A Waterloo, en traje de época para evitar el exceso de equipaje.

Europa según Ryanair (2/3)

Después de pasar por Beauvais, Trapani y Frankfurt, los dos periodistas del diario Le Monde continúan su periplo por la galaxia del low cost: un universo en el que se pueden descubrir cosas cuanto menos sorprendentes…

Publicado en 14 julio 2011 a las 14:13
A Waterloo, en traje de época para evitar el exceso de equipaje.

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EL DILEMA DEL TRASLADO

Durante el vuelo, antes de llegar a Londres, se pueden adquirir billetes de tren con descuento para trasladarse a la capital británica: el billete de ida cuesta 16 libras, en lugar de las 21 libras que vale en el aeropuerto de Stansted. El trayecto dura 45 minutos, la mitad de lo que se tarda en autobús, cuyo billete es más barato (9 libras). Pero el viajero que ha embarcado en Frankfurt se enfrenta al siguiente dilema: sería el colmo gastarse en el traslado de ida y vuelta al centro de Londres lo mismo que en el billete de avión (27 euros), además de tardar más tiempo en el traslado que en el propio vuelo (1 h 10). Así que la mayoría se decanta por el autobús, y por… la hora y 40 minutos de viaje por carretera hasta Victoria Station. Así es la vida del viajero low cost, nos explica Simon Rajbar, estudiante de periodismo esloveno de 24 años con el que nos encontramos en medio de un viaje de largo recorrido (Berlín-Edimburgo y luego Glasgow-Londres-Venecia) que le ha costado un total de 110 euros: "De los once días que duran mis vacaciones, dos y medio los he dedicado a vuelos y traslados de un lugar a otro".

Simon es un entusiasta de la compañía irlandesa, que utiliza desde Graz, Venecia y Zagreb (Eslovenia no está bien comunicada), y a la vez su principal detractor: "Si no fuera por Ryanair, no podría viajar tanto por Europa. También conozco los inconvenientes que supone pagar ese precio, pero me adapto. No obstante, lo que no me gusta es el hecho de que estén esperando a que cometas algún error (en la reserva, por ejemplo) para hacerte pagar más. La relación entre la compañía y el cliente no es transparente".

De vuelta a Stansted (en tren, claro está), recorremos un poco el aeropuerto. Es el principal centro de comunicaciones de Ryanair: desde aquí se puede viajar a 109 de los 165 destinos disponibles en el catálogo de la compañía. Repasamos nuestros conocimientos de geografía y poesía a la vez: ¿dónde se encuentran Haugesund, Skelleftea, Lappeenranta, Lamezia y la impronunciable Bydgoszcz? Stansted es también el único aeropuerto del mundo que ofrece, el miércoles, un vuelo a Bergerac a las 15 h 15 y otro a La Rochelle a las 15 h 20. Constituye además un gigantesco centro comercial repleto de tiendas y restaurantes.

Los puestos de acceso a Internet permiten a los viajeros imprudentes imprimir las tarjetas de embarque por un mínimo de 4 libras. Por solo 50 peniques, podemos pesar la maleta en una balanza. Y por el doble, podemos adquirir un lote de bolsitas de plástico para guardar los botes de champú y la pasta de dientes que hay que llevar aparte. Lo nunca visto: ¡pagar una libra por una bolsa para congelados!

El avión para Riga despega a la hora. Y llega a su destino con más de 20 minutos de antelación. Como suele ocurrir en estos casos, se escucha el sonido de la corneta del séptimo de caballería por los altavoces del 737, que celebra que una vez más se ha cumplido el objetivo de puntualidad. Con su eslogan, "The on-time airline", la compañía se enorgullece de ser la mejor en este sentido, con más de un 90% de vuelos que llegan puntuales. La clave está cuando el avión toca en tierra, que es cuando se concentran los esfuerzos: cuanto menos esté un aparato en tierra tras el aterrizaje, más trayectos podrá realizar. Al día siguiente, en Dublín, cogeremos el reloj (sí, ese aparato que desintoxica y favorece la meditación) y cronometraremos el tiempo que necesita el personal de a bordo para limpiar el avión y recibir a los primeros pasajeros del siguiente vuelo: seis minutos. El hecho de que los asientos no tengan portadocumentos facilita esta operación, muy parecida a un cambio de neumáticos en un circuito de fórmula 1. Lo más sorprendente es que los aviones están limpios cuando uno se monta.

DÍA 3

HÚSARES EN PLENO VUELO

Merece la pena conocer Riga, sobre todo por los edificios Art Nouveau del arquitecto Mijail Eisenstein (el padre del cineasta). Esta ciudad es un destino low cost muy popular, por lo que durante el fin de semana se llena de turistas occidentales atraídos por el alcohol barato y la belleza de las letonas. Ese día en el aeropuerto, nos sorprende ver a un grupo de diez pasajeros vestidos de… húsares del Primer Imperio Napoleónico. Son rusos que se dirigen a Charleroi, desde donde irán a Waterloo para participar en la representación anual de la batalla de 1815. Los chavales sudan bajo sus dolmanes y shakós. ¿Por qué no habrán metido sus trajes en el equipaje? ¡Ah, claro! "Para ahorrar dinero", dice uno de ellos. Si cada kilo de exceso de equipaje cuesta 20 euros, mejor llevar el peso encima que en la maleta…

Salieron en coche desde San Petersburgo o en tren desde Moscú y todos han tardado unas doce horas en llegar a la terminal más próxima de Ryanair. El viaje hasta Bélgica le costará a cada uno 250 euros ida y vuelta, todo incluido. "Cuatro veces menos que saliendo en avión desde Rusia. Además, el viaje así es más corto. Antes tardábamos tres días y tres noches en llegar en coche", cuenta el responsable del grupo, Oleg Sokolov. Ataviado con su bicornio de época, este historiador especialista en batallas napoleónicas no oculta su satisfacción al llegar "un 16 de junio a Charleroi": "Igual que Napoleón cuando inició su campaña".

Húsares en pleno vuelo: ¿por qué no? En los aviones de medio recorrido de Ryanair, vectores de la democratización aérea, se mezcla gente más variada de lo que creemos: deportistas en tránsito, amantes de la juerga, grupos de jubilados en busca del sol, hombres de negocios, familias numerosas, religiosos… La compañía irlandesa no seduce únicamente a su clientela histórica, los jóvenes sin un duro, aunque estos siguen siendo sus principales viajeros. Tal y como nos explicarán varios trotamundos con los que nos cruzamos en nuestro viaje, el hecho de utilizar Ryanair para visitar a estudiantes Erasmus en sus países de origen es todo un clásico.

No obstante, lo que más sorprende no es la diversidad de los pasajeros, sino su desparpajo a bordo: encender el móvil o levantarse antes de que se pare el avión es algo muy normal en Ryanair. Como si viajar en una compañía low cost implicara ciertas libertades… Otra costumbre habitual: aplaudir al piloto, incluso cuando el aterrizaje no ha sido muy bueno. Por su parte, el personal de a bordo hace lo que puede. Parecen más vendedores ambulantes que auxiliares de vuelo encargados de garantizar el bienestar de los usuarios. La verdad es que da pena verles en la cola del avión comiendo lo que se han traído de casa en un tupperware. Una imagen que olvidamos rápidamente al ver la revista de la compañía: cada mes, aparece una empleada posando en bañador…

¿De ahí a boicotear la compañía? "La mayor parte de los viajeros no están al corriente de las condiciones de trabajo de los empleados y, si lo estuvieran, no les importaría un bledo”, considera Guillaume D’Agaro, un cirujano plástico de 25 años que nos encontramos en el aeropuerto de Charleroi procedente de Cracovia. "Aquí lo importante es el precio del billete, que se antepone a la cuestión moral. Resulta muy difícil resistirse a este tipo de ofertas cuando uno es estudiante, joven asalariado o jubilado. Ryanair es un ejemplo de nuestra sociedad 'globalizada' y capitalista, en la que todo se adquiere y se consume en detrimento del aspecto humano. Esta ideología se apodera de la mentalidad de la gente, que prefiere pensar que por una vez son ellos los que sacan partido de la situación". ¿Y él? "Yo no tengo otra opción: por razones puramente económicas, solo puedo viajar con Ryanair o con compañías similares".

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