“Quiero que la atención sea para estos documentos y el debate que espero que se produzca en la ciudadanía de todo el mundo sobre el tipo de mundo en el que queremos vivir. Mi único motivo es informar a la población de lo que se está haciendo en su nombre y lo que se está haciendo contra ellos". Son las palabras con las que Snowden alegaba su primer envío de documentación secreta de la NSA a The Guardian.
La tajante declaración y sus revelaciones en la entrevista concedida a Der Spiegel, hacen plantearse una serie de cuestiones acerca de la indignación que pueda sentir la ciudadanía.
“Los alemanes, como la mayoría de servicios secretos occidentales, duermen en la misma cama que la NSA”, afirmaba el exempleado de la Agencia. ¿Quiere decir esto que estamos vigilados por todos los frentes?, ¿nos encontramos ante el 1984 de Orwell?
Por un instante, con las declaraciones de Merkel y compañía sobre si estábamos de nuevo en la Guerra Fría y que a los “amigos” no se les espía, se nos podría haber pasado por la cabeza que realmente los dirigentes europeos estaban tan crispados como parecía y que hasta su tratado transatlántico de librecambio (TTIP) se vería mínimamente afectado.
Pero no, como era de suponer, los servicios secretos de estos países estaban “aliados” con la NSA y tenían, y tienen, sus propios programas de espionaje.
Callamos y les dejamos “trabajar”
Volviendo a las palabras de Snowden, cabe confirmar que sí ha creado un debate entre la ciudadanía, puesto que los gobiernos espías están vulnerando uno de los fundamentos de la democracia: el derecho a la privacidad y a la presunción de inocencia. Aún molesta mucho más cuando estos gobiernos democráticos se “alían” con las empresas que tienen todos nuestros datos. Eso sí, que nosotros mismos les ofrecemos al hacer clic en “acepto condiciones y términos de uso”, pero que nunca leemos.
Según informaciones de The Guardian y The Washington Post, el programa Prism de la NSA obtuvo la cooperación de Microsoft, Yahoo!, Google, Facebook, Skype, YouTube y Apple.
Empresas que nos hacen cuestionarios de lo más personal porque desean “ofrecernos” el mejor servicio (es su marketing más beneficioso). Y los gobiernos quieren protegernos contra posibles ataques terroristas, como el propio Obama ha afirmado. Y por eso, al activarse estos avisos de alarma terrorista, callamos y les dejamos “trabajar”, aceptamos la pérdida de nuestra libertad por la seguridad y el bien comunes. En definitiva, como escribe Ramón Lobo, “el ciudadano se repliega a un silencio cómplice, deja de ser ciudadano, pasa a ser súbdito”. E indigna.
Vigilar a los vigilantes
Y, puesto que nuestros gobernantes nos han impuesto ese rol social, llegan a nuestros oídos informaciones tan sumamente inquietantes como que “el máximo responsable de seguridad de Facebook, Max Kelly, se fue de la red para trabajar en la Agencia de Seguridad Nacional”. Aunque se termina aceptando, indigna.
Sin embargo, a pesar de la indignación, seguimos abriendo cuentas en las redes sociales y donando nuestra información, nuestro bien más preciado: nuestra privacidad. Parece que esa “identidad digital voluntaria” que estamos creando, tiene mucho que ver con las pantallas que vigilaban a los siervos del Big Brother descritas por G. Orwell.
Será que los únicos “no-aliados” de esta Guerra Fría somos nosotros, el frente ciudadano, el que no tiene las herramientas suficientes para vigilar a los vigilantes. Desde luego, indigna. Pero sigamos debatiendo eficazmente en las redes sobre “el tipo de mundo en el que queremos vivir”, quizá les interese alguna de nuestras ofertas. O no.
Rocío González Rey es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, habiendo cursado el último año con una beca Erasmus en la École de Journalisme et de Communication de Marsella. Es colaboradora en El Inquirer y realiza prácticas en Presseurop.eu durante el verano de 2013.