El próximo 6 de septiembre en Milán, seis jóvenes rumanos seleccionados en centros de acogida, en orfelinatos o en la calle lucharán por lograr un puesto de clasificación entre los mejores futbolistas sin techo del mundo. El fútbol de calle, que se disputa con partidos cortos de 14 minutos cada uno, cuenta con un presupuesto reducido: cada participante recibe 1.000 euros. Lo más difícil es lograr convencerles de que no los gasten en "aurolac" (el pegamento que esnifan algunos niños de la calle) o en alcohol.
La Homeless World Cup celebra en septiembre su séptima edición. Esta competición reúne a niños de las calles de todo el mundo y les brinda la oportunidad de olvidar sus costumbres, encontrar un empleo y continuar su formación. Y por supuesto de jugar al fútbol. Para los niños rumanos, el descubrimiento del campeonato ha sido como el momento en el que probaron por primera vez una tableta de chocolate tras pasar una vida encajando golpes: una sensación dulce, pero sobre todo pasajera, pues una de las reglas de esta competición es que ningún jugador puede participar más de una vez.
La agresividad de los niños, principal obstáculo del entrenador
El año pasado en Australia, el equipo rumano fue eliminado por el de México: "De doce partidos, ganaron ocho", recuerda Mihai Rosus, presidente del equipo. Y volvieron a la calle con sus 1.000 euros en el bolsillo: "Uno de ellos alquiló un estudio durante seis meses, pero otro invitó a beber a todos sus amigos sin techo durante tres días".
Al principio, Mihai quería llevárselos a todos a su casa. "Hace once años, vi cómo se drogaban con aurolac. De repente, les pregunté si no preferían venirse conmigo a jugar al fútbol. Estaban encantados. Y entonces seguí jugando al fútbol con ellos, como aficionado", nos cuenta. Se enteró del campeonato del mundo de los sin techo a través de un sacerdote escocés, que llegó a Timisoara, al oeste de Rumanía, para ofrecer ayuda humanitaria. El año pasado, Mihai Rosus comenzó a recaudar dinero para el desplazamiento a Australia, llamando a la puerta de fundaciones, patrocinadores y asociaciones. "Aún recuerdo que algunos de los jugadores nunca habían visto un avión… Algunos aprovecharon esta oportunidad como una posibilidad de afirmarse, pero por desgracia la mayoría volvió a la calle, porque no pueden cambiar su antiguo estilo de vida", relata Rosus.
Desde el principio, el principal obstáculo es la agresividad de los jugadores seleccionados, una agresividad que le ha dado mucha guerra al entrenador del equipo, el ex futbolista internacional rumano Florin Batrânu: "Nos centramos en los que de entrada no mostraron un comportamiento violento, pero incluso así, ha sido difícil, porque con el mínimo gesto o con una palabra, se enfadaban y abandonaban el campo", explica Rosus. "Pero Florin les hizo entender que no se trataba de una broma. Y que quien no fuera serio, era libre de volver a la calle". Este año, a Mihai Rosus no le ha costado encontrar las equipaciones para sus jugadores: los profesionales de la Federación Rumana de Fútbol les han ofrecido las suyas y les han apadrinado. A cambio, los jugadores les han prometido volver a casa con la Copa...