Un autobús de dos plantas en llamas mientras la policía antidisturbios intenta contener la rabia de los manifestantes en Tottenham, norte de Londres, el día 6 de agosto.

Las clases marginadas se rebelan

Los autores de los brotes de violencia en Londres son producto de una nación que se desmorona y a los que una clase política indiferente les ha dado la espalda, como expone una columnista del Daily Telegraph.

Publicado en 9 agosto 2011 a las 11:51
Un autobús de dos plantas en llamas mientras la policía antidisturbios intenta contener la rabia de los manifestantes en Tottenham, norte de Londres, el día 6 de agosto.

Nadie parece sorprendido. Ni los adolescentes encapuchados que escapan a casa al amanecer. Tampoco Ken ni Tony, que solían vivir en Tottenham y regresaron para hacer guardia ante los proyectiles y los coches en llamas que ha dejado un campo de batalla en plena ciudad. Tony afirmaba que se veía venir. “Es algo que iba a suceder tarde o temprano”, comentaba.

La policía disparó a un joven negro en circunstancias sospechosas. Unos chicos salvajes y desempleados enloquecieron. En opinión de Tony, los disturbios se encontraban latentes, a la espera de una excusa. En la resaca de la violencia que se extendió por Londres, las revueltas parecían inevitables e impensables al mismo tiempo. En los pocos días en los que los ataques se han contagiado, la capital de una nación avanzada se ha convertido en una distopía hobbesiana de caos y brutalidad.

Se trata de la revuelta más misteriosa y la más moderna. Sus participantes, reunidos a través de Twitter, son protagonistas de un siniestro reverso de la Primavera Árabe. El verano de Tottenham, en el que participan niños incluso de siete años, es un ataque no sólo a un régimen de tiranía sino al orden establecido de una democracia benévola. Una pregunta persiste en las desgarradas calles de Londres tras la batalla. ¿Cómo ha podido ocurrir algo así?

Entre varias respuestas obvias, se encuentra la del fracaso de la actuación policial. Las pruebas apuntan a una mayor ignominia por la Policía Metropolitana (Met) a la deriva, mientras surgen dudas sobre si Mark Duggan, cuya muerte inspiró los disturbios iniciales, disparó a la policía. La táctica obstruccionista de la familia de Duggan precipitó la crisis y la ausencia de agentes para intervenir en una orgía de saqueos que acabó en un colapso del orden que recordaba a los bajos fondos donde no rige la ley en un Estado en ruinas.

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El segundo presunto culpable es el origen étnico. Pero tal y como afirmó David Lammy, parlamentario de Tottenham, no son disturbios causados por cuestiones raciales. Los levantamientos de la década de los ochenta en Broadwater Farm, así como en Toxteth y Brixton, en parte fueron producto de un racismo venenoso ausente en el Tottenham actual, donde la tienda de alimentación china, el establecimiento turco y el peluquero africano conviven unos junto a otros.

Los culpables: el desempelo y los recortes

Así pues, los culpables son el desempleo y los recortes. Es cierto que Tottenham se encuentra entre los distritos más pobres de Londres, con 10.000 personas que reciben la prestación por desempleo y 54 solicitantes que persiguen cualquier puesto de trabajo registrado. En otros barrios afectados, como Hackney, se cierran los centros juveniles. Por insensato que parezca este recorte, resultaría superficial insinuar que se han arrasado hogares y negocios para exigir torneos de ping-pong y parques para practicar 'skateboard'.

Las auténticas causas son más insidiosas. No es ninguna coincidencia que la peor violencia que ha vivido Londres en muchas décadas se produzca teniendo como telón de fondo una economía global al borde la caída libre. Las causas de la recesión expuestas por J K Galbraith en su libro El crash de 1929 eran las siguientes: una mala distribución de los ingresos, un sector empresarial implicado en un “latrocinio corporativo”, una estructura bancaria débil y un desequilibrio entre importaciones y exportaciones.

Estos mismos factores son los que están de nuevo en juego. En la burbuja de la década de los años veinte, los mayores perceptores de ingresos, que constituían el 5 por ciento del total, se quedaban con un tercio de los ingresos personales. Actualmente, Gran Bretaña es menos igualitaria en sueldos, en riquezas, en oportunidades en la vida, que en cualquier otra época desde entonces. Sólo el año pasado, las fortunas combinadas de las 1.000 personas más adineradas en Gran Bretaña aumentaron un 30 por ciento, hasta llegar a los 333.500 millones de libras.

Los líderes europeos, incluidos nuestro primer ministro y nuestro ministro de Economía, descansaban bajo el sol mientras Londres ardía. Aunque el epicentro de la crisis económica inmediata es la eurozona, los sucesivos Gobiernos británicos han conspirado para incubar la pobreza, la desigualdad y la inhumanidad que ahora se agravan con la agitación financiera.

La falta de crecimiento de Gran Bretaña no es un punto de debate ni un palo con el que azotar al ministro de Economía George Osborne, al igual que nuestra mano de obra no cualificada, desmotivada y con bajo nivel educativo tampoco es un simple borrón en el balance general nacional. Observen a los grupos juveniles de maleantes en las calles de las ciudades y pueden lamentarse por nuestro futuro. La “generación perdida” se prepara para la guerra.

Una nación que se desmorona

Los disturbios de Londres no son los problemas de Grecia o España, donde las clases medias se rebelan contra su día del juicio final. Son la prueba de que una parte de la juventud británica, los maleantes, los buscavidas y sus amedrentados acólitos, se ha precipitado por el filo del abismo de una nación que se desmorona.

El fracaso de los mercados lleva de la mano al deterioro humano. Mientras, gana terreno la opinión de que la democracia social, con sus redes de seguridad, su costosa educación y sanidad para todos, es insostenible en los desalentadores tiempos que nos esperan. La realidad es que es la única solución. Tras la Gran Depresión, Gran Bretaña se recompuso durante un tiempo. Las diferencias en los ingresos se redujeron, surgió el Estado del bienestar y aumentaron las cualificaciones y el crecimiento.

Ese modelo exacto no puede repetirse, pero, tal y como reconoció Adam Smith, tampoco podrá desarrollarse jamás una sociedad en orden cuando una parte considerable de sus miembros sea infeliz, y por consiguiente, peligrosa. No es una doctrina de determinismo, porque la pobreza no promulga la anarquía. Sin embargo, tampoco basta con colmar de desprecio a los causantes de los disturbios como si fueran una casta de parias.

Las crisis financieras y las catástrofes humanas son cíclicas. Cada vez que suceden, amenazan con ser más graves que la última vez que ocurrieron. Tal y como escribió Galbraith, “la memoria es mucho mejor que la ley” a la hora de proteger contra la ilusión y la insensatez financiera. En una era de austeridad, existen diversos lujos que Gran Bretaña ya no puede permitirse. Y la amnesia destaca en lo más alto de esta larga lista.

En el terreno

“El precio que pagamos por nuestra indiferencia”

Según publica en The Independent, la fundadora de la organización benéfica infantil, Camilla Batmanghelidjh, sugiere que los jóvenes alborotadores y saqueadores que roban en sus propias comunidades probablemente se sientan más marginados de lo que pensamos.

¿Cómo, nos preguntamos, pueden atacar su propia comunidad con tanto desprecio? Pero la gente joven respondería “con facilidad”, porque sienten que en realidad, no pertenecen a la comunidad. La comunidad, dirían, no tiene nada que ofrecerles. Sino que, por el contrario, durante varios años han experimentado en carne propia su exclusión de las estructuras legítimas de la sociedad civil.

Trabajando a pie de calle en Londres, durante varios años, muchos de nosotros hemos sido testigos de cómo grandes grupos de muchachos creaban sus propias comunidades antisociales paralelas con normas diferentes. El individuo es responsable de su propia supervivencia porque considera que la comunidad establecida no tiene nada que ofrecerle.

Nuestros dirigentes aún hablan sobre la importancia de proteger a la comunidad. El problema es que se ha roto el acuerdo. La comunidad ha seleccionado quién puede ser de ayuda y quién no. En esta economía de falsa moral donde los pobres son descritos como inútiles, la comunidad no está a la altura.

Pagan el precio del abandono.

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