades griegas tendrán que comprometerse a aplicar más reformas institucionales y fiscales y someterse a un grado más estricto de supervisión extranjera. Con la combinación de estas medidas, la opinión pública de Grecia podrá ver un rayo de luz al final del túnel. Sin estas iniciativas, el programa de austeridad se vendrá abajo antes del invierno.

A Marshall no lo auditó S&P

En orden ascendente, se presentan tres problemas principales. El menos importante es la oposición pública en el próspero norte a conceder más rescates. Pero es algo que puede superarse. De hecho, cada vez que la UE se ha enfrentando a crisis de verdad, tras el hundimiento de Lehman en 2008 y de nuevo el año pasado, los líderes del norte han respaldado cuantiosos paquetes de rescate y han planteado a sus votantes los argumentos correctos para convencerles. El problema es que lo han hecho tarde y de forma poco convincente. El primer ministro polaco tenía razón la semana pasada al criticar a sus homólogos de otros países de la UE por no lograr transmitir las ventajas de la cooperación.

Una limitación más grave en un paquete de recuperación eficaz es el poder que ejerce actualmente el sector financiero. Nos podemos preguntar qué habría sido del General Marshall si se hubiera tenido que preocupar del veredicto de S&P sobre sus planes para Europa. Por suerte para él, no tuvo que vivirlo. Después de 1945, con los controles de cambios y la falta de liquidez, los políticos no tenían que preocuparse.

Sin embargo, los sucesos de los últimos meses han demostrado el poder que ejercen algunas instituciones y lo poco que se ha hecho tras la crisis bancaria de 2008 para ponerles freno. Los directivos de nivel medio de una agencia de calificación pueden producir un efecto escalofriante en la política europea al anunciar a la prensa qué es lo que considerarán exactamente como un impago. El amplio poder sin responsabilidad que se ha acumulado en el sector privado complica la creación de políticas.

Herederos de Thatcher, no de Marshall

Pero no es algo insuperable. Después de todo, los líderes de Europa podrían, en teoría, adoptar las medidas que quieran para regular la función de los bancos privados, los fondos de protección y otras instituciones financieras. El hecho de que hayan tenido tantas dudas para hacerlo refleja una ambivalencia más profunda sobre su propio poder. El mayor obstáculo de la dirección eficaz reside aquí, en la mente de los mismos políticos.

A finales de la década de los cuarenta, todos los Gobiernos del continente dirigían la reconstrucción, al igual que habían dirigido sus esfuerzos en la guerra, como una movilización nacional en la que el Estado era el principal planificador, árbitro y coordinador. Los Ministerios de planificación no se limitaban al bloque del Este y sus logros por todo el continente fueron extraordinarios. Pero durante las décadas de los setenta y ochenta, el optimismo sobre lo que podían hacer los Estados se esfumó.

Los miembros de la clase política actual en Europa son los herederos de Margaret Thatcher, no los de George Marshall. Les cuesta entender que los mercados deben salvarse por sí solos si Europa quiere seguir siendo algo parecido a su forma actual. Se olvidan de que a la misma Alemania se le cancelaron sus deudas anteriores a la guerra en 1953, una de las condiciones previas para su posterior auge, y que cuando a otros países se les cancelaron sus deudas, como el caso de Polonia en 1991, también prosperaron.

Europa tiene que actuar sola

Ahora mismo, lo que se necesita es una visión política a largo plazo y una nueva voluntad de exponer las ventajas de la redistribución por todo el continente.Barroso ha empezado a hacerlo, pero se ha visto inmerso en una pelea a voces sobre el tamaño del presupuesto de la UE con los recortadores de Downing Street. Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, y Jean-Claude Trichet en el Banco Central Europeo, hasta ahora no han mostrado ningún signo de respuesta. Los llamamientos de Estados Unidos han caído en saco roto. El único atisbo de esperanza es la inminente presidencia polaca y la nueva energía y sentido de historia que puede infundir en un proceso que hasta ahora ha sido incapaz de avanzar más de un centímetro.

Esta vez, los estadounidense no acudirán al rescate de Europa y los europeos tendrán que actuar por sí solos. ¿Serán capaces de hacerlo? Se acaba el tiempo: en septiembre tendrá que anunciarse el próximo paquete de ayuda para Grecia. Será un momento decisivo y el resultado será fundamental para Grecia, pero también para la Unión.

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